domingo, 3 de octubre de 2010

Pseudocrónica Vacacional VIII (Mecina Bombaron - Trevélez)

Viernes, 6 de agosto, 13 h.

Salimos de Yegen camino de Mecina Bombarón, lugar en el que nos comeríamos una deliciosa ensalada nazarí (aunque con ese calificativo podréis encontrar las cosas más peregrinas) sobre una mesa de cristal llena de mugre... En fin, uno puede aguantar la mugre sobre la madera vieja, que al fin y al cabo parece como que forma parte de ella misma (viejo, mugriento, solera, opacidad histórica...), pero el cristal sugiere la transparencia nítida del presente... O sea, lo primero es ¿qué pinta una mesa de cristal en las Alpujarras? Nada, no pinta nada. Igual que yo no pinto nada escribiendo todo esto mientras escucho a Fat Boy Slim, me estoy volviendo loco. El cristal forma parte de la ciudad, no de los pueblos campestres. A la mierda con la modernización; los practicantes del "turismo activo" (me peo en el concepto) necesitamos del medio rural en su estado originario, ¿qué es eso de asfaltar los caminos para que no se les manchen los bajos a los nuevos todoterrenos de los lugareños? Si es que tenían que ir en burro, todavía. ¿Veis? Así el burro no estaría en peligro de extinción.

Tras esta comida vino la primera (¿o segunda?) siesta bajo la protección de los muros de una iglesia: sombrita, esterilla y a dormir mientras cerca de nosotros un adolescente se comunicaba vía messenger (probablemente con su coleguita que vivía dos casas más allá) y pasaban los abuelos, que no sabían si echarnos monedas o llamar a la Guardia Civil.

Una vez repuestos del sopor digestivo volvimos a montar en el vehículo, el cual, por cierto se comportó como una máquina heroica, aguantando todas las vacaciones sin dar problemas, salvo un leve olor a gasoil, un leve escape de gasoil que con el tiempo parece que fue carcomiendo la correa de la distribución (eso dijeron los mecánicos) hasta que ésta se deshizo, dejando trocitos por todo el motor, salvo en el peor sitio, la distribución, y eso que estaba al lado. En fin, que la broma me ha salido por 500 euros, aunque como digo podía haber sido peor, podía haberme quedado sin furgo, podía habernos pasado en el viaje; pero no, afortunadamente fue yendo al curro, a la vuelta de las vacaciones.

Pues como decía salimos rumbo a Bérchules. Bérchules, primer fin de semana de agosto. ¿Os suena esto de algo? Efectivamente, la Nochevieja de Agosto, fiesta por todo lo alto. ¿Lugar para pernoctar? Efectivamente, ninguno. ¿Ganas de hacerlo? Tampoco ninguna. Bueno, quizá Gema tuviera alguna, que es más marchosa. Pero al no haber sitio... Al no haber sitio, decidimos volver un poco hacia atrás y bajar a Cádiar.

La verdad es que de Cádiar vimos muy poco porque no nos gustó nada. Se trata de un pueblo que se encuentra en el valle, no en la falda de la montaña, de modo que es más propicio para construcciones industriales, para la vida de ciudad, vamos (trabajo, ocio, ruido, la antítesis del lugar tranquilo que buscábamos).

Así que subimos de nuevo a Mecina Bombarón. Craso error: allí tampoco encontramos un lugar donde caernos muertos, salvo que quisiéramos dormir en el coche, con los inconvenientes que eso llevaba, o plantar la tienda en cualquier descampado, los cuales, por cierto, no eran muy abundantes... Descampados planos, se entiende. Preguntamos por lo menos en cuatro sitios y en todos decían lo mismo: "Uy, con la fiesta de Los Bérchules, va a estar difícil en toda la zona, viene gente hasta del extranjero".

De modo que volvimos a coger la carretera hacia Bérchules, pero esta vez lo pasamos de largo. Teníamos la opción de quedarnos en Juviles, pero aquí también estaban en fiestas; de hecho creo que como estrellas de las fiestas iban a tocar un remedo de Las Grecas, pero es algo que no puedo asegurar. En cualquier caso coloco en la playlist a las originales... Ehhh, vamos a ver, siempre me pasa lo mismo, me caliento escribiendo y luego reflexiono, me pongo a investigar y tengo que rectificar. Es sobre las Grecas: cierto que en 1995 murió Tina, pero Carmela continuó después con una tal Malicia, por tanto no sé si la canción que he puesto es de las originales o de las medio-originales. Eso sí, a partir de 2006 el grupo pasa a estar formado por Malicia y Sofía, es decir, un remedo... Otra cosa es que canten mejor, no sé. Pues eso, que pasamos de largo por Juviles y nos dirigimos hacia Trevélez, donde había un camping. Esto supuso adelantar un día el itinerario, pero no nos quedaba otra opción menos... movida, ruidosa.

Llegamos al camping, en el cual nos atendió una chica, o mujer, simpática hasta decir basta, hasta la saciedad, hasta cansarte, un poco falsa según Gema; actitud de vendedora, dije yo. Por las fotos que allí había la sujeto había estado en las cimas de varias montañas importantes. Estábamos en Trevélez, a los pies del Mulhacén. El camping se encontraba dispuesto en una serie de bancales. En las Alpujarras todo está dispuesto en forma de bancales. El camping se encontraba a unos 2 kilómetros del pueblo, pero había una senda que discurría al margen de una acequia y que nos sacaba directamente a la parte alta de Trevélez. Y hasta allí fuimos después de plantar la tienda, pues teníamos que cenar.

En el primer restaurante que entramos no nos hicieron ni caso; era el típico mesón jamonero. Por si no lo he dicho en alguna de las entradas anteriores Trevélez es uno de los sitios más afamados para la curación de los jamones, debido al régimen de vientos y a la altitud, es uno de los pueblos más altos de España (el más alto es Valdelinares a 1693 m. y por delante hay otros 15 más altos -ver http://www.emiliopolis.net/es/int/geo/altos_es.html-).

Y ahora una reflexión acerca de la industria hostelera del lugar, Trevélez en particular y Las Alpujarras en general: no todos los pueblos de las Alpujarras son iguales, evidentemente, y aquí los vamos a dividir en dos tipos, los medianamente turísticos y los extremadamente turísticos (como Trevélez, Capileira, Bubión y Lanjarón). En estos últimos el servicio en restaurantes y hostales, con honrosas excepciones, deja bastante que desear, probablemente debido a que la demanda supera con creces la oferta de modo que no tienen que mimar demasiado a la clientela, es más, están hasta los huevos de los turistas. En los demás pueblos, sin embargo, el servicio es correcto, las personas amables...

En Trevélez acabamos cenando en una terracita al lado de la iglesia (los mejores sitios siempre estaban al lado de las iglesias), una terraza-jardín orientada al consumo juvenil, ya sabéis, hamburguesas, perritos, tablas de patatas... Todo muy rico y un sitio muy agradable con musiquita de... de... No me acuerdo, pero probablemente pusieran a Alejandro Sanz, porque sí que tuvimos unas vacaciones con el Alejandrito que... O quizá Chill Out.

Después de cenar volvimos al camping por el mismo camino de la acequia, con los frontales encendidos reflejándose en los ojos de los animales, en este caso cabras, a una distancia que no te permitía ver los cuerpos; dándoles un aspecto demoniaco. Granada, tierra de acequias.

Ahí van unas fotos:

martes, 7 de septiembre de 2010

Pseudocrónica Vacacional VI (Válor y Pedro Antonio de Alarcón)

Viernes, 6 de agosto, 8:00

Nos levantamos con ánimos de descubrir nuevos horizontes alpujarrienses... Aunque en realidad el horizonte era siempre el mismo: La Contraviesa y Lújar. Pero se entiende, ¿no? Habíamos agotado las posibilidades de Laroles.

Llegamos en coche hasta Válor, donde encontramos un curioso mural anunciando varios de los negocios allí montados, la mayoría con tipografías pseudo-árabes. Pasamos más bien de largo, porque no nos pareció que el pueblo tuviera mucho que ver o, al menos, mucho distinto de lo visto anteriormente. Pero esta sensación probablemente estaba causada por nuestra supina ignorancia.

¿Habéis oído hablar de Fernando de Válor y Córdoba? ¿Y de Abén Humeya? ¿Y de Pedro Antonio de Alarcón? Bueno, pues los dos primeros fueron el mismo. "Aben Humeya" fue el nombre que se dio el noble Fernando de Válor como caudillo de la sublevación de los moriscos en la Alpujarra (1568). Y como bien os podéis imaginar era de allí mismo, de Válor; de hecho existían varios establecimientos con el nombre morisco. De todos modos no estuvo mucho tiempo dirigiendo la rebelión, porque al parecer era un poco déspota y en 1569 fue asesinado en su palacio de Laujar de Andarax (las dos palabras agudas), no muy lejos de Válor, por seguidores de alguna otra facción de los sublevados. Le sucedió su primo Abén Aboo. La cosa se les fue de las manos a los moriscos llamando a bereberes y turcos, de modo que Felipe II mandó a don Juan de Austria a sofocar la rebelión, lo que consiguió en 1571, un año después. Seguro que por allí habría alguna casucha con una placa indicando "aquí vivió Aben Humeya" o cosas por el estilo, algún museo morisco; todo mentira, pero joer hay que promocionar el turismo.

Pedro Antonio de Alarcón era otro de los nombres que por allí se veía mucho en plazas, calles, etc. Fue un escritor e historiador granadino del siglo XIX, aunque murió en Valdemoro... Todo esto lo he leído después de volver de allí. Uno de sus mayores éxitos literarios fue precisamente La Alpujarra, de 1873, libro que estoy leyendo ahora.

La verdad que no es lo mismo viajar al tuntún que habiendo leído cosas sobre el lugar al que se pretende ir. Hace poco escuché una entrevista con Cristina Morató, presentadora de la tele y escritora, y decía precisamente esto, pero decía que había que leer a los viajeros, no las guías de viaje actuales. Si hubiera leído antes a Alarcón quizá me hubiera sentido de otro modo viajando por allí, respirando aires históricos:

[...] y di cabida al no menos temerario propósito de salvar un día las eternas nieves que cierran al Sur el limitado horizonte de Guadix, a fin de descubrir y recorrer unos misteriosos cerros y valles, pueblos y ríos, derrumbaderos y costas que, según vagas noticias (tal fue la fórmula de aquel genio sin alas), quedaban allá atrás, como aprisionados, entre las excelsas cumbres de la Sierra y el imperio líquido del mar...

Porque aquella región, tan inmediata al teatro de mis únicas puerilidades legítimas, y de la cual, sin embargo, todo el mundo hablaba sólo por referencia; aquella tierra, a un tiempo célebre y desconocida, donde resultaba no haber estado nunca nadie; aquella invisible comarca, cuyo cielo me sonreía sobre la frente soberana del Mulhacén, era la indómita y trágica Alpujarra.

Allí (habíame dicho en sustancia el amigo de las ruinas, y repitiome luego la Madre Historia) acabó verdaderamente el gigantesco poema de nueve siglos que empezó con la traición de D. Julián y que juzgó terminado ISABEL LA CATÓLICA con la toma de Granada; aquélla fue la Isla de Elba del desventurado BOABDIL, desde su memorable destronamiento hasta que se vio definitivamente relegado a los desiertos de la Libia; allí permanecieron sus deudos y antiguos súbditos, durante ochenta años más, legándose de padres a hijos odios y creencias, bajo la máscara de la Religión vencedora; allí estalló al cabo el disimulado incendio, y ondearon nuevamente entre el humo del combate los estandartes del Profeta; allí se desarrolló, lúgubre y sombrío, el sangriento drama de aquellos dos príncipes rivales, descendientes de Mahoma, que sólo reinaron para llevar a un desastroso Waterloo el renegado islamismo granadino; y allí fueron, no ya vencidos, sino exterminados, aniquilados y arrojados al abismo de las olas, sus últimos guerreros y visires, con sus mujeres y sus hijos, con sus mezquitas y sus hogares, único modo de poder extirpar en aquellas guaridas de leones la fe musulmana y el afán de independencia.- La nube de alarbes que entró por el Estrecho de Gibraltar como tromba de fuego, y que por espacio de ochocientos sesenta años recorrió tronando el cielo de la Península, desbaratose, pues, entonces, y volvió de España al mar, en arroyos de lágrimas y sangre, por las ramblas y barrancos de la despedazada Alpujarra.

Buscar (para adorarlas poéticamente) en los actuales lugares y aldeas de aquella región, las ruinas de los pueblos que dejó totalmente deshabitados la expulsión de los moriscos; evocar en toda regla entre los nuevos alpujarreños, oriundos de otras provincias españolas, los encapuchados fantasmas de los atroces Monfíes o de los airosos caballeros árabes que componían la corte militar de ABEN-HUMEYA y ABEN-ABOO; seguir los pasos de estos dos régulos de aquellas montañas, y lamentar patéticamente los funestos amores del uno, la cruel desdicha del otro, las traiciones que los pusieron frente a frente, y las catástrofes que de aquí se originaron, todo ello en el propio paraje en que aconteció cada escena; saludar (o maldecir en nombre de un equívoco sentimiento cosmopolita) los campos de batalla inmortalizados por las victorias de los Marqueses de MONDÉJAR y de los VÉLEZ, del Duque de SESA y de don JUAN DE AUSTRIA, y discernir, con toda la severidad correspondiente, los calamitosos resultados que trajo a la común riqueza la política intolerante de FELIPE II y FELIPE III; -tal fue, en resumen, el interés histórico que ofreció desde entonces a mi imaginación la idea de un viaje a las vertientes australes de Sierra Nevada [...]

En fin, leyendo cosas así a uno le dan ganas de dejar estas aficiones pseudo-literarias; y además se aprenden otras muchas cosas, por ejemplo que el deseo de Re(quete)conquista de Alándalus por parte de Alqaeda no es una cosa que se le ocurriera a Bin Laden una tarde después de lo de las Torres Gemelas; ya da noticia de ello Alarcón: 

Las tradiciones y noticias de los moros y judíos de 1860 acerca de la estancia de sus mayores en nuestro suelo eran menos inexactas y borrosas cuando se trataba de la Alpujarra, y de la Guerra de los moriscos, que cuando se referían a otros territorios y sucesos de Andalucía. El último héroe musulmán de España, ABEN-HUMEYA, inspirábales especialmente una profunda veneración, como si vieran en él un modelo digno de ser imitado en Ceuta y en Melilla por los marroquíes sujetos a la dominación cristiana.

Ni era esto todo: aquellos fanáticos islamitas, semibárbaros en su vida externa, místicos y soñadores en lo profundo de su alma, dejábanme entrever, cuando la afectuosidad de una larga conferencia los hacía menos recelosos y desconfiados, esperanzas informes y remotas de que la morisma volviese a imperar en nuestra patria; y entonces, al expresarme la idea que tenían de la hermosura de estos sus antiguos Reinos, celebraban sobre todo la comarca granadina, y, nominalmente, algunas localidades alpujarreñas, avergonzándome de no haberlas visitado; ¡a mí, que las tenía tan cerca del pueblo de mi cuna!

También Alarcón da una extensa lista de los escritores e historiadores que le acompañaron a lo largo de su viaje por La Alpujarra... Supongo que le acompañarían desde su memoria, porque si no a ver dónde iba con tanto libro. Claro que teniendo en cuenta que iba con burros y criados...

Los criados habían salido el día anterior, a esperarnos en la Venta de Tablate; esto es, a seis leguas de Granada, al pie del flanco occidental de la gran Sierra...

Hasta allí iríamos en la Diligencia de Motril, que dejaríamos (o más bien ella nos dejaría a nosotros) en aquella venta, desde la cual arranca el camino de Lanjarón.

Y como el tal camino se convierte luego en sendas de palomas, según indicamos en los PROLEGÓMENOS, habíamos prevenido también que en Órgiva (donde haríamos noche) nos aguardasen mulos del país (calificados de irreemplazables para las asperezas extraordinarias) [...]

Por cierto, no sé si ya habré dicho que Gema y yo hicimos el camino al contrario, de este a oeste, cosa de la que después nos arrepentimos un poco... Claro, si es que teníamos que haber leído antes. Sólo así podríamos habernos emocionado más subiendo al Puerto de la Ragua... O incluso haber no haber subido al Chullo, por miedo a helarnos (nunca se sabe qué es mejor):


La Sierra, no es franqueable en todo el año, sino algunos pocos días del mes de Julio («entre la Virgen del Carmen y Santiago» -dicen los prácticos del terreno), y eso con insufrible fatiga y peligros espantosos... Cierto que por la parte de Guadix, casi al extremo de la cordillera, hay un Puerto, llamado de la Ragua (Rawa se escribía antes), al que conducen escabrosísimas sendas, y por donde es algo frecuente el paso en días muy apacibles, si bien nunca en el rigor del invierno; pero, así y todo, se han helado allí,en las cuatro Estaciones, innumerables caminantes, de resultas de los súbitos ventisqueros que se mueven en aquel horroroso tránsito.

Un pelín exagerado sí era el amigo, que aunque eran otros tiempos y no había las carreteras de ahora (que tampoco es que sean autopistas), los veranos son los veranos... Aunque con el cambio climático uno ya no sabe.




Pues eso, que dejamos Válor atrás ignorantes de su historia. Bueno, siempre se puede volver otra vez.


Claro, el problema de leer a Alarcón al tiempo que cuento nuestras andanzas es que vamos en direcciones opuestas, debería establecer una moratoria en la publicación de mis memorias al menos hasta que el escritor llegase a este punto, Válor. Y así al menos ir contando mis cosas y las suyas. De todos modos esto no es lo difícil. Lo más chungo es que en el pueblo siguiente vivió Gerald Brenan, otro enamorado de la tierra, autor de Al sur de Granada.

No sé ya veremos, de momento basta por hoy.

viernes, 27 de agosto de 2010

Pseudocrónica vacacional IV (Guadix - La Ragua)


Martes, 3 de agosto.

Me despertaron los ronquidos del monstruoso motero alemán. Gema dormía a mi lado como una bendita. Me levanté para ir preparándome y así, además, ir moviendo un poco los enseres, haciendo ruido y esas cosas que terminan por despertar a los demás, cuando los demás no quieren que les despiertes directamente. Una cosa es que les despiertes y otra es quedarte en la “cama” para no despertarles. No tienen derecho a pedirte que te quedes en la cama si no tienes sueño, aunque lo tengan para pedirte que no hagas ruido; y es aquí donde vienen las discusiones en el asunto... De todos modos, no recuerdo haber discutido por esto; no sé por qué me pongo a divagar nada más levantarme.

Entre unas cosas y otras (sacudida de sacos, lavado de cara, besitos de buenos días, recogida de tienda, etc.) abrieron el bar del camping. El motero ya se había ido. Nos apretamos unas buenas tostadas con tomate y con mantequilla (yo con tomate, Gema con mantequilla; todos los días igual y casi siempre yo acababa por comerme media tostada suya) y el café... Uno de los cafés más fuertes que nos hemos tomado por allí.

Nos sedujo la idea, ya que estábamos cerca del embalse, de hacer un poco de piragüismo. Le preguntamos al camarero y nos dijo que había que llamar a unos chicos; ellos venían con las piraguas, etc. Y caí en la misma zanja de siempre: la impaciencia. Creo que siempre he sido un impaciente. Pero ahora, cada vez soy más consciente de ello. Me gusta llegar y besar el santo (supongo que este dicho debe venir de antiguo, aunque también ahora hay largas colas para besar los pies del Nazareno o las espaldas del Matamoros). De modo que aduje unas prisas que no teníamos; el hombre me recomendó un club náutico cerca de las paredes de la presa del Negratín.

Un club que no encontramos. Dimos varias vueltas por los alrededores de las paredes de la presa, hicimos (o creímos hacer) unas fotos que nunca salieron, bajamos hasta el agua, oteamos las orillas con los prismáticos, pero del club ni rastro. Así que nos quedamos sin piraguas. Montamos de nuevo en la Berlingo y nos encaminamos hacia nuestro nuevo destino: Guadix.

Aparcamos cerca de la catedral, de la cual sí hay fotos. No entramos porque ahora todo el mundo quiere sacar tajada del turismo y te cobran por ver cualquier interior avejentado, ya sea Castillo, Iglesia, Consistorio o Museo étnico-antropológico con cuatro azadas y dos guadañas, amén del traje folclórico del lugar. Pero eso sí, nos sentamos en una esquinita a tomar una coca-cola... Sí, lo siento, no me gusta hacer publicidad y menos de un símbolo del capitalismo norteamericano. Pero os digo una cosa: si algún día llega la tan ansiada revolución proletaria, la coca-cola será su bebida. “Coca-cola, la bebida de la Revolución”, rezará el lema bajo un Lenin sonriente con una botella en la mano. Sí, amigos, la coca-cola es uno de los grandes inventos de la humanidad. ¿Tienes sed? Coca-cola. ¿Estás bajo de tensión? Coca-cola. ¿Has comido mucho y tienes una pesada digestión?... Coca-cola. ¿Se te ha atascado el lavabo? Coca-cola pal lavabo (2 litros). ¿No sabes cómo deshacerte del cadáver de la abuela?... Efectivamente, déjalo un par de días en un tonel de Coca-cola.

Repuestos ya del calor nos dimos unas vueltecitas por Guadix, sobre todo para intentar subir a la alcazaba, pero estaba en obras. Al menos vimos el comedor para indigentes del lugar. Tentados estuvimos de ponernos a la cola y pillar una bolsita de comida, pero nuestro atuendo no era apropiado... Ditas bermudas.

El siguiente paso consistía en sacar dinero del banco para después comprar comida, resistiendo la tentación de comprar libros baratos en la feria del libro del lugar (dos puestos). La idea consistía en hacernos unos bocadillos en el parque que hay a orillas del río, que por entonces bajaba seco (o sea, no bajaba, no se movía). Sin embargo nos embargó (valga la redundancia), al pasar por una terracita, un magnífico olor a sardinas asadas. De modo que nos sentamos a pedir una ración; una ración regada con, cómo no en tierras granadinas, con la famosa Alhambra 1925, que para el que no lo sepa es la mejor cerveza que se fabrica en España; con su peculiar sabor a... a... No sé, pero me encanta. Y sus 6,4 grados. Y su hermosa botella verde sin etiquetas, todo en relieve. “Reserva 1925”, dicen, aunque el producto como tal fue creado en 1994, o sea que no sé lo que reservarán. Pero bueno, la cerveza está deliciosa.

¡Qué asco! Este blof se parece cada vez más a una sesión anuncios publicitarios.

Y acompañada de las sardinitas... Qué ricas sooooon !!! Después, sí. nos fuimos al parque a comernos el bocata (un poco más chiquito que el que pretendíamos) y una fruta. Gema se echó su primera siesta indigente, allí mismo, en el banco, actividad que realizaría repetidamente a lo largo de las vacaciones y que yo sólo secundaría en contadas ocasiones, aquellas en que me sentía amparado por los muros de una iglesia; los bancos de la calle no me parecían lo suficientemente seguros y prefería velar los sueños de mi chica.



Después de esto, café y carretera hacia el puerto de la Ragua.

Pero ante nosotros apareció, en lo alto de una colina, un curioso castillo con sus cuatro torres cubiertas por cúpulas. Ignorantes como somos nos pareció un espléndido castillo árabe. Pero no, se trataba del castillo renacentista de La Calahorra (nada que ver con Calahorra, en La Rioja). En realidad más que castillo se trata de un palacio, pues fue construido en una época (1508-1509) en la que se derribaban los castillos para afianzar el poder de la monarquía sobre la nobleza. Fue edificado por Don Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza... ¿El Cid? No, la cosa tiene guasa: ríete tú de los “Kevin Costner de Jesús” o de los “Felipe Juan Froilán de Todos los Santos”; el sujeto era hijo ilegítimo del Cardenal Mendoza, de la poderosa familia de los Mendoza, o sea que su apellido es Mendoza y su nombre “Rodrigo Díaz de Vivar”. El cardenal, el papi, logró para él su legitimidad (a la mierda el celibato), así como el marquesado del Zenete y el título de Conde del Cid. ¿Adivináis de quién era fan? Y es que en aquella época no había cine ni fútbol.



Por supuesto era la hora de visitar los castillos los turistas: las cuatro de la tarde, aunque la gestión del mismo no se había enterado y sólo lo habría los miércoles de 10 a 13 horas... O algo así.

Después montamos en el coche para continuar camino hacia la Ragua previo desvío de unos kilómetros para visitar al exmarido de una prima mía que decidió volverse rural e irse a vivir a un pueblo de por allí, un pueblo con un nombre curioso: Dólar. El colega en cuestión, Juáncar... En fin, no sé si contar más de su vida, porque atañe a la familia y probablemente algún miembro de ella lea este blog. Y no está bien airear las cosas, ¿no?... Al carajo, tan poco es pa’tanto: Juancar fue compañero de otro primo mío, el cual consiguió endosar a dos compañeros suyos de colegio con otras dos primas (suyas y mías), hermanas entre sí. Juancar tiene la peculiaridad de poder adelgazar y engordar cosa de 30 kilos en poco tiempo. Tuvo diagnosticada fibromialgia, pero se la quitó a base de ejercicio y porros, y lo del ejercicio le vino tras subir con mi hermano y conmigo un par de veces a Gredos; no se imaginaba que pudiera acarrear sus 110 kilos montaña arriba. Pero lo consiguió. Y tanto le gustó que se hizo adicto al deporte... Hasta que, tras separarse de mi prima, conoció a su novia actual y se dejó llevar por la tranquilidad y apaciguamiento de la vida granadina. Ahora tiene una hermosa niña de pocos meses y su hijo mayor de 11 años se ha ido a vivir con él. La vida le sonríe.

No sabíamos dónde vivía, pero en un pueblo tan pequeño todo el mundo se conoce. La visita fue por sorpresa. Y casi no les pillamos, porque acababan de volver de Madrid. Nos tomamos otro café, nos echamos unas risas, conocimos a la novia y a la niña. Y continuamos el camino.

Tras una estrecha y sinuosa carretera logramos llegar, a las siete de la tarde, al puerto de La Ragua, a 1508 metros de altitud. La idea era subir con los sacos hasta el pico de El Chullo donde haríamos vivac. El Chullo está a una altura de 2610 metros, probablemente la mayor altitud a la que hasta entonces iba a subir, pues lo más alto que había estado era en Peñalara, a 2428 metros; es el pico más alto de Almería. A medio camino nos paramos a fotografiar la incomparable puesta de sol. En las inmediaciones de la cumbre, según el mapa, estaban las ruinas de un antiguo refugio, si bien en una guía, aparecía como refugio-vivac. ¿Quién llevaría razón? Claro, que... Estas dudas hube de obviárselas a Gema. Sólo le hice partícipe de ellas cuando hubimos encontrado el refugio en perfecto estado y nos instalamos en él. Previamente habíamos subido hasta la cumbre, ya sin mochilas, a otear el horizonte. Desde allí se veía el Mulhacén, creo, y poco más debido a la calima veraniega.

El refugio era bastante confortable, construido con las pizarras del lugar y con una puerta que se podía trancar, evitando así sorpresas nocturnas, aunque ya me contaréis quién va a andar por la noches por esos parajes... Pues cualquier colgao como nosotros. Cenamos al aire libre unos bocatas y unos melocotones de Guadix, de los que la frutera nos surtió bien (cerca de dos kilos). Extendimos las esterillas, cerramos la puerta, nos metimos en los sacos y hasta el día siguiente...

Miento. Si ya es difícil conciliar el sueño en una tienda de campaña, debido a los ruidos nocturnos imaginaos en un refugio de piedra donde entra el aire por los resquicios, amén de insectos y bichejos de varias clases incluyendo, cómo no, los ratoncillos. En mi cabeza aún rondaba (y ronda) la solitaria experiencia hace cinco años allá en los Pirineos, entre Puigcerdá y Andorra, en un refugio perdido en lo alto habitado por los lirones Careto. Los muy cabroncetes no se cortaban un pelo, campaban a sus anchas. “No es cuestión de molestarles”, pensé, “pero tampoco estoy dispuesto a que me den la noche”. De modo que me coloqué unos tapones en los oídos para así pasar de ellos. Otra cuestión es que ellos pasaran de mí. Y no lo hicieron: cuando más a gusto estaba durmiendo sentí una dentellada en un dedo de la mano. El resto de la noche fue un completo baile-cacería. Por supuesto no pillé a ninguno. Y sí, también había ratoncillos en El Chullo, pero no dieron mucho la tabarra. Les oí hurgar en la bolsa de la comida, la guardé, me puse los tapones de nuevo, me mentalicé a ser mordisqueado y me quedé profundamente dormido.

Hasta que por la mañana escuché (sí, con los tapones todavía puestos) ruidos, pisadas, alrededor del refugio. No sabíamos qué hora era, aunque ya se atisbaba luz por el pequeño ventanuco. Me apresuré a abrir la puerta, no fuera a ser un montañero madrugador. Y no lo era. Era el típico rebaño de cabras montesas (o especie afín) que andaban rebuscando las sobras de nuestra cena. Huyeron espantadas.

El sol todavía no había salido. Quisimos esperarle en lo alto de El Chullo y corrimos, sin desayunar, hasta la cumbre. Pero el sol nos ganó. ¿Y el gusto que te da despertarte en medio del campo, sin ruidos, sin voces? ¿Regar las plantitas con tus aguas menores mañaneras? ¿Escuchar el eco del grito de libertad de tus posaderas?

Cuando estas y otras cosas fueron realizadas, entre ellas el desayuno y la recogida de enseres, emprendimos el camino de bajada. Bonita excursión, sí señor. Aquí están las foticos:






jueves, 19 de agosto de 2010

Pseudocrónica vacacional II (Denia)

Así que en Denia me planté a eso de la una de la tarde y tras dar varias vueltas a la población buscando el Mercadona, porque ya sabemos que el conductor ibérico sólo pregunta cuando empieza a estar desesperado y mareado de dar vueltas; el problema es que preguntar en Denia requiere de un tratamiento especial: "buenas, ¿es usted oriundo de aquí?", o bien, "buenas, transeúnte, ¿es usted dianense?"; dianense, sí, no "deniense"; y es que en Denia, en verano todo el mundo es madrileño, catalán o guiri. Por lo tanto, cuando encontré a un viandante sin chanclas, bermudas, gorrito ni sombrilla plegada al hombro me decidí a preguntarle por el citado mercado.

"¿Cuál de ellos?" fue su respuesta.

La jodimos.

"Pues dígame el más cercano y ya veré allí". Afortunadamente estaba cerca, pero desafortunadamente no era el que yo buscaba. De modo que tras unas llamadas a Gema, nuevas indagaciones urbanísticas, vueltas y más vueltas por calles y rotondas, niños y abuelillos lanzándose desquiciadamente por los pasos de peatones ante el morro de mi coche, logré dar con mi destino.

Allí me esperaban Gema, Laura y Raquel, esta última con una contractura en el cuello que parecía a C3PO moviéndose por el desierto de Tatooine. Nos tomamos una cola allí mismo y tras un paseíto llegamos al puerto donde comimos un arroz a banda, otro con bogavante y una fritura de pescao. Después Laura y Raquel, sin siesta ni descanso parecido salieron para Madrid.

Gema y yo sí sesteamos... La siesta, ese invento tan hispano, tan mediterráneo, tan latino... Y la jodida jornada partida que tiende a eliminarla de nuestras vidas. Media horita y como nuevos. Bueno, en este caso quizá fue algo más de tiempo, no recuerdo bien, pero como había dormido poco...

Y tras esto a la playa... La playa... Aquí es donde aparecerá el debate sobre el asunto. Y es que la playa, al igual que la montaña, es un concepto filosófico en sí mismo. Cuando oigo la palabra "montaña" automáticamente pienso en rocas, senderos, botas, mochila, piornos... Pero cuando oigo "playa"... Lo primero que se me viene a la cabeza es "¿qué coño hago yo en la playa?" ¿Acaso soy Di Caprio o nuestras playas son como Ko Phi Phi Le? Bueno, en realidad eso es lo segundo en que pienso; lo primero es sol, arena, sombrilla, calor, lagartijas humanas alrededor sobre toallas de colores. Todo el día tirado al sol con leves pausas humidificantes, auténticas oportunidades para salir del agua marina con todo tipo de urticarias conocidas, producidas por esos organismos pobladores de las costas al otro lado de la orilla: medusas, peces araña, erizos... A Gema le picó una medusa. A mí me gusta nadar, pero entre los bichos y las olas uno no se encuentra a gusto: el mar no es para nadar; nadar en el mar es como una especie de mal necesario.

Evidentemente no todas las playas son iguales. En España tenemos al menos dos especies de playa: las del Mediterráneo y las del Atlántico/Cantábrico. Seguro que ya os imaginaréis que a mí me gustan más las del Atlántico. ¿Por qué? Porque al ser las aguas más frías hay menos medusas, menos bichos infectos y porque las olas son más grandes. Me encanta nadar en la rompiente de la ola, que te dé vueltas y salir mareado. Pero salvo que haya temporal, el Mediterráneo no tiene olas de ese tipo. 

En la montaña también da el sol, por supuesto, y a más altitud, más perjudicial (por cada mil metros de altitud la radiación ultravioleta aumenta un 7%). Por eso voy ataviado cual tuareg. Pero en la playa no pega un tuareg, has de estar en bañador, luciendo tu porte musculoso y peludo (lo del pelo no deja de ser una protección, eh). Y luego está la arena, la omnipresente arena, que se cuela por todo los intersticios de tu cuerpo, llegando a encontrarla hasta bajo el prepucio, no digamos ya en orejas, ombligos, culos, huecos interdigitales, etc. Y es que a uno, en cuanto se tumba en la playa, le da por hacer todo tipo de tonterías con la arena, da igual el estado de humedad de ésta, la arena da mucho juego: el juego básico (en cualquier estado) consiste en recoger un puñadito y soltarla lentamente sobre tu piernas, una vez conseguido el montoncito se extiende sobre toda la pierna usando los dedos a modo de espátula dejando una fina película, todo ello con el leve cosquilleo que produce la arena en nuestra piel. Existe la variedad exfoliante del jueguecito consistente en apretar un poco más fuerte la arena contra la piel mientras se arrastra por toda la pierna, pero siempre corremos el peligro de arañarnos con cristalitos, conchitas o piedrecitas algo más voluminosas que los granitos de arena. Esto fue lo que me pasó esa tarde de sábado, 31 de julio. Y es que en la playa uno no sabe qué hacer después de meterse en el agua... En el agua tampoco sabe lo que hacer, pero es más fácil inventarse tonterías subacuáticas, además estamos en ella poco tiempo. Por supuesto todas estas consideraciones están hechas desde y para mentes adultas... O adulteradas (¿os habéis fijado en que la raíz de las palabras es la misma?) respecto de la pureza de la mente infantil. La mente adulta es una mente ya cargada con fardos de obligaciones, represiones, cansancios, lujurias...

Cogimos el coche por la tarde, después de la siesta, y nos encaminamos hacia una de las playas en la que no hubiera tanta gente como en las más cercanas a Denia. 10 ó 12 km. por la carretera de la costa, hacia el norte. Lo cierto es que me sorprendió la urbanización de la costa, y no por lo mucho, sino por todo lo contrario: ya os he dicho que no soy muy de playa, por lo que no conozco el litoral; pensaba que toda la costa mediterránea era un continuo de hormigón de siete alturas, pero no, había casitas (o casotas) bajas con calles cada ciertos metros que llevaban a la playa. Llegaríamos a eso de las siete u ocho de la tarde, cuando ya no hacía calor... Y entonces sí, esa es la playa que a mí me gusta, sin gente, sin sol. Nos bañamos, nos sentamos en la arena, me hice la exfolación con arañazo incluido, vimos la puesta de sol, nos azotó el aire de lo lindo levantando la arena, cenamos en un chiringuito chillout... Todo muy romántico. ¡Y que uno a estas alturas tenga que estar todavía removiendo prejuicios!


A la vuelta vimos una palmera ardiendo, una palmera alta en medio de un erial ya quemado. ¿Accidente? ¿Recalificación? ¿Gamberrada? ¿Folclore? Y es que ya se sabe que estos levantinos son muy dados al fuego y al ruido: fallas, petardos, mascletás...


1 de agosto.

A la mañana siguiente, domingo, no éramos capaces de encontrar un bar en el que tomar un café en condiciones, ya que el hotel en el que nos alojábamos tenía una maquinilla infernal de esas cuyo café sabe horriblemente mal. O sea que dimos bastantes vueltas hasta conseguirlo... Y eso siempre te pone de mal humor: no poder tomar un café en condiciones por la mañana es lo peor.


Una vez conseguida y administrada convenientemente nuestra dosis ya estábamos listos para poder comenzar una larga jornada de turismo. Y es que si algo me ha quedado claro estas vacaciones es que "hacer turismo" es una actividad tremendamente dura: todo el rato estás de allá para acá, ya sea andando, ya sea en vehículo; todo el rato viendo cosas, intentando asimilar la belleza, la historia, la importancia de las cosas. Haciendo turismo uno acaba muy mareado, pues realiza un gran esfuerzo de concentración, aunque luego no sirva para nada, pues de tanto que has visto ya no te acuerdas ni de la décima parte; claro que, afortunadamente, para algo están las fotos; es como cuando estudiábamos los exámenes: al terminar no nos acordábamos de nada. Lo de las fotos merece un capítulo aparte: la fotografía digital ha posibilitado que se hagan fotos indiscriminadamente a todo lo que nos rodea, con valor estético o sin ello... Luego llegan, en septiembre, las interminables sesiones de fotos de los colegas. Aunque también afortunadamente esto está cambiando con los blogs y con el feisbuk: se colocan ahí las fotos y el que quiera que las vea. De todos modos yo espero moderarme.


Pues bien, salimos hacia Jávea para ver unas grutas que decía la guía digital que estaban muy bien... Pero nunca llegamos, pues también queríamos ver el cabo de San Antonio, unos acantilados bastante impresionantes, con calas, etc. Llegamos al cabo, nos dimos una vueltecita por allí para ver si podíamos bajar a las calas, pero nanay, allí solo se llega en barco, el único sendero que había era un PR que iba de Jávea al Montgó. Así que tras recorrernos los alrededores del faro volvimos a subir a la furgoneta y emprendimos camino a Jávea. 


Pero héte aquí que antes de salir a la carretera de la costa (la CV-736) vimos entrar un coche por un camino que indicaba "Cova Tallada" y dijimos: "Vamos a investigar". Total que nos metimos por el camino hasta que el coche no podía andar más de lo estrecho que se volvía, momento en que lo abandonamos para continuar andando pertrechados con mochila, bastones, comida y bañadores (por lo que pudiera pasar). El sendero se encaminaba hacia los acantilados, y en medio de ellos se habría un hueco cuya pendiente era más accesible, si bien había cadenas en las rocas para descender agarrado a ellas.


Llegamos a una especie de calita rocosa nada espectacular y aunque el camino parecía seguir hacia abajo, creíamos que era para bajar al agua. Como el sitio no era muy bonito decidimos buscar otro lugar más apropiado para el baño siguiendo el caminillo paralelo al acantilado. En un momento dado, al lado del camino se habría un agujero; cuando miramos por él vimos una cueva impresionante con gente dentro: estábamos sobre el techo de la cueva, a unos diez metros de altura. Intentamos buscar la entrada pero no dábamos con ella, pues estaba en el primer camino que habíamos dejado, el que descendía al agua. Tras hablar con un enterao procedimos a internarnos en la cueva.


El espectáculo era impresionante: una gran cueva en una de cuyas partes penetraba el agua (había piragüistas). Había gente aunque no demasiada, pues para llegar allí había que dar un buen paseo amén de salvar el paso de las aguas. Así que buscamos nuestro sitio, nos pusimos los bañadores, las gafas y los escarpines y nos sumergimos en unas aguas límpidas donde el personal estaba haciendo esnórquel: si impresionante era la cueva, más lo era el fondo marino, con sus rocas cubiertas de algas y sus peces rallados del tamaño de una mano. Allí estuvimos disfrutando del panorama hasta que me topé con una blanca bolsa de plástico (como para llevar la compra del día) que no era una bolsa, sino una medusa, pues no tenía asas y sí unos cortitos tentáculos; menos mal que eran cortos, pues los tentáculos son lo peligroso de las medusas. ¿Sabíais que las medusas tienen dos tipos de reproducción? Una sexual y otra asexual... Bueno en realidad son dos fases de la misma reproducción. Las medusas se reproducen sexualmente; de los huevos fecundados se desprende una larva que se transforma en pólipo enganchado a las rocas, y cuando crece se divide en varias medusas. Para más información consultad la sacrosanta wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Medusa_(animal)

Más abajo encontraréis fotos de la cueva, no son muy buenas porque están hechas con el móvil, pero en la siguiente web encontraréis más:
http://www.linkalicante.com/cova-tallada-denia-javea-cueva-acantilados-mar-montgo/
Se trata de una cueva inicialmente natural, pero después fue utilizada como cantera para extraer las piedras del castillo de Denia y, por lo tanto, agrandada. Un sitio altamente recomendable.


Después fuimos andando hasta Les Rotes, la última zona urbanizada de Denia con sitio para bañarse y echarse siesta. Tras ésta me entro la vena arácnida y me puse a practicar boulder con bastante soltura, si bien la salida del mismo no fue demasiado agraciada: salté desde metro y medio, más o menos, pero al estar de espaldas al suelo no calculé bien la rotación y a punto estuve de partirme la crisma contra una roca tras recular en cuclillas unos cuantos pasos; en el último de ellos noté cómo se distendía alguna parte de mi pierna derecha. Pensé que ya se me habían acabado las vacaciones. Todo esto, claro está, lo sufrí en silencio, pues lo peor que te puede pasar es hacer el nota delante de la gente, pegarte una hostia y hacerte daño. Si te pegas la hostia debes levantarte con dignidad, sacudirte el polvo e irte sin cojear hasta donde nadie te vea para poder llorar, gritar y cagarte en ... Todo. De modo que durante todas las vacaciones he estado jodido de la pierna... Y aún así logré subir al Mulhacén. De todas formas eso no fue lo peor que me pasó durante las vacas. 


Después de mi mala caída subimos andando hasta la Torre del Gerro, una torre de vigilancia renacentista y, tras ello volvimos andando hasta donde estaba el coche, pinchándonos y arañándonos con las plantas del lugar, amén de acojonados por lo cerca que pasábamos de un campo de tiro en el que, como su nombre indica, estaban pegando tiros.

Tras esta aventura pseudosenderista quisimos bañarnos en una playa como Dios manda, pues todo lo que habíamos encontrado eran rocas, así que repetimos la operación del día anterior, chiringuito incluido. Pero no, creo que al final no nos bañamos; no apetecía.


En fin, aquí están las fotos:

domingo, 3 de enero de 2010

Camino Soria

"Todo el mundo sabe que es difícil encontrar
en la vida un lugar
donde el tiempo pasa cadencioso y sin pensar
y el dolor es fugaz.
A la ribera del Duero
existe una ciudad
si no sabes el sendero..."

Todavía no comprendo cómo durante cuatro días en Soria ni en un momento me acordase de la Canción de Gabinete Caligari. Quizá es porque no hubo ni siquiera un momento en el que no estuviese pendiente de todo lo que me rodeaba. Bien, lo cierto es que tampoco llegamos a Soria capital.

Escribo esto con un poco de retraso, ya que el viaje lo hicimos en el puente de la Constitución y las Conchas, pero es que tenía que seleccionar y retocar las fotos. Es ésta una entrada básicamente de fotografías pues la verdad es que no corrimos ninguna aventura fuera de lo normal, ¿será que me estoy volviendo prudente? Por supuesto la mayoría de las fotos están tomadas por Gema, si hay alguna mala seguro que es mía.

La cosa es que teníamos pendiente el viaje a Soria, a la Laguna Negra, pues quisimos hacerlo en Octubre, pero al final nos decantamos por Monfragüe, que en aquellas fechas sería un mejor sitio para ir con la tienda. Evidentemente en esta ocasión nada de tienda, hostalito calentito.

Sábado, 5-dic

Salimos desde el Escorial, temprano, en una soleada mañana de otoño, nos metimos en el túnel y al salir a Segovia nos encontramos con una mañana nublada. (a lo largo del día el tiempo fue mejorando). Cogimos la N-110 y nos plantamos en Ayllón a tomar café y estirar un poco las canillas. También sacamos algunas fotos. Las casas son del color de la tierra, arcilla roja. Destaca la Iglesia de San Miguel, románica del s.XIII, aunque muy reformada, con su imponente espadaña y su ábside:




Luego continuamos el camino, abandonamos Segovia para entrar en Soria, la tierra cambió de color, ahora amarillo, y llegamos a San Esteban de Gormaz, a orillas del Duero, donde un leve vistazo a las ruinas de su castillo, a sus bodegas en la roca y a sus cárcavas, bastó para detener nuestra marcha motorizada y caminar por sus calles, subiendo hasta la Iglesia de Nuestra Señora del Rivero, desde donde hay unas magníficas vistas.



Pocos kilómetros más adelante nos encontramos con el Burgo de Osma, famoso por muchas cosas, aunque yo lo recordaba porque de pequeño fui con mis padres a la matanza del cerdo... Bueno, recordar, recordar, es mucho decir; digamos que sabía que había estado allí, en realidad sólo recuerdo los chillidos del cerdo. Aquí no hicimos tantas fotos y las que hicimos... Como veis a Gema le gusta mucho eso de las ruinas... ¿por eso le gusto yo? Tendré que hacérmelo mirar. El mundo está lleno de ruinas y zanjas.

Estuvimos dentro de la catedral, para pasar a la cual tuvimos que pagar dos euros, euros que según la leyenda (la del cartel de la entrada, no la del Burgo) irían al mantenimiento de la misma catedral... Bueno si es así... Pago (al menos no son las doce libras de la Abadía de Westminster o la Catedral de San Pablo). Aquí están las fotos:



Y por fin llegamos a nuestro destino. No, tampoco, nuestro destino estaba dos kilómetros más allá, o uno, que no saqué el GPS para medirlo. Llegamos a Molinos de Duero con un hambre atroz, y fíjate por dónde, llegamos tarde para disfrutar de la fiesta de la matanza, o sea de lo que dieran o diesen comestible. La plaza del pueblo estaba ensangrentada (no sabemos si del cerdo o de algún mozo que se cayó de la cucaña). Comimos y nos dimos un pirulo hasta Salduero, éste sí nuestro destino; hicimos acto de presencia en el hostal y volvimos a por el vehículo. Imponente el viacrucis del camino. Fijaos en el espíritu oscuro que reflejan las fotografías: sangre, cruces, ánimas, setas venenosas, muerte, noche, fantasmas de niños ahogados en el Duero... Soria, al fin y al cabo; Bécquer.



Cenamos, no me acuerdo dónde, y ya sin un ápice de luz volvimos a la orilla del Duero, cruzamos el puente, iluminado con pequeñas lucecitas en el suelo así como con luces que cambiaban de color bajo los arcos (muy Disney, nada tétrico) y volvimos a hacer el viacrucis hasta Molinos; sin luces, sin valor, acojonado (aunque no lo mostrase, que para eso era el hombre de la pareja... Otra cosa es que se notase); ridículo, porque el acojone era debido a unos perros que había visto por la tarde y que tendrían más miedo ellos de mí que yo de ellos. Menos mal que siempre me aplico el cuento: "ten más miedo de los vivos que de los muertos, y más miedo de los animales de dos patas que de los de cuatro" (y no va por las gallinas, claro). Lo cual nos lleva de nuevo a la canción del Urrutia:

"Cuando divises el monte de las Ánimas
no lo mires, sobreponte
y sigue el caminar".

Lo chungo no es tener miedo, eso es humano, sino sucumbir a él.

Domingo, 6-dic

El día siguiente se despertó lluvioso, pero tampoco íbamos a sucumbir ante la lluvia, ¿no? No hicimos doscientos y pico kilómetros para quedarnos en el hostal. Había que salir y el plan era la Laguna Negra y el Urbión. En fin, ya os puse las fotos de la Laguna en la felicitación de las Navidades (de todos modos aquí las dejo otra vez), así que ya imaginaréis el día que tuvimos y lo que pudimos hacer: llegamos al aparcamiento donde ya se podían ver restos de la última nevada. Subimos a la Laguna, tiramos unas fotos y continuamos por el camino que lleva al Urbión. Si no me puse los crampones fue por ir en las mismas condiciones que Gema, pero vamos, no me hubieran sobrado. En ningún momento dejó de llover, solo que, una vez superadas las paredes de la Laguna, la lluvia se convirtió en nieve. Como además ya no nos protegían las paredes el viento corría que daba gusto. Viento y nieve igual a ventisca, uno de los fenómenos atmosféricos más desagradables; a eso añádele niebla de vez en cuando y el acojone de la noche anterior se quedaba pequeño, pues, digamos que existían elementos más objetivos para causar ese miedo. Además no estaba yo solo. O sea que del Urbión, nada de nada. Intentamos dar la vuelta a la Laguna por encima, pero no terminé de verlo claro (había mucha niebla) así que nos dimos la vuelta. Lo dejaríamos para el día siguiente si el tiempo acompañaba.



Lunes, 7-dic

Pero al día siguiente el tiempo no acompañó. ¿Íbamos a quedarnos en el hostal? No, tampoco. La noche anterior habíamos llegado a trazar una serie de planes alternativos que activaríamos en función de las inclemencias atmosféricas. Si hacía buen tiempo volveríamos a la Laguna, si hacía malo iríamos al Cañón del Río Lobos y si hacía peor iríamos a Soria capital o pueblos de los alrededores. Así que como sólo hizo malo, fuimos al Cañón, que por supuesto yo no conocía. Desde San Leonardo de Yagüe nos equivocamos y fuimos hacia Santa María de las Hoyas, llegando al Puente de los Siete Ojos (puente sin valor arquitectónico ninguno). Aquí nos volvimos a equivocar y comenzamos a andar por el cañón hacia Hontoria. Sólo encontramos dos almas amén de los buitres (mas no entraremos en disquisiciones teológico/biológicas acerca del alma de las bestias). Y el paisaje una preciosidad, aunque no fuera tan espectacular como el que hay por la parte de la ermita. Al principio lloviznaba un poco pero dejó de hacerlo y puede que incluso saliese el sol en algún momento. Aquí tenéis las fotos:



De todos modos no me importaba mucho no haber visto la parte guapa del Cañón, ya que tampoco estaba en el programa. Por la tarde-noche hicimos una paradita en San Leonardo para tomar un café y comprar algo de cena. Y vimos el castillo iluminado, y subimos a la colina para verlo de cerca y hete aquí que llevaba en el bolsillo del forro polar el frontal, pues en el cañón anduvimos metiéndonos en algún que otro hueco, así que nos lo recorrimos también por dentro. Una pasada, y una lástima que se encuentre en ruinas. Lamentablemente no disponemos de fotografías, buscadlas en la red.

Martes, 8-dic

Y el último día se levantó algo mejor que el anterior, pero no lo suficiente como para subir al Urbión, pues estaba nublado (y a esas alturas las nubes son niebla). Así que, gracias a que nos equivocamos el día anterior, pudimos activar de nuevo el plan B: Río Lobos, esta vez, sí, desde la ermita.

Lo más destacable del paseo, aparte de los buitres y las formaciones calizas erosionadas por el río, fueron las cuevas, en las que nos dio por meternos. Una de ellas por lo menos tenía 25 o 30 metros de profundidad (a lo largo, no a lo alto), con un murcielaguito colgado justo en el tramo más estrecho; pero logramos pasar sin molestarle. En fin todo muy bonito; hasta nos hizo sol.





Y como colofón, por petición expresa de Mirwav y como club de fans del Reno Renardo que somos, metemos su famosa versión del Camino: