viernes, 27 de agosto de 2010

Pseudocrónica vacacional IV (Guadix - La Ragua)


Martes, 3 de agosto.

Me despertaron los ronquidos del monstruoso motero alemán. Gema dormía a mi lado como una bendita. Me levanté para ir preparándome y así, además, ir moviendo un poco los enseres, haciendo ruido y esas cosas que terminan por despertar a los demás, cuando los demás no quieren que les despiertes directamente. Una cosa es que les despiertes y otra es quedarte en la “cama” para no despertarles. No tienen derecho a pedirte que te quedes en la cama si no tienes sueño, aunque lo tengan para pedirte que no hagas ruido; y es aquí donde vienen las discusiones en el asunto... De todos modos, no recuerdo haber discutido por esto; no sé por qué me pongo a divagar nada más levantarme.

Entre unas cosas y otras (sacudida de sacos, lavado de cara, besitos de buenos días, recogida de tienda, etc.) abrieron el bar del camping. El motero ya se había ido. Nos apretamos unas buenas tostadas con tomate y con mantequilla (yo con tomate, Gema con mantequilla; todos los días igual y casi siempre yo acababa por comerme media tostada suya) y el café... Uno de los cafés más fuertes que nos hemos tomado por allí.

Nos sedujo la idea, ya que estábamos cerca del embalse, de hacer un poco de piragüismo. Le preguntamos al camarero y nos dijo que había que llamar a unos chicos; ellos venían con las piraguas, etc. Y caí en la misma zanja de siempre: la impaciencia. Creo que siempre he sido un impaciente. Pero ahora, cada vez soy más consciente de ello. Me gusta llegar y besar el santo (supongo que este dicho debe venir de antiguo, aunque también ahora hay largas colas para besar los pies del Nazareno o las espaldas del Matamoros). De modo que aduje unas prisas que no teníamos; el hombre me recomendó un club náutico cerca de las paredes de la presa del Negratín.

Un club que no encontramos. Dimos varias vueltas por los alrededores de las paredes de la presa, hicimos (o creímos hacer) unas fotos que nunca salieron, bajamos hasta el agua, oteamos las orillas con los prismáticos, pero del club ni rastro. Así que nos quedamos sin piraguas. Montamos de nuevo en la Berlingo y nos encaminamos hacia nuestro nuevo destino: Guadix.

Aparcamos cerca de la catedral, de la cual sí hay fotos. No entramos porque ahora todo el mundo quiere sacar tajada del turismo y te cobran por ver cualquier interior avejentado, ya sea Castillo, Iglesia, Consistorio o Museo étnico-antropológico con cuatro azadas y dos guadañas, amén del traje folclórico del lugar. Pero eso sí, nos sentamos en una esquinita a tomar una coca-cola... Sí, lo siento, no me gusta hacer publicidad y menos de un símbolo del capitalismo norteamericano. Pero os digo una cosa: si algún día llega la tan ansiada revolución proletaria, la coca-cola será su bebida. “Coca-cola, la bebida de la Revolución”, rezará el lema bajo un Lenin sonriente con una botella en la mano. Sí, amigos, la coca-cola es uno de los grandes inventos de la humanidad. ¿Tienes sed? Coca-cola. ¿Estás bajo de tensión? Coca-cola. ¿Has comido mucho y tienes una pesada digestión?... Coca-cola. ¿Se te ha atascado el lavabo? Coca-cola pal lavabo (2 litros). ¿No sabes cómo deshacerte del cadáver de la abuela?... Efectivamente, déjalo un par de días en un tonel de Coca-cola.

Repuestos ya del calor nos dimos unas vueltecitas por Guadix, sobre todo para intentar subir a la alcazaba, pero estaba en obras. Al menos vimos el comedor para indigentes del lugar. Tentados estuvimos de ponernos a la cola y pillar una bolsita de comida, pero nuestro atuendo no era apropiado... Ditas bermudas.

El siguiente paso consistía en sacar dinero del banco para después comprar comida, resistiendo la tentación de comprar libros baratos en la feria del libro del lugar (dos puestos). La idea consistía en hacernos unos bocadillos en el parque que hay a orillas del río, que por entonces bajaba seco (o sea, no bajaba, no se movía). Sin embargo nos embargó (valga la redundancia), al pasar por una terracita, un magnífico olor a sardinas asadas. De modo que nos sentamos a pedir una ración; una ración regada con, cómo no en tierras granadinas, con la famosa Alhambra 1925, que para el que no lo sepa es la mejor cerveza que se fabrica en España; con su peculiar sabor a... a... No sé, pero me encanta. Y sus 6,4 grados. Y su hermosa botella verde sin etiquetas, todo en relieve. “Reserva 1925”, dicen, aunque el producto como tal fue creado en 1994, o sea que no sé lo que reservarán. Pero bueno, la cerveza está deliciosa.

¡Qué asco! Este blof se parece cada vez más a una sesión anuncios publicitarios.

Y acompañada de las sardinitas... Qué ricas sooooon !!! Después, sí. nos fuimos al parque a comernos el bocata (un poco más chiquito que el que pretendíamos) y una fruta. Gema se echó su primera siesta indigente, allí mismo, en el banco, actividad que realizaría repetidamente a lo largo de las vacaciones y que yo sólo secundaría en contadas ocasiones, aquellas en que me sentía amparado por los muros de una iglesia; los bancos de la calle no me parecían lo suficientemente seguros y prefería velar los sueños de mi chica.



Después de esto, café y carretera hacia el puerto de la Ragua.

Pero ante nosotros apareció, en lo alto de una colina, un curioso castillo con sus cuatro torres cubiertas por cúpulas. Ignorantes como somos nos pareció un espléndido castillo árabe. Pero no, se trataba del castillo renacentista de La Calahorra (nada que ver con Calahorra, en La Rioja). En realidad más que castillo se trata de un palacio, pues fue construido en una época (1508-1509) en la que se derribaban los castillos para afianzar el poder de la monarquía sobre la nobleza. Fue edificado por Don Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza... ¿El Cid? No, la cosa tiene guasa: ríete tú de los “Kevin Costner de Jesús” o de los “Felipe Juan Froilán de Todos los Santos”; el sujeto era hijo ilegítimo del Cardenal Mendoza, de la poderosa familia de los Mendoza, o sea que su apellido es Mendoza y su nombre “Rodrigo Díaz de Vivar”. El cardenal, el papi, logró para él su legitimidad (a la mierda el celibato), así como el marquesado del Zenete y el título de Conde del Cid. ¿Adivináis de quién era fan? Y es que en aquella época no había cine ni fútbol.



Por supuesto era la hora de visitar los castillos los turistas: las cuatro de la tarde, aunque la gestión del mismo no se había enterado y sólo lo habría los miércoles de 10 a 13 horas... O algo así.

Después montamos en el coche para continuar camino hacia la Ragua previo desvío de unos kilómetros para visitar al exmarido de una prima mía que decidió volverse rural e irse a vivir a un pueblo de por allí, un pueblo con un nombre curioso: Dólar. El colega en cuestión, Juáncar... En fin, no sé si contar más de su vida, porque atañe a la familia y probablemente algún miembro de ella lea este blog. Y no está bien airear las cosas, ¿no?... Al carajo, tan poco es pa’tanto: Juancar fue compañero de otro primo mío, el cual consiguió endosar a dos compañeros suyos de colegio con otras dos primas (suyas y mías), hermanas entre sí. Juancar tiene la peculiaridad de poder adelgazar y engordar cosa de 30 kilos en poco tiempo. Tuvo diagnosticada fibromialgia, pero se la quitó a base de ejercicio y porros, y lo del ejercicio le vino tras subir con mi hermano y conmigo un par de veces a Gredos; no se imaginaba que pudiera acarrear sus 110 kilos montaña arriba. Pero lo consiguió. Y tanto le gustó que se hizo adicto al deporte... Hasta que, tras separarse de mi prima, conoció a su novia actual y se dejó llevar por la tranquilidad y apaciguamiento de la vida granadina. Ahora tiene una hermosa niña de pocos meses y su hijo mayor de 11 años se ha ido a vivir con él. La vida le sonríe.

No sabíamos dónde vivía, pero en un pueblo tan pequeño todo el mundo se conoce. La visita fue por sorpresa. Y casi no les pillamos, porque acababan de volver de Madrid. Nos tomamos otro café, nos echamos unas risas, conocimos a la novia y a la niña. Y continuamos el camino.

Tras una estrecha y sinuosa carretera logramos llegar, a las siete de la tarde, al puerto de La Ragua, a 1508 metros de altitud. La idea era subir con los sacos hasta el pico de El Chullo donde haríamos vivac. El Chullo está a una altura de 2610 metros, probablemente la mayor altitud a la que hasta entonces iba a subir, pues lo más alto que había estado era en Peñalara, a 2428 metros; es el pico más alto de Almería. A medio camino nos paramos a fotografiar la incomparable puesta de sol. En las inmediaciones de la cumbre, según el mapa, estaban las ruinas de un antiguo refugio, si bien en una guía, aparecía como refugio-vivac. ¿Quién llevaría razón? Claro, que... Estas dudas hube de obviárselas a Gema. Sólo le hice partícipe de ellas cuando hubimos encontrado el refugio en perfecto estado y nos instalamos en él. Previamente habíamos subido hasta la cumbre, ya sin mochilas, a otear el horizonte. Desde allí se veía el Mulhacén, creo, y poco más debido a la calima veraniega.

El refugio era bastante confortable, construido con las pizarras del lugar y con una puerta que se podía trancar, evitando así sorpresas nocturnas, aunque ya me contaréis quién va a andar por la noches por esos parajes... Pues cualquier colgao como nosotros. Cenamos al aire libre unos bocatas y unos melocotones de Guadix, de los que la frutera nos surtió bien (cerca de dos kilos). Extendimos las esterillas, cerramos la puerta, nos metimos en los sacos y hasta el día siguiente...

Miento. Si ya es difícil conciliar el sueño en una tienda de campaña, debido a los ruidos nocturnos imaginaos en un refugio de piedra donde entra el aire por los resquicios, amén de insectos y bichejos de varias clases incluyendo, cómo no, los ratoncillos. En mi cabeza aún rondaba (y ronda) la solitaria experiencia hace cinco años allá en los Pirineos, entre Puigcerdá y Andorra, en un refugio perdido en lo alto habitado por los lirones Careto. Los muy cabroncetes no se cortaban un pelo, campaban a sus anchas. “No es cuestión de molestarles”, pensé, “pero tampoco estoy dispuesto a que me den la noche”. De modo que me coloqué unos tapones en los oídos para así pasar de ellos. Otra cuestión es que ellos pasaran de mí. Y no lo hicieron: cuando más a gusto estaba durmiendo sentí una dentellada en un dedo de la mano. El resto de la noche fue un completo baile-cacería. Por supuesto no pillé a ninguno. Y sí, también había ratoncillos en El Chullo, pero no dieron mucho la tabarra. Les oí hurgar en la bolsa de la comida, la guardé, me puse los tapones de nuevo, me mentalicé a ser mordisqueado y me quedé profundamente dormido.

Hasta que por la mañana escuché (sí, con los tapones todavía puestos) ruidos, pisadas, alrededor del refugio. No sabíamos qué hora era, aunque ya se atisbaba luz por el pequeño ventanuco. Me apresuré a abrir la puerta, no fuera a ser un montañero madrugador. Y no lo era. Era el típico rebaño de cabras montesas (o especie afín) que andaban rebuscando las sobras de nuestra cena. Huyeron espantadas.

El sol todavía no había salido. Quisimos esperarle en lo alto de El Chullo y corrimos, sin desayunar, hasta la cumbre. Pero el sol nos ganó. ¿Y el gusto que te da despertarte en medio del campo, sin ruidos, sin voces? ¿Regar las plantitas con tus aguas menores mañaneras? ¿Escuchar el eco del grito de libertad de tus posaderas?

Cuando estas y otras cosas fueron realizadas, entre ellas el desayuno y la recogida de enseres, emprendimos el camino de bajada. Bonita excursión, sí señor. Aquí están las foticos:






jueves, 19 de agosto de 2010

Pseudocrónica vacacional II (Denia)

Así que en Denia me planté a eso de la una de la tarde y tras dar varias vueltas a la población buscando el Mercadona, porque ya sabemos que el conductor ibérico sólo pregunta cuando empieza a estar desesperado y mareado de dar vueltas; el problema es que preguntar en Denia requiere de un tratamiento especial: "buenas, ¿es usted oriundo de aquí?", o bien, "buenas, transeúnte, ¿es usted dianense?"; dianense, sí, no "deniense"; y es que en Denia, en verano todo el mundo es madrileño, catalán o guiri. Por lo tanto, cuando encontré a un viandante sin chanclas, bermudas, gorrito ni sombrilla plegada al hombro me decidí a preguntarle por el citado mercado.

"¿Cuál de ellos?" fue su respuesta.

La jodimos.

"Pues dígame el más cercano y ya veré allí". Afortunadamente estaba cerca, pero desafortunadamente no era el que yo buscaba. De modo que tras unas llamadas a Gema, nuevas indagaciones urbanísticas, vueltas y más vueltas por calles y rotondas, niños y abuelillos lanzándose desquiciadamente por los pasos de peatones ante el morro de mi coche, logré dar con mi destino.

Allí me esperaban Gema, Laura y Raquel, esta última con una contractura en el cuello que parecía a C3PO moviéndose por el desierto de Tatooine. Nos tomamos una cola allí mismo y tras un paseíto llegamos al puerto donde comimos un arroz a banda, otro con bogavante y una fritura de pescao. Después Laura y Raquel, sin siesta ni descanso parecido salieron para Madrid.

Gema y yo sí sesteamos... La siesta, ese invento tan hispano, tan mediterráneo, tan latino... Y la jodida jornada partida que tiende a eliminarla de nuestras vidas. Media horita y como nuevos. Bueno, en este caso quizá fue algo más de tiempo, no recuerdo bien, pero como había dormido poco...

Y tras esto a la playa... La playa... Aquí es donde aparecerá el debate sobre el asunto. Y es que la playa, al igual que la montaña, es un concepto filosófico en sí mismo. Cuando oigo la palabra "montaña" automáticamente pienso en rocas, senderos, botas, mochila, piornos... Pero cuando oigo "playa"... Lo primero que se me viene a la cabeza es "¿qué coño hago yo en la playa?" ¿Acaso soy Di Caprio o nuestras playas son como Ko Phi Phi Le? Bueno, en realidad eso es lo segundo en que pienso; lo primero es sol, arena, sombrilla, calor, lagartijas humanas alrededor sobre toallas de colores. Todo el día tirado al sol con leves pausas humidificantes, auténticas oportunidades para salir del agua marina con todo tipo de urticarias conocidas, producidas por esos organismos pobladores de las costas al otro lado de la orilla: medusas, peces araña, erizos... A Gema le picó una medusa. A mí me gusta nadar, pero entre los bichos y las olas uno no se encuentra a gusto: el mar no es para nadar; nadar en el mar es como una especie de mal necesario.

Evidentemente no todas las playas son iguales. En España tenemos al menos dos especies de playa: las del Mediterráneo y las del Atlántico/Cantábrico. Seguro que ya os imaginaréis que a mí me gustan más las del Atlántico. ¿Por qué? Porque al ser las aguas más frías hay menos medusas, menos bichos infectos y porque las olas son más grandes. Me encanta nadar en la rompiente de la ola, que te dé vueltas y salir mareado. Pero salvo que haya temporal, el Mediterráneo no tiene olas de ese tipo. 

En la montaña también da el sol, por supuesto, y a más altitud, más perjudicial (por cada mil metros de altitud la radiación ultravioleta aumenta un 7%). Por eso voy ataviado cual tuareg. Pero en la playa no pega un tuareg, has de estar en bañador, luciendo tu porte musculoso y peludo (lo del pelo no deja de ser una protección, eh). Y luego está la arena, la omnipresente arena, que se cuela por todo los intersticios de tu cuerpo, llegando a encontrarla hasta bajo el prepucio, no digamos ya en orejas, ombligos, culos, huecos interdigitales, etc. Y es que a uno, en cuanto se tumba en la playa, le da por hacer todo tipo de tonterías con la arena, da igual el estado de humedad de ésta, la arena da mucho juego: el juego básico (en cualquier estado) consiste en recoger un puñadito y soltarla lentamente sobre tu piernas, una vez conseguido el montoncito se extiende sobre toda la pierna usando los dedos a modo de espátula dejando una fina película, todo ello con el leve cosquilleo que produce la arena en nuestra piel. Existe la variedad exfoliante del jueguecito consistente en apretar un poco más fuerte la arena contra la piel mientras se arrastra por toda la pierna, pero siempre corremos el peligro de arañarnos con cristalitos, conchitas o piedrecitas algo más voluminosas que los granitos de arena. Esto fue lo que me pasó esa tarde de sábado, 31 de julio. Y es que en la playa uno no sabe qué hacer después de meterse en el agua... En el agua tampoco sabe lo que hacer, pero es más fácil inventarse tonterías subacuáticas, además estamos en ella poco tiempo. Por supuesto todas estas consideraciones están hechas desde y para mentes adultas... O adulteradas (¿os habéis fijado en que la raíz de las palabras es la misma?) respecto de la pureza de la mente infantil. La mente adulta es una mente ya cargada con fardos de obligaciones, represiones, cansancios, lujurias...

Cogimos el coche por la tarde, después de la siesta, y nos encaminamos hacia una de las playas en la que no hubiera tanta gente como en las más cercanas a Denia. 10 ó 12 km. por la carretera de la costa, hacia el norte. Lo cierto es que me sorprendió la urbanización de la costa, y no por lo mucho, sino por todo lo contrario: ya os he dicho que no soy muy de playa, por lo que no conozco el litoral; pensaba que toda la costa mediterránea era un continuo de hormigón de siete alturas, pero no, había casitas (o casotas) bajas con calles cada ciertos metros que llevaban a la playa. Llegaríamos a eso de las siete u ocho de la tarde, cuando ya no hacía calor... Y entonces sí, esa es la playa que a mí me gusta, sin gente, sin sol. Nos bañamos, nos sentamos en la arena, me hice la exfolación con arañazo incluido, vimos la puesta de sol, nos azotó el aire de lo lindo levantando la arena, cenamos en un chiringuito chillout... Todo muy romántico. ¡Y que uno a estas alturas tenga que estar todavía removiendo prejuicios!


A la vuelta vimos una palmera ardiendo, una palmera alta en medio de un erial ya quemado. ¿Accidente? ¿Recalificación? ¿Gamberrada? ¿Folclore? Y es que ya se sabe que estos levantinos son muy dados al fuego y al ruido: fallas, petardos, mascletás...


1 de agosto.

A la mañana siguiente, domingo, no éramos capaces de encontrar un bar en el que tomar un café en condiciones, ya que el hotel en el que nos alojábamos tenía una maquinilla infernal de esas cuyo café sabe horriblemente mal. O sea que dimos bastantes vueltas hasta conseguirlo... Y eso siempre te pone de mal humor: no poder tomar un café en condiciones por la mañana es lo peor.


Una vez conseguida y administrada convenientemente nuestra dosis ya estábamos listos para poder comenzar una larga jornada de turismo. Y es que si algo me ha quedado claro estas vacaciones es que "hacer turismo" es una actividad tremendamente dura: todo el rato estás de allá para acá, ya sea andando, ya sea en vehículo; todo el rato viendo cosas, intentando asimilar la belleza, la historia, la importancia de las cosas. Haciendo turismo uno acaba muy mareado, pues realiza un gran esfuerzo de concentración, aunque luego no sirva para nada, pues de tanto que has visto ya no te acuerdas ni de la décima parte; claro que, afortunadamente, para algo están las fotos; es como cuando estudiábamos los exámenes: al terminar no nos acordábamos de nada. Lo de las fotos merece un capítulo aparte: la fotografía digital ha posibilitado que se hagan fotos indiscriminadamente a todo lo que nos rodea, con valor estético o sin ello... Luego llegan, en septiembre, las interminables sesiones de fotos de los colegas. Aunque también afortunadamente esto está cambiando con los blogs y con el feisbuk: se colocan ahí las fotos y el que quiera que las vea. De todos modos yo espero moderarme.


Pues bien, salimos hacia Jávea para ver unas grutas que decía la guía digital que estaban muy bien... Pero nunca llegamos, pues también queríamos ver el cabo de San Antonio, unos acantilados bastante impresionantes, con calas, etc. Llegamos al cabo, nos dimos una vueltecita por allí para ver si podíamos bajar a las calas, pero nanay, allí solo se llega en barco, el único sendero que había era un PR que iba de Jávea al Montgó. Así que tras recorrernos los alrededores del faro volvimos a subir a la furgoneta y emprendimos camino a Jávea. 


Pero héte aquí que antes de salir a la carretera de la costa (la CV-736) vimos entrar un coche por un camino que indicaba "Cova Tallada" y dijimos: "Vamos a investigar". Total que nos metimos por el camino hasta que el coche no podía andar más de lo estrecho que se volvía, momento en que lo abandonamos para continuar andando pertrechados con mochila, bastones, comida y bañadores (por lo que pudiera pasar). El sendero se encaminaba hacia los acantilados, y en medio de ellos se habría un hueco cuya pendiente era más accesible, si bien había cadenas en las rocas para descender agarrado a ellas.


Llegamos a una especie de calita rocosa nada espectacular y aunque el camino parecía seguir hacia abajo, creíamos que era para bajar al agua. Como el sitio no era muy bonito decidimos buscar otro lugar más apropiado para el baño siguiendo el caminillo paralelo al acantilado. En un momento dado, al lado del camino se habría un agujero; cuando miramos por él vimos una cueva impresionante con gente dentro: estábamos sobre el techo de la cueva, a unos diez metros de altura. Intentamos buscar la entrada pero no dábamos con ella, pues estaba en el primer camino que habíamos dejado, el que descendía al agua. Tras hablar con un enterao procedimos a internarnos en la cueva.


El espectáculo era impresionante: una gran cueva en una de cuyas partes penetraba el agua (había piragüistas). Había gente aunque no demasiada, pues para llegar allí había que dar un buen paseo amén de salvar el paso de las aguas. Así que buscamos nuestro sitio, nos pusimos los bañadores, las gafas y los escarpines y nos sumergimos en unas aguas límpidas donde el personal estaba haciendo esnórquel: si impresionante era la cueva, más lo era el fondo marino, con sus rocas cubiertas de algas y sus peces rallados del tamaño de una mano. Allí estuvimos disfrutando del panorama hasta que me topé con una blanca bolsa de plástico (como para llevar la compra del día) que no era una bolsa, sino una medusa, pues no tenía asas y sí unos cortitos tentáculos; menos mal que eran cortos, pues los tentáculos son lo peligroso de las medusas. ¿Sabíais que las medusas tienen dos tipos de reproducción? Una sexual y otra asexual... Bueno en realidad son dos fases de la misma reproducción. Las medusas se reproducen sexualmente; de los huevos fecundados se desprende una larva que se transforma en pólipo enganchado a las rocas, y cuando crece se divide en varias medusas. Para más información consultad la sacrosanta wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Medusa_(animal)

Más abajo encontraréis fotos de la cueva, no son muy buenas porque están hechas con el móvil, pero en la siguiente web encontraréis más:
http://www.linkalicante.com/cova-tallada-denia-javea-cueva-acantilados-mar-montgo/
Se trata de una cueva inicialmente natural, pero después fue utilizada como cantera para extraer las piedras del castillo de Denia y, por lo tanto, agrandada. Un sitio altamente recomendable.


Después fuimos andando hasta Les Rotes, la última zona urbanizada de Denia con sitio para bañarse y echarse siesta. Tras ésta me entro la vena arácnida y me puse a practicar boulder con bastante soltura, si bien la salida del mismo no fue demasiado agraciada: salté desde metro y medio, más o menos, pero al estar de espaldas al suelo no calculé bien la rotación y a punto estuve de partirme la crisma contra una roca tras recular en cuclillas unos cuantos pasos; en el último de ellos noté cómo se distendía alguna parte de mi pierna derecha. Pensé que ya se me habían acabado las vacaciones. Todo esto, claro está, lo sufrí en silencio, pues lo peor que te puede pasar es hacer el nota delante de la gente, pegarte una hostia y hacerte daño. Si te pegas la hostia debes levantarte con dignidad, sacudirte el polvo e irte sin cojear hasta donde nadie te vea para poder llorar, gritar y cagarte en ... Todo. De modo que durante todas las vacaciones he estado jodido de la pierna... Y aún así logré subir al Mulhacén. De todas formas eso no fue lo peor que me pasó durante las vacas. 


Después de mi mala caída subimos andando hasta la Torre del Gerro, una torre de vigilancia renacentista y, tras ello volvimos andando hasta donde estaba el coche, pinchándonos y arañándonos con las plantas del lugar, amén de acojonados por lo cerca que pasábamos de un campo de tiro en el que, como su nombre indica, estaban pegando tiros.

Tras esta aventura pseudosenderista quisimos bañarnos en una playa como Dios manda, pues todo lo que habíamos encontrado eran rocas, así que repetimos la operación del día anterior, chiringuito incluido. Pero no, creo que al final no nos bañamos; no apetecía.


En fin, aquí están las fotos: