martes, 7 de septiembre de 2010

Pseudocrónica Vacacional VI (Válor y Pedro Antonio de Alarcón)

Viernes, 6 de agosto, 8:00

Nos levantamos con ánimos de descubrir nuevos horizontes alpujarrienses... Aunque en realidad el horizonte era siempre el mismo: La Contraviesa y Lújar. Pero se entiende, ¿no? Habíamos agotado las posibilidades de Laroles.

Llegamos en coche hasta Válor, donde encontramos un curioso mural anunciando varios de los negocios allí montados, la mayoría con tipografías pseudo-árabes. Pasamos más bien de largo, porque no nos pareció que el pueblo tuviera mucho que ver o, al menos, mucho distinto de lo visto anteriormente. Pero esta sensación probablemente estaba causada por nuestra supina ignorancia.

¿Habéis oído hablar de Fernando de Válor y Córdoba? ¿Y de Abén Humeya? ¿Y de Pedro Antonio de Alarcón? Bueno, pues los dos primeros fueron el mismo. "Aben Humeya" fue el nombre que se dio el noble Fernando de Válor como caudillo de la sublevación de los moriscos en la Alpujarra (1568). Y como bien os podéis imaginar era de allí mismo, de Válor; de hecho existían varios establecimientos con el nombre morisco. De todos modos no estuvo mucho tiempo dirigiendo la rebelión, porque al parecer era un poco déspota y en 1569 fue asesinado en su palacio de Laujar de Andarax (las dos palabras agudas), no muy lejos de Válor, por seguidores de alguna otra facción de los sublevados. Le sucedió su primo Abén Aboo. La cosa se les fue de las manos a los moriscos llamando a bereberes y turcos, de modo que Felipe II mandó a don Juan de Austria a sofocar la rebelión, lo que consiguió en 1571, un año después. Seguro que por allí habría alguna casucha con una placa indicando "aquí vivió Aben Humeya" o cosas por el estilo, algún museo morisco; todo mentira, pero joer hay que promocionar el turismo.

Pedro Antonio de Alarcón era otro de los nombres que por allí se veía mucho en plazas, calles, etc. Fue un escritor e historiador granadino del siglo XIX, aunque murió en Valdemoro... Todo esto lo he leído después de volver de allí. Uno de sus mayores éxitos literarios fue precisamente La Alpujarra, de 1873, libro que estoy leyendo ahora.

La verdad que no es lo mismo viajar al tuntún que habiendo leído cosas sobre el lugar al que se pretende ir. Hace poco escuché una entrevista con Cristina Morató, presentadora de la tele y escritora, y decía precisamente esto, pero decía que había que leer a los viajeros, no las guías de viaje actuales. Si hubiera leído antes a Alarcón quizá me hubiera sentido de otro modo viajando por allí, respirando aires históricos:

[...] y di cabida al no menos temerario propósito de salvar un día las eternas nieves que cierran al Sur el limitado horizonte de Guadix, a fin de descubrir y recorrer unos misteriosos cerros y valles, pueblos y ríos, derrumbaderos y costas que, según vagas noticias (tal fue la fórmula de aquel genio sin alas), quedaban allá atrás, como aprisionados, entre las excelsas cumbres de la Sierra y el imperio líquido del mar...

Porque aquella región, tan inmediata al teatro de mis únicas puerilidades legítimas, y de la cual, sin embargo, todo el mundo hablaba sólo por referencia; aquella tierra, a un tiempo célebre y desconocida, donde resultaba no haber estado nunca nadie; aquella invisible comarca, cuyo cielo me sonreía sobre la frente soberana del Mulhacén, era la indómita y trágica Alpujarra.

Allí (habíame dicho en sustancia el amigo de las ruinas, y repitiome luego la Madre Historia) acabó verdaderamente el gigantesco poema de nueve siglos que empezó con la traición de D. Julián y que juzgó terminado ISABEL LA CATÓLICA con la toma de Granada; aquélla fue la Isla de Elba del desventurado BOABDIL, desde su memorable destronamiento hasta que se vio definitivamente relegado a los desiertos de la Libia; allí permanecieron sus deudos y antiguos súbditos, durante ochenta años más, legándose de padres a hijos odios y creencias, bajo la máscara de la Religión vencedora; allí estalló al cabo el disimulado incendio, y ondearon nuevamente entre el humo del combate los estandartes del Profeta; allí se desarrolló, lúgubre y sombrío, el sangriento drama de aquellos dos príncipes rivales, descendientes de Mahoma, que sólo reinaron para llevar a un desastroso Waterloo el renegado islamismo granadino; y allí fueron, no ya vencidos, sino exterminados, aniquilados y arrojados al abismo de las olas, sus últimos guerreros y visires, con sus mujeres y sus hijos, con sus mezquitas y sus hogares, único modo de poder extirpar en aquellas guaridas de leones la fe musulmana y el afán de independencia.- La nube de alarbes que entró por el Estrecho de Gibraltar como tromba de fuego, y que por espacio de ochocientos sesenta años recorrió tronando el cielo de la Península, desbaratose, pues, entonces, y volvió de España al mar, en arroyos de lágrimas y sangre, por las ramblas y barrancos de la despedazada Alpujarra.

Buscar (para adorarlas poéticamente) en los actuales lugares y aldeas de aquella región, las ruinas de los pueblos que dejó totalmente deshabitados la expulsión de los moriscos; evocar en toda regla entre los nuevos alpujarreños, oriundos de otras provincias españolas, los encapuchados fantasmas de los atroces Monfíes o de los airosos caballeros árabes que componían la corte militar de ABEN-HUMEYA y ABEN-ABOO; seguir los pasos de estos dos régulos de aquellas montañas, y lamentar patéticamente los funestos amores del uno, la cruel desdicha del otro, las traiciones que los pusieron frente a frente, y las catástrofes que de aquí se originaron, todo ello en el propio paraje en que aconteció cada escena; saludar (o maldecir en nombre de un equívoco sentimiento cosmopolita) los campos de batalla inmortalizados por las victorias de los Marqueses de MONDÉJAR y de los VÉLEZ, del Duque de SESA y de don JUAN DE AUSTRIA, y discernir, con toda la severidad correspondiente, los calamitosos resultados que trajo a la común riqueza la política intolerante de FELIPE II y FELIPE III; -tal fue, en resumen, el interés histórico que ofreció desde entonces a mi imaginación la idea de un viaje a las vertientes australes de Sierra Nevada [...]

En fin, leyendo cosas así a uno le dan ganas de dejar estas aficiones pseudo-literarias; y además se aprenden otras muchas cosas, por ejemplo que el deseo de Re(quete)conquista de Alándalus por parte de Alqaeda no es una cosa que se le ocurriera a Bin Laden una tarde después de lo de las Torres Gemelas; ya da noticia de ello Alarcón: 

Las tradiciones y noticias de los moros y judíos de 1860 acerca de la estancia de sus mayores en nuestro suelo eran menos inexactas y borrosas cuando se trataba de la Alpujarra, y de la Guerra de los moriscos, que cuando se referían a otros territorios y sucesos de Andalucía. El último héroe musulmán de España, ABEN-HUMEYA, inspirábales especialmente una profunda veneración, como si vieran en él un modelo digno de ser imitado en Ceuta y en Melilla por los marroquíes sujetos a la dominación cristiana.

Ni era esto todo: aquellos fanáticos islamitas, semibárbaros en su vida externa, místicos y soñadores en lo profundo de su alma, dejábanme entrever, cuando la afectuosidad de una larga conferencia los hacía menos recelosos y desconfiados, esperanzas informes y remotas de que la morisma volviese a imperar en nuestra patria; y entonces, al expresarme la idea que tenían de la hermosura de estos sus antiguos Reinos, celebraban sobre todo la comarca granadina, y, nominalmente, algunas localidades alpujarreñas, avergonzándome de no haberlas visitado; ¡a mí, que las tenía tan cerca del pueblo de mi cuna!

También Alarcón da una extensa lista de los escritores e historiadores que le acompañaron a lo largo de su viaje por La Alpujarra... Supongo que le acompañarían desde su memoria, porque si no a ver dónde iba con tanto libro. Claro que teniendo en cuenta que iba con burros y criados...

Los criados habían salido el día anterior, a esperarnos en la Venta de Tablate; esto es, a seis leguas de Granada, al pie del flanco occidental de la gran Sierra...

Hasta allí iríamos en la Diligencia de Motril, que dejaríamos (o más bien ella nos dejaría a nosotros) en aquella venta, desde la cual arranca el camino de Lanjarón.

Y como el tal camino se convierte luego en sendas de palomas, según indicamos en los PROLEGÓMENOS, habíamos prevenido también que en Órgiva (donde haríamos noche) nos aguardasen mulos del país (calificados de irreemplazables para las asperezas extraordinarias) [...]

Por cierto, no sé si ya habré dicho que Gema y yo hicimos el camino al contrario, de este a oeste, cosa de la que después nos arrepentimos un poco... Claro, si es que teníamos que haber leído antes. Sólo así podríamos habernos emocionado más subiendo al Puerto de la Ragua... O incluso haber no haber subido al Chullo, por miedo a helarnos (nunca se sabe qué es mejor):


La Sierra, no es franqueable en todo el año, sino algunos pocos días del mes de Julio («entre la Virgen del Carmen y Santiago» -dicen los prácticos del terreno), y eso con insufrible fatiga y peligros espantosos... Cierto que por la parte de Guadix, casi al extremo de la cordillera, hay un Puerto, llamado de la Ragua (Rawa se escribía antes), al que conducen escabrosísimas sendas, y por donde es algo frecuente el paso en días muy apacibles, si bien nunca en el rigor del invierno; pero, así y todo, se han helado allí,en las cuatro Estaciones, innumerables caminantes, de resultas de los súbitos ventisqueros que se mueven en aquel horroroso tránsito.

Un pelín exagerado sí era el amigo, que aunque eran otros tiempos y no había las carreteras de ahora (que tampoco es que sean autopistas), los veranos son los veranos... Aunque con el cambio climático uno ya no sabe.




Pues eso, que dejamos Válor atrás ignorantes de su historia. Bueno, siempre se puede volver otra vez.


Claro, el problema de leer a Alarcón al tiempo que cuento nuestras andanzas es que vamos en direcciones opuestas, debería establecer una moratoria en la publicación de mis memorias al menos hasta que el escritor llegase a este punto, Válor. Y así al menos ir contando mis cosas y las suyas. De todos modos esto no es lo difícil. Lo más chungo es que en el pueblo siguiente vivió Gerald Brenan, otro enamorado de la tierra, autor de Al sur de Granada.

No sé ya veremos, de momento basta por hoy.