viernes, 15 de junio de 2007

El Purgatorio







Iron Maiden - Purgatory



Pensaba en un viejo sueño
lugares que nunca vi
Fantasías vividas en otros tiempos.
Mi cerebro se derrite por el suelo


Mi mente volará sobre las nubes para siempre
no entiendo por qué
Mi cuerpo intenta abandonar mi alma
¿O soy yo? No lo sé
Renacen memorias del pasado
Y la sombra nublada del futuro
Algo aprieta mi cabeza
Seré guiado a través de la oscuridad


Otro tiempo, otro lugar

Otra sonrisa en otra cara
Cuando me ves flotando a tu lado
Sientes que todo mi amor te pertenece.


Por favor llévame lejos, llévame lejos, muy lejos de aquí.

(Purgatory, Iron Maiden)




Pues sí, uno suele pensar que las canciones de sus ídolos son profundas, mas no tanto que resulten incomprensibles, pero claro esto es lo que pasa cuando uno intenta traducir las letras: se produce el desvelamiento y lo que se descubre es otro velo más tupido, cuando no algo verdaderamente estúpido. Mejor quizá nos valdría no enterarnos de nada y quedarnos con el “Zinquinof aneichol drim, pleisisai jav nevasín”... Pensaba yo, al menos, que esta canción tendría algo que ver con el purgatorio dantesco, pero no. Bueno, de todos modos tampoco resulta tan complicada, suponemos que se trata de alguien que purga en sueños sus pecados y pretende redimirse a través del amor; estaría Steve Harris sensible en esta época, enamorado.

La Divina Comedia de Dante, en cambio, sí que resulta profunda, ya que entre otras cosas recoge toda la tradición cristiana acerca de los pecados capitales y su modo de castigarlos en el Infierno o limpiarlos en el Purgatorio. El Purgatorio dantesco consiste en una montaña que lleva al Cielo, pero para ascender por ella se ha de recorrer un sendero en zig-zag; tras cada curva del camino se accede a una plataforma en la que se purgan los pecados de aquellos que no han ofendido al Espíritu Santo, pues los que lo han hecho se quedan abajo, en el Infierno. En el primer rellano limpian sus pecados los soberbios y lo hacen bajo grandes piedras que han de acarrear con la cerviz baja como símbolo de la humildad que debieran haber mostrado en vida. En el segundo purgan los envidiosos con alambres que les cosen los ojos, pues es la vista el sentido que induce a este pecado deseando los bienes del prójimo. La ira se limpia en el tercero tras pasar un tiempo entre tinieblas, una densa nube de humo negro que simboliza la ceguera temporal en que nos encontramos cuando somos presos de nuestros arrebatos violentos. Tras el cuarto giro están los acidiosos (término culto latino para denominar a los perezosos) que purgan sus pecados echando carreras o yendo de allá para acá con prisas y sin detenerse nunca. En la quinta plataforma está la avaricia representada en forma de loba, en forma de ente devorador, pero no me queda claro cómo los avariciosos purgan aquí sus penas, si son devorados por la loba, si se convierten en ella; Dante fue poco preciso en este punto. Los golosos, en el sexto rellano de la montaña, padecen hambre y sed ante alimentos que no pueden tocar y, finalmente, tras el séptimo giro, purgan la lujuria aquellos que a ella se abandonaron en vida, y lo hacen en el fuego, como fuego es el deseo que incita a este pecado.

Pues bien, no es que yo sea un dechado de virtudes, probablemente tenga pecadillos de todas estas layas, lo que no sé es cuál de ellos estoy purgando ahora.

Existe un Purgatorio real, no imaginario, a casi 100 km. de Madrid; es uno de los sitios más bonitos de la Sierra, cerca de Rascafría. Lo cierto es que se trata de una zona imbuida de espiritualidad y/o mitología cristiana. Tenemos el Monasterio del Paular, donde viven siete monjes que te cantan Vísperas (¿o Completas? Perdonad mi ignorancia) los domingos por la tarde, a eso de las ocho. Justo enfrente está el Puente del Perdón, del s.XVI, sobre el río Lozoya, pero de nada me sirvió cruzarlo... Salvo que lo cruzara al revés, claro, entonces en vez de perdonarme se me condena. Un poco más arriba están las Presillas, una serie de tres piscinas naturales, o sea, dique artificial pero agua sin tratar, que baja directamente de La Morcuera y sus explotaciones vacunas en lo que se llama Arroyo del Aguilón; este sitio se pone hasta arriba de domingueros, pero está muy bien cuidado, con césped, chiringuito y aparcamiento vigilado, guías del ayuntamiento que vigilan el aparcamiento, no tu coche (por 4 o 5 euros). Es un buen sitio para darte un baño a la vuelta, a las siete de la tarde cuando ya no queda nadie, y quitarte toda la mugre del día.

Siguiendo el curso del Aguilón hacia arriba, a unos 5 km. llegaremos al Purgatorio. Se trata de una falla (cuya orogenia no tengo ganas de buscar ahora), lo cual, si habéis permanecido atent@s al relato de Dante, da razón de su nombre. Esta falla corre lateralmente al arroyo (o más bien viceversa) en una especie de cañón muy vistoso, con buitres y todo. Corre lateral... Hasta que se cruza y, entonces, el arroyo forma una cascada (o dos, más bien): “La Cascada del Purgatorio”, que es como oficialmente se conoce a este sitio. Llegaremos, pues, a una especie de plataforma de madera puesta allí por la oficina de turismo de Rascafría en colaboración con Protección Civil: Turismo la ha puesto para que contemplemos a gusto las maravillas de la naturaleza, Protección Civil para que creamos que hemos llegado al final, para que no sigamos buscando maravillas y terminemos partiéndonos la crisma, ya que aquí comienza el auténtico Purgatorio: la verdadera cascada está más allá; no se ve desde la plataforma; o das un rodeo con inclinaciones de 45º purgando tu pereza o purgas tu miedo y tu vértigo por las rocas; yo suelo optar por la segunda opción, salvo que alguien se ponga muy cabezón, lo que ocurre es que ese alguien también suele ser adicto a la pereza. Y llegamos, por fin, a la Cascada, que tendrá unos seis metros de altura, nos sentamos en una lancha a contemplarla durante un rato y nos preparamos para afrontar otro reto a la pereza, pues la falla no se puede salvar escalando, al menos sin cuerdas, hay que dar un rodeo como el anterior, así que si llevas una mochila pesada, tienes todos los ingredientes para estar purgando tu soberbia.

Pues bien, el domingo pasado era Corpus Christi (o su celebración dominical adaptada al calendario ateo-laboral, que para estas cosas más nos valdría seguir viviendo en la Edad Media) y me fui con unos compañeros de la facultad al Purgatorio. Estábamos purgando nuestros pecados después de la cascada guapa cuando, harto del camino, que lo tengo ya muy visto, decidí escalar unas roquillas con una de las amigas, que también sufre regresiones caprinas. Nos metimos en un canalillo que se dividía en dos, ella por un lado, yo por otro. Y el caso es que lo vi un poco húmedo, pero tiré para arriba: una mano en una pared, otra en la de enfrente, un pie a un lado, otro pie al otro, una mano, la otra, un pie... COÑO!!!! mi pie... COÑO, MIS BRAZOS!!! "Haciendo el Cristo en Corpus Christi", podría haberlo titulado, pero es que no llegó a eso, sin clavos en las muñecas es muy difícil. De nada han servido todos estos años haciendo gimnasia, flexiones y natación: cuando llega la hora de la verdad tus miembros se desencajan, tus hombros se salen de sus sitios y te vas a la mierda. Menos mal que no estaba muy alto. Literalmente vi las estrellas, esas lucecitas brillantes y semitransparentes que vemos cuando hacemos esfuerzos, por ejemplo... Bueno, lo cierto es que no sé si las vi debido al dolor o a dos pirulas que me enchufaron mis compis. Fueron momentos de tensión en los que no supe qué hacer, perdí la calma, no podía mover el brazo derecho y el izquierdo me dolía una barbaridad. Cuando me serené un poco me di cuenta de que el brazo se me había quedado en alto, el codo a la altura del hombro, como cuando te paran los pitufos o los picoletos; de ahí no lo podía bajar, evidentemente el hombro se había salido y ninguno de nosotros sabía como meterlo (ahora sí).

Ya más calmado y con cobertura llamé a mi fisio (milagros de la tecnología). Me dijo qué tenía que hacer para que entrase solo... Pero nada. Así que a urgencias. Claro que... Estábamos en el monte. Menos mal que me conozco la zona y sé que la carretera que baja de la Morcuera pasa muy cerca. Nos separamos de las chicas Felipe y yo, él me llevaría a Madrid. En la carretera no tuvimos ningún problema, los dos coches que pararon lo hicieron gritándoles desde bastante distancia. El primero iba ocupado por cinco latinoamericanos que al ser varios km. a Rascafría y no estar muriéndome decidimos dejar pasar. El segundo iba quemado por dentro y ocupado por una chica del Este y su proxeneta (según Felipe), así como por cientos de pelotas de tenis; el chaval, muy majo, nos llevó hasta el Paular, donde habíamos dejado la furgoneta. Yo con el brazo en alto.

Tras intentar conducir con el freno de mano echado, logramos salir a la carretera: Valle del Lozoya adelante, carretera de Burgos adetrás, y yo con mi brazo por fuera de la ventanilla siendo el blanco de todo tipo de insecto volante. “Felipe, no corras tanto que se me va el brazo pa’trás”.

Llegamos por fin a La Paz:

-- Mire, que se ma’quedao el brazo asín.

-- Coja este papel, entréguelo en la ventanilla y siéntese en la sala--, la típica sala atestada de accidentados gimiendo, despotricando contra la sanidad pública o contándose los accidentes (el actual, los pasados y los de sus allegados). Yo alternaba entre la primera y la tercera alternativa, con Felipe y con el que estaba al lado, que cambiaba cada cierto tiempo y tenía que volver a repetir la historia. Y a todo esto con el brazo en alto.

Al cabo de media hora me llaman:

--Pero, ¿es que no puedes bajar el brazo?

--No--. La doctora pone cara de lela.

--¿Y cuánto tiempo llevas así?

--Dos horas.

--A rayos.

Otra media hora. Me llaman. Me bajan a los sótanos (habéis de saber, nenes y nenas que las salas de rayos X están siempre en los sótanos, pues la masa de la Tierra curva el espacio-tiempo y hace que las radiaciones vayan hacia abajo, ¿vale?, así no se contaminan las embarazadas de arriba). Otro cuarto de hora. Me llaman. Paso directamente y me echan la bulla porque estaban todavía con la otra paciente. Total, si no la he visto ná, si ahora son tan potentes los rayos que atraviesan los vestidos y no has de desnudarte (la profesión de radiografista a debido perder con ello mucho encanto). Me llaman, entro.

--¿Y no puedes bajar el brazo? Pues a ver cómo te coloco.

--Tú verás--. Me coloca.

--¡No te muevas, no respires!--. Uuuuuhhhh, güiiiiii, guooooo, guaaaaa.

--Ahora del otro lado... ¡No te muevas, no respires!--. Uuuuuhhhh, güiiiiii, guooooo, guaaaaa.

--¡Muy bien, descansa!

--¿Y cómo lo hago, tío listo?

--Ja, ja.

Otro cuarto de hora. Nos llaman. Nos suben a la sala. Otra media hora. Aprovechamos para comer lo que llevaba al campo (ya serían las cinco de la tarde), aunque te recomiendan que no lo hagas, pero es por que a los médicos no les gusta mancharse con tu pota mientras te torturan. Me llaman:

--Hay que practicar una reducción--. (¿Una reducción? A ti te voy a reducir la cabeza como me hagas daño, guarra)

--¿Y en qué consiste una reducción, doctora?

--En colocarlo en su sitio (¿Y es que no puedes hablar en cristiano, petarda?)

En fin, me tumban en una cama, me coge del brazo estira de él... Y casi me saca de la cama, pero el brazo sigue como estaba.

--Pero relájate, no hagas fuerza.

--Pero, ¿usted cree que puedo hacer fuerza tal y como estoy? Si no siento ya el brazo.

--Con esos músculos no me extrañaría.

--¿Eso es una insinuación?

--Ya quisieras tú. Fulanitaaaaa!!!! Ayúdame aquí.

Me pasan una sábana por debajo, la pilla Fulanita, se prepara para estirar de ella mientras la otra estira del brazo: Una, dos y... tres!!! Yo casi fuera de la cama, fulanita tumbada en ella y la bruja:

--Así no se puede, no colaboras--. Yo callado, sufriendo (pues el retorno del brazo después de estirar jode), buscando formas de venganza.

--Pepitaaaa!!!

Viene Pepita, más joven y guapa que Fulanita, mayor y más fea que la doctora, aunque con más garbo, morbo y todo lo que termine en –rbo (?). Bueno, pues tras siete intentos, en el octavo se le ocurrió girar el brazo mientras estiraba: el hombro entró solo con un “griiiiissss, grasssss”, aunque gracias a la pericia de la doctora se volvió a salir. Pero ya percatada del asunto lo volvió a poner. Vuelve Fulanita y me quería cortar mi cutre-camiseta de abanderado para colocarme el cabestrillo.

--Ni hablar, jefa.

Me la quitó suavemente. Me colocaron un tinglao que parezco a Van Damm en “Soldado Universal” y... Más rayos. “Para ver si está en su sitio”. Otra hora entre que te llaman, te los hacen y te dan el alta. Ahhhh, La Paz, ese Purgatorio de los impacientes...

Al día siguiente fui al fisio para que mirara el otro hombro, el “bueno”, que también me duele. Salí de allí peor que entré, como el Eddie de los Maiden en “Piece of Mind”: me colocó unos largos esparadrapos en el hombro “bueno” para aumentar mi caracterización vandammica (solo me falta una riñonera en la cabeza y un reloj sobre el ojo izquierdo) y me citó para el martes que viene a ver si podía hacer algo con el hombro chungo.

Todo esto lo he escrito con la izquierda. ¿QUÉ PECADOS ESTARÉ PURGANDO? ¿POR CUÁNTO TIEMPO?

(Continúa en "Un poco de mano izquierda")