martes, 30 de octubre de 2007

Muxía y la abuela bloggera


Muxía, zona cero en el desastre del Prestige, final del Camino, una pena llegar allí en un día soleado, sin olas, sin viento... Eso no es Galicia, esa no es la Costa de la Muerte, sino un Mar Muerto. Llegar a esa cala paradisíaca tras 30 duros kilómetros y no probar sus aguas, solo queríamos llegar al albergue y descansar, dejar la mochila, dejar de andar, fin de la aventura.

La mala suerte nos alejó de nuestro destino y nos llevó al Santuario, auténtico final del Camino. Después nos llevó a comer al bar de los camellos; demasiado brasas, los chicos. Muxía no tiene nada, sólo el Santuario y un albergue de diseño aséptico y minimalista, un asco.

Sin embargo, siento buenos recuerdos al leer cosas como las que siguen.

Hace poco metía una nueva cita en la descripción del blog y hace menos recibía noticia del blog de la abuela --gracias, Mari Carmen (mi prima de Donosti)--, un blog que ilustra a la perfección cómo hay personas que no caen en la zanja o que saben salir de ella.


sábado, 20 de octubre de 2007

Camino Santiago VIII: 4 agosto (continuación)

Anduve, pues, un rato hablando con David acerca de las virtudes de la cocina y de la dieta de la sangre, una dieta consistente en no comer determinados alimentos dependiendo de tu grupo sanguíneo, dieta que seguía él, yo bastante tuve con no comer carne (muerta) durante 12 años.

Un poco más tarde conocí a su hermano Javier y la novia de éste, Sonia; eran una pareja genial que se aficionaron a mis modelos de calzoncillos y solo esperaban el momento de la ducha para verme desfilar entre las literas con paso firme y decidido a pesar de las chanclas amarillas, que escurrían lo suyo tras mojarse. En estas situaciones uno siempre intenta sacar algún provecho, de modo que en varias ocasiones les propuse menasatruases, pero nunca querían: que si a Sonia le duele la cabeza, que si yo (Javier) estoy muy cansao y no se me levanta... Excusas.

Bien, lo cierto es que no empezaría a conocerles hasta haber llegado a Larrasoaña (el pueblo más castaña). Lo más destacable del camino hasta allí fue el paso por Zubiri; nos detuvimos a refrescarnos los pies en el río y luego a comer un bocadillo. Resultó que estaban en fiestas y a esas horas actuaban los gigantes y cabezudos: cuatro gigantes ataviados con una mezcla de vestido folclórico y vestimenta medieval que bailaban dando vueltas y vueltas, algo digno de ver... Y de oír si no hubiera sido por una de las trompetillas que llevaba la banda, demasiado estridente. Los cabezudos, en cambio, eran un coñazo: se dedicaban a perseguir a los niños del pueblo dándoles con una especie de maza forrada con gomaespuma; cuando los niños se escondían y no podían alcanzarles la emprendían con turistas y peregrinos... Eran aberchales disfrazados.

Había entrado yo a la tienda de ultramarinos (a saber qué vendían en estas tiendas antiguamente, cuando les pusieron el nombre) con el otro Javier, el fumador, del que tanto tiempo llevo sin hablar, aunque el otro día hablé con él por teléfono (no mucho, porque estaba yo en el curso; así que he de volver a llamarle). Acordamos comprar el pan conjuntamente. Lo cogió él y mientras yo esperaba a que me atendiesen, él fue a buscar tabaco... Y no volvió, como en el chiste. De modo que tras esperar un rato largo, tomando una cerveza eso sí, aunque temeroso del mazazo de algún cabezudo, me compré yo el pan y me hice el bocata, supongo que de queso.

El trayecto desde Zubiri hasta Larrasoaña fue uno de los más duros que tuvimos en todo el Camino, y no por la orografía, sino por el calor que hizo a partir de mediodía. Lo peor fue pasar por una especie de cantera donde no había ni un árbol y las rocas reflejaban el sol y desprendían mucho calor. De modo que tras llegar a Larrasoaña y ver el río, el mismo que pasaba por Zubiri, el mismo que atravesaba la cantera, mi cabeza quedó prendada de él y sólo pensaba en el modo de bañarme a las vistas de las gentes, pues no llevaba bañador.

Tras realizar los trámites pertinentes (sellado de credencial, toma de posesión de litera, etc, etc.), convencí a una catalana para que se viniera conmigo al río... ¡Y yo me la llevé al riiiiiiiiiíííooo! Pero nada. La chica, en cuestión había llegado al Camino huyendo de las gentes de su pueblo, en Gerona, que la atosigaban. Ya se sabe: una madre soltera, un pueblo pseudo-cafre. Necesitaba “respirar, descubrir el aire fresco y decirle a la mañana patatín... patatán”. Ah! Qué gran invento internete, con Google y la Wikipedia: le permiten a uno sentirse un poco menos ignorante; a mis años no sabía, o no recordaba, ya que puede ser que lo hubiera aprendido, que Medina Azahara existía como ruinas arqueológicas, que no era sólo una leyenda. Una medina le hubiera levantado yo a la catalana, pero como ya os he dicho estaba allí para oxigenarse. También he dicho que no tenía bañador (yo, la catalana sí), pero como mis gallumbos (por cierto, esta palabra no está en el diccionario) son de pata larga, o sea hasta medio fémur, podían pasar por bañador... Si no hubieran llevado la abertura vertical para sacarla a paseo (ya sabéis), según me hicieron notar después... Después de haberme paseado por todo el pueblo en gallumbos coloraos.

El río estaba lleno de cangrejos americanos, lo cual no inspiraba mucha confianza, ya que un mordisco en un dedo podía hacer pupa, y los pies había que cuidarlos al máximo. Peor fue descubrir que muchos de los cangrejos estaban muertos... Menos confianza todavía... La verdad es que debajo del puente olía un poco a podrido. Pero todo fuera por refrescarnos. Al lado del puente había una especie de playita bastante cutre y allí nos arremolinamos peregrinos, gente del pueblo y gitanos que estaban de paso. Comí junto a la catalana y me contó su vida.

El resto de la tarde lo pasamos en calzoncillos en el callejón que unía el barracón (albergue) con la calle principal. Las gentes del pueblo pasaban por dicha calle y miraban hacia nosotros/as quedándose con caras de indignación unos, de estupefacción otros: “todos los años el mismo espectáculo”, “peregrino mangurrino”... Lo cierto es que fue el pueblo más hostil en el que caímos de todo el Camino. Ya empezamos a notar maneras en la hospitalera, pero los regentes del bar-restaurante se llevaron la palma. Tuvieron varias broncas con los peregrinos. Una de ellas fue con David, Javier y Sonia. Los chicos llegaron al bar a pedir unos bocadillos, pero se ve que solo querían vender menús (¿o menúes?), de manera que les dijeron que no tenían, que se fueran a peregrinar a la Meca, a ver si allí les daban bocadillos. Hubo que sujetar a David para impedir que saltara la barra y le agarrara del cuello, le metiera la butifarra (una que había por allí, no penséis mal) por la garganta hasta que se pusiera morao y luego le pasara por el cortafiambres para hacerse el bocadillo. ¡Joputa! De manera que salieron del bar con el mismo hambre con el que entraron, al que se añadía ahora la angustia de la impotencia, eso que produce las úlceras. Cuando le contaron esto a Javier, el que se fue a comprar tabaco, éste se deshizo de su cena para que los chavales pudieran comer algo.

El pueblo en cuestión, Larrasoaña, no disponía de comercios salvo el bar, gozaba del monopolio, el muy cabrón, de modo que no había posibilidad de comprar nada. Pero héte aquí que la madre y la hermana de David y Javier (que, como he dicho en otra ocasión, son hermanos) andaban visitando la zona y llevaban vehículo, por supuesto. De modo que les pedimos si nos podían comparar alguna cosilla para cenar y desayunar. Y eso hicieron, con el agravante de no dejarnos pagárselo. Cenamos con vino, tan ricamente.

Una de las conversaciones que tuvimos varias veces a lo largo del día fue el socorrido y recurrente tema de los ronquidos in the night, sobre todo los de Javier (fumador) –no confundir con Javier (novio-Sonia o hermano-David)--, especialmente hirientes en este sentido eran las mujeres, en nuestro caso la catalana. Pues bien, los últimos en acostarnos fuimos Javier (fumador) y yo. Cuando subíamos por las escaleras temíamos que se hubiera colado un león dentro, de los rugidos que emitía. Según me encaminaba hacia mi litera percibía que los sonidos procedían de mi zona, hasta que estuve al lado. ¿Y quién pensáis que era el león? ¡Premio! La catalana. Roncaba de una forma espeluznante; de hecho Sonia se despertó y no daba crédito a sus ojos y oídos. A los rugidos se añadieron los cuchicheos y las risas, de modo que se despertaron varias personas y esas despertaron a otras, hasta que, al final, se despertó la culpable y se acabó el festival. Por supuesto, ella lo negó todo.





Emite Poqito: No me quiero enamorar del mal

lunes, 1 de octubre de 2007

Nuevo desvío, esta vez por La Morcuera

Ayer me pasó lo mismo: metí rápidamente los cacharros en el lavavajillas antes de irme al monte, solo quedó una sartén... ¿Las sartenes pueden meterse en el lavavajillas? Me da que no. Una sartén que limpié a mano cuando volví.

Otra vez solo al monte. Ayer todo el mundo me dejó tirado, peregrinos y colegas. El único que se había comprometido era Mirwav, el fotógrafo, y al final tuvo que quedarse cuidando de la niña. Para colmo hacía mal tiempo: las nubes cubrían toda la sierra. Enfilé la carretera de Colmenar pues desde ella se obtiene una buena panorámica de las montañas, de manera que en un momento dado puede decidirse por el sitio con menos nubes. Lo de ayer era indiferente. Como las nubes estaban muy bajas me decidí por ir a algún sitio alto no fuera a ser que, por casualidad, superase en altura a las nubes, dándome un baño de sol con un mar de algodón debajo. Pero raras veces se produce esa casualidad aquí en Madrid. Lo más normal es que te metas en la niebla y no te veas ni la punta de la nariz. Subí a la Morcuera en coche y de allí caminando hasta la Najarra y por la Cuerda Larga hasta Asómate de Hoyos. Al comienzo se veía algo, pero una vez arriba la niebla era muy espesa, me daban tentaciones de volverme. Seguí adelante. Es una sensación extraña, espeluznante, caminar en solitario y con niebla; aún lo es mas si la montaña está nevada. Te sientes como en otro mundo; esperas que, de un momento a otro aparezca algo o alguien, la literatura y el cine fantásticos nos tiene acostumbrados a ello: un personaje demacrado como en Los Otros, un pterodáctilo como en La Niebla, de Stephen King... Según vas andando aparecen sombras, inmóviles, son rocas. Escuchas sonidos a tu espalda y te das la vuelta sobresaltado, sin ver nada. Mientras, el viento arrecia lanzando contra tu chubasquero pequeñas gotitas de agua. Había cabras, término genérico para los legos en materia de caza o biología de montaña, como soy yo; ayer no las vi, pero las escuché y las olí. Ellas me escucharon antes y salieron huyendo... Bueno, en realidad escucharon mis bastones.

Me encontré con un ser humano que, harto de la niebla, se volvía a casa. Su encuentro me hizo recapacitar sobre mi situación, mi situación geográfica: estaba más arriba de lo que yo pensaba, me había pasado un desvío. Saqué el tamagochi y lo comprobé con el mapa, efectivamente. Entonces se me ocurrió sacar partido al asunto: a partir de ahí haría una ruta de orientación. Marqué dos puntos en el mapa, los metí en el tamagochi, y recé para que los americanos no movieran los satélites de su sitio. Bien, lo cierto es que fui un poco patán al meter los datos, me equivoqué en unos cientos de metros, pero el aparatejo funcionaba de maravilla; la equivocación fue solventada por mi sentido de la orientación o compensada por el error de no hacer caso al bicho, nunca se sabe. El mejor momento del día fue cuando, mientras bajaba, se abrió la niebla y tuve una perspectiva del Valle del Lozoya con las nubes al alcance de mi mano. Al final hice 17,11 km. con unos 800 m. de desnivel positivo.

Y todo esto después de haber estado hasta las tantas viendo a los Caskarrabias, que mira que son malos: tres melenudos gigantescos haciendo ruido infernal. Y no es envidia. ¡Juanjo, no vuelvo a ver a tu grupo ni a hacerte publicidad! Al menos hasta que no cambiéis de técnico de sonido y de cantante y metáis el violín en todas las canciones. Los de Ginevra Benci, sin embargo, sonaron bastante bien, estilo rock transgresivo, discípulos de Extremoduro, Platero y otras hierbas. En cuanto me funcione interné (qué cruz, Dios mío, mayor que la de Santiago) pongo la mula a trotar para bajármelo.

viernes, 28 de septiembre de 2007

Camino Santiago VII: 4 agosto

Sigo sin internete en casa, esto hace que pierda tiempo al ir a la tienda o a casa de mi hermano. Además he empezado un curso del Servicio Regional de Empleo, con lo cual ya no tengo las mañanas. Espero que sepáis disculpar los retrasos. O, si no, lo que haré será meter lo que vaya escribiendo aunque esté sin terminar, al fin y al cabo la historia como un todo está sin terminar, ¿no? Está in-fecta, no per-fecta, como cada uno de nosotros, seres infectos.

4 de agosto: Roncesvalles – Larrasoaña

Como ya os dije, la segunda noche, y todas las que siguen, se duerme fenomenal; el cuerpo está cansado y el alma despejada de dudas, culpas y otras preocupaciones. No obstante yo tengo la facultad de, ante los problemas, dormir todavía más... es la estrategia del avestruz: duermo para huir del problema, aunque cuando despierto el problema sigue ahí... bueno, alguna vez me he despertado con la solución; recuerdo una vez que me propusieron, sugirieron, recomendaron o mediobligaron a trabajar de “negro” para un profesor de la facultad: tenía que escribir un par de artículos para una enciclopedia de filosofía que se publicaría en Sudamérica; evidentemente mi nombre no aparecería en ella, sino que se me gratificaría con 30 euros. 30 míseros euros por... ¿una semana de trabajo? ¿más? El profesor en cuestión me propuso una lista de artículos entre los que debería escoger dos; los artículos correspondían a palabras que aparecerían en el diccionario o enciclopedia. Toda una tarde me pasé pensando qué dos dichosas palabras escogería (aquellas sobre las que más supiera, por supuesto); llegó la hora de dormir y me acosté con la tremenda duda. 6 horas más tarde me despertaba con la solución: la primera y única palabra que me vino a la mente fue un gran NO, punto. Llamé al hombre, le dije que no, y ya está. Sin consecuencias.

Ahora bien, una cosa es dormir a gusto y otra muy distinta es levantarse del mismo modo: 6 de la mañana, tras 8 horas de sueño, porque los albergues cierran a las 22 h., cosa que no he comentado en este blog... O sea que de fiesta poca a lo largo de todo el Camino; la única fiesta es la que te podías permitir desde que terminases de ducharte-lavarlaropa-estirarorelajarte hasta las diez de la noche. 6 de la mañana, repito, casi todo el mundo en danza y las luces apagadas. Si algo he llevado mal a lo largo de este mes, ha sido la preparación de por las mañanas; el ritual se resume muy fácilmente en pocas palabras: recoger las cosas en la mochila y darte vaselina en los pies. Pues para realizar estas dos operaciones yo tardaba... una hora y media. Invariablemente, día tras día, me levantaba, iba al baño (por cierto, y hablando de cirios, como aquí se ha hablado, solo hasta muy entrado en el Camino, hasta después de diez o quince días, uno empieza a levantarse con el cirio, ya que al principio no quedan fuerzas ni para eso), volvía, me sentaba en la cama y estudiaba cómo podría meter las cosas en la mochila de la forma más eficaz y silenciosa posible, porque siempre quedaba alguien durmiendo. Desde pequeñito, cuando estuve haciendo la mili, aprendí a llevar al campo todas las cosas metidas en bolsas de plástico (y estas en la mochila), así si llueve o te caes dentro de un charco no se mojan; evidentemente no hace falta ir al ejército para aprender esto, pero yo lo aprendí allí; creo que es lo único bueno y útil que aprendí. Las bolsas de plástico pueden clasificarse atendiendo a múltiples criterios (tamaños, formas, etc.); yo las clasifico atendiendo al ruido que hacen cuando las arrugas y las vuelves a extender; hay unas que hacen poco ruido (pero hacen, todas lo hacen) y otras que hacen mucho ruido; normalmente se corresponde con el tipo de plástico de que están hechas; las que más ruido hacen suelen ser las que dan en las zapaterías y tiendas de ropa a las niñas que hacen la compra antes de ir a la biblioteca y que, por supuesto, no aguantan un minuto para enseñárselo a la amiguita fuera de la sala de lectura. Yo tenía un par de estas bolsas.

Así que debía meter mis cosas en las bolsas de plástico haciendo el menor ruido posible... Y hacerlo a oscuras, pues todavía había gente durmiendo; siempre quedaba alguien durmiendo que, en un momento dado, con las luces ya encendidas, se levantaba, recogía en un minuto y se iba, y al final quedaba yo en el albergue, el último, con cara de alelao. Pero todavía estamos a oscuras. Podía coger la linterna, sí... si es que la había dado cuerda la noche anterior (es de dinamo, que ahora se han puesto de moda), porque si no, cargar la dinamo hacía más ruido que todas las bolsas juntas. Pero, claro, con la linterna en una mano sólo queda la otra mano libre, y en la boca no terminaba de caber debido a la palanquita de la dinamo; ¿por qué dejaría en casa mi magnífico frontal? Todo este cúmulo de inconvenientes sumado a mi incapacidad física matutina, que no mental (hoy me he levantado a las 6:30 para escribir esto), hacía un suplicio de todas y cada una de las mañanas jacobeas. Luego me daba la vaselina en los pies, actividad que también lleva lo suyo. Y a veces tenía que realizar algo de lo que hablaré próximamente y que dejará estupefacto a más de uno o una: cambiarme las compresas.

Salí, entonces, camino de Burguete, el siguiente pueblo, donde podríamos desayunar, ya que en Roncesvalles estaba todo cerrado a aquellas horas; 2 km los separan. Aún recuerdo los graznidos de los cuervos en el oscuro bosque que atravesaba el Camino, paralelo a la carretera, graznidos que volvería a escuchar cada vez que despertara antes que el sol. Recuerdo también, ya caminando por el asfalto, a la entrada de Burguete, las caras de los peregrinos que subían en los taxis dispuestos a empezar ese mismo día: emoción y nerviosismo. Y el único bar abierto del pueblo, abarrotado de gente, gente peregrina, fumando, imposible pedir nada. La buena suerte hizo que pudiera tomarme un café templado, aquel que pidió alguien por error, mientras esperaba mi turno para pedir un bizcocho.

Siento no recordar prácticamente nada del camino hasta Zubiri, salvo que se trataba de estrechos senderos en los que era difícil apartarte al paso de las bicis. Ya en esta etapa empecé a ver curiosidades de las que me hubiera gustado hacer fotos, como los humildes monumentos levantados en recuerdo de peregrinos fallecidos durante el camino, por lo general personas de avanzada edad y, seguramente, no novatos. El resto del personal, los peregrinos vivos, tenían por costumbre adornar estos y otros muchos tipos de monumentos, cruces e hitos del Camino, con piedras y efectos personales: un calcetín, una cámara de rueda de bici, una fotografía, un papel con un texto escrito que la lluvia y el tiempo habían borrado... Cualquier cosa. Resultaba emotivo. Esta manía, sin embargo, llegaba al grado de vertedero en la Cruz de Hierro, en León, a la entrada del Bierzo. Aunque también he de decir que, gracias a ella, pude agenciarme un gorro cuya visera no me quitara la visión del paisaje, solo los rayos del sol (y es que se me olvidó almidonar las alas del que yo llevaba).

Por estos senderos debí adelantar a una pareja de simpáticos madrileños, Javier y Sonia, con los que luego viviría muchas y variadas aventuras... Y las que nos quedan, que aquí en Madrid también hay campo. Pero de lo que sí me acuerdo es del encuentro con David, el hermano de Javier, un chaval musculoso, moreno, guapo, simpático y... cocinero. ¡Y sin novia, chicas! El sueño de toda mujer. Me daban ganas de volverme homosexual. Este es David:

Foto de David

Chicas, cuidado con la baba, que vais a producir un cortocircuito en el teclado. Con estas características, evidentemente, su estado civil no iba a poder permanecer mucho en esa fase, así que no soñéis porque del Camino salió con novia y antes del verano que viene tendremos boda. Todo lo contrario que yo, bajito, calvo, con gafas, insulso, que solo hago ensaladas y bocatas y que, para colmo durante el Camino me dejé crecer las barbas. David es un buen cocinero de un buen hotel en Madrid, y allá por donde iba, albergue donde paraba, hacía la comida. “¿Quién quiere comer?”, preguntaba, “1, 2, 3... 14; muy bien”. Se iba a las tiendas (e incluso a alguna que otra huerta) y volvía con la compra. Se quitaba la camiseta dejando al aire su pecho musculoso y depilado, sus anchas espaldas, y cocinaba; cocinaba sin que gota de aceite o agua hirviendo rozase su morena piel (intentadlo vosotros y veréis), y después nosotros nos deleitábamos con sus platos: risotos, setas con aquello o con lo otro, pasta al no sé qué, menestras... Todo riquísimo. Precio: 3 euros. Como yo no participaba en la preparación, después me tocaba fregar.

Fregar los platos es una actividad que de nunca he rechazado, sino todo lo contrario, me gusta. Me gusta dar vueltas y vueltas por las paredes de las sartenes y cacerolas con el estropajo, viendo las evoluciones de las espirales de jabón entretejidas con las de grasa. Me gusta ver saltar la espuma de los vasos (acompañada de ruido ventoso) cuando introduces en ellos ese mismo estropajo. Me gusta el tacto del cristal y la loza cubiertos de jabón y la transición del aclarado, cuando los dedos dejan de escurrirse y producen un suave sonido al vencer la resistencia del rozamiento, “el sonido de lo limpio”. Y me gusta aclarar las cortantes hojas de los cuchillos, el riesgo de deslizar un dedo por cada cara. Lavar los platos no es Arte, pero sí contiene elementos muy estéticos, al menos para mí. Lástima que siempre voy deprisa, acumulando cacharros en la pila, y terminando por meterlos en el lavavajillas, donde la magia se desenvuelve oculta.

Continuará...

lunes, 24 de septiembre de 2007

Camino Santiago VI: el profesor Molay

¿Qué pintan los Caskarrabias en esta historia? Nada, pero son colegas y tengo que hacerles publicidad. Tocan el sábado, 29.

Disculpad por el retraso en esta entrega, pero es que los de Timofónica me han dejado sin ADSL, es decir, sin vida, sin ventana al mundo, me han convertido en una auténtica mónada leibniziana. Decidimos darnos de baja en Imagenio, pero no de interné; se lo advertimos, pero que si quieres. Te cortan el grifo para joderte, así que llevo desde el miércoles pasado en un estado de nervios solo superado brevemente durante el domingo, que me fui al monte. Sí, parece que me voy recuperando de los achaques del Camino. Estuve por Peñalara y la Laguna de los Pájaros, yo solo (al parecer la gente tenía mucho interés en pasar la Noche Blanca haciendo colas en las actividades culturales del hay-untamiento). Lo curioso del asunto es que casi me dejo las uñas de los pies dentro de las botas, y no porque las llevase largas, pues estaban cortadas para el evento, sino porque, una de dos, o las botas han encogido durante el mes y medio en que no me las he puesto, o los pies me han crecido durante el Camino de tanto usarlos. El caso es que en las bajadas los dedos chocaban contra la puntera. Esas botas las he llevado todo el año anterior; no hay explicación, solo soluciones, comprarme otras... ¡Mama...!

3 de agosto: Saint Jean – Roncesvalles

Me levanté, pues, tras haber pasado una mala noche, básicamente dando vueltas dentro de mi saco, con lo complicado que eso resulta al no poder extender los brazos y/o quedar atrapado al girar sobre uno mismo, lo que implica reacoplarte en el sudario a base de saltitos tomando impulso con la espalda y levantando el culo en el mismo salto a modo de gusano u oruga campestre, actividad psicomotriz muy buena para activar la coordinación de diversas partes del cuerpo, salvo por la hora y lugar en que se produce, especialmente el lugar, la parte de arriba de una litera en cuya parte de abajo habita otra persona sensible a los gusaniles movimientos.

Los siete euros que costaba el albergue incluían el desayuno (no la paella carrefuliana que cené, que me salió gratis), cortesía francesa que no se volvería a repetir en ningún sitio del Camino, salvo en dos albergues parroquiales, en los cuales el precio era la voluntad. Al respecto he de decir, que uno, por muy ateo que sea, no es gilipollas y no deja de reconocer los valores de (y asociados a) ciertas manifestaciones religiosas. La tradición hospitalaria del Camino donde mejor se mantiene es, precisamente, en estos sitios: nos tratan mejor, con más cariño, y además los albergues suelen ser edificios antiguos, se respira un ambiente más auténtico. Difícilmente parte de la voluntad que dejemos va a ir a parar a la Iglesia, pues los hospitaleros, gente voluntaria, también come, y come de lo que dejan los peregrinos, que por otro lado tampoco es mucho; el albergue necesita mantenimiento, etc. Es más, si uno realiza una ruta de peregrinación conviene intentar imbuirse de ese espíritu místico que tanto critica alguno de mis lectores; si no recuerdo mal en este mes he asistido a 4 misas enteras y una homilía, aparte, por supuesto, de entrar en casi todas las catedrales, iglesias y ermitas que encontraba a mi paso; también me quedé con las ganas de asistir a una misa con coro en un pueblo perdido de la Rioja (creo) y a la de la catedral de Burgos, que se hacía en la capilla Barroca. Lo que más me interesa de una misa es la homilía y las lecturas de los evangelios y otros textos, es decir, aquello que cambia un poco de una misa a otra; el resto es igual, y habiendo estudiado 8 años en los Salesianos me sé de carrerilla todos los rezos, contestaciones al cura, etc. Yo, como ateo, ni contesto ni me persigno -sí, se dice “persignar”, no “presignar”, pues se trata de hacerse el signo (de la cruz) alrededor (per) del cuerpo, no “antes de” (pre); antes ¿de qué?-, o sea no contesto en voz alta, pero como me sé toda la cantinela, ésta se canta sola por dentro. Bueno, un día me tuve que persignar: fue el día que me dieron la bendición del peregrino a mí solo, a orillas del Pisuerga, en la ermita de San Nicolás de Beri, no le iba a hacer el feo al hombre, que se había ataviado con capa de la fraternidad de “algo del Camino”; además fue un momento muy emotivo. Claro, todo esto se lo conté, por hablar de algo y llegando a Santiago, a uno de los pocos peregrinos españoles que hacía el Camino por motivos devotos, lo cual era, para él, una llamada interior que me hacía Cristo, Dios o el Espíritu Santo. El personaje en cuestión también era para echarle de comer aparte, bueno, de comer y de dormir, porque al parecer (yo no tuve la desgracia de padecerlo) sufría de apnea del sueño y lo suyo no era roncar, era rugir, era tronar, era insufrible. Era un católico practicante, pero lo interesante era que practicaba las buenas obras (visitar a los enfermos, mayores, ayudar al prójimo, es decir, era buena persona, para lo cual uno no necesita ser creyente, por supuesto, pero si ser creyente ayuda a alguien a ser buena persona, pues vale... Solo habría que derrocar al Vaticano en pleno y poner al frente a Jon Sobrino, Leonardo Boff, Gutiérrez Merino y otros de la misma onda.

Según él, comprendía perfectamente que fuese ateo, pues había estudiado en los Salesianos, gente que no sabe transmitir la fe, la gente que más daño a hecho a la Iglesia. Lo cierto es que este hombre anda un poco a caballo entre el protestantismo (tanta oración y tanta vivencia interior) y el catolicismo (que lo que propone es un modelo de convivencia, político, pues). Pero efectivamente: los Salesianos nacieron como movimiento educativo para incorporar a los hijos de los obreros y clases desfavorecidas, en primer lugar, dentro del sistema productivo capitalista, en segundo lugar, dentro de la ideología católica.

Y todo esto sin desayunar.

Desayuné, pues, el café y el pan con mantequilla y mermelada que nos ofreció la señora hospitalera (algo majareta, pero muy salada) y me apresté a untarme los pies con vaselina, que decían que así no te salían ampollas. ¿Por qué? No sé si contestar a esto, ya que me podría llevar a toda una disertación acerca del cuidado de los pies que, al menos en mi caso, me ha servido bastante; pero es que si lo hago jamás vamos a llegar a Santiago: este es el sexto capítulo de mis andanzas y todavía no he comenzado a andar, ¿no os dais cuenta? Mejor lo dejo para la próxima entrega que la dedicaré exclusivamente al cuidado del cuerpo.

Salimos, entonces, a las siete de la mañana, Ángel (el de las fotos del capítulo anterior) y yo. Fuimos de los últimos en salir del albergue, sin embargo, de las casi doscientas personas que salieron ese día de Saint Jean hacia Roncesvalles (al día siguiente seríamos el doble) llegamos entre los diez primeros, algo completamente absurdo pues no se trataba de ninguna carrera: hacer el Camino no consiste en hacer una carrera, ni contra uno mismo ni, mucho menos, contra los demás; simplemente hay que llegar, disfrutando y aprendiendo sobre la marcha. No obstante, ahí estábamos los dos madrileños con un cohete en el culo adelantando al personal. “¡Buen Camino!”, nos decían todos; “buen Camino”, contestábamos. Por el desnivel que tiene y la distancia, esta etapa debería ser la más dura de todo el Camino, ya que se trata de cruzar los Pirineos de lado a lado, pero es la primera y nos pilla frescos; para gente acostumbrada a la montaña es un paseo que, además, puede hacerse rapidito.

Craso error. Sólo gentes hechas de una materia especial pueden aguantarlo, como Ángel. Y es que no se trata de superar esa etapa, se trata de que al día siguiente hay que andar de nuevo, y al siguiente, y al otro... Y los días se van acumulando, y los kilómetros, y el peso de la mochila. Ya a mitad de la etapa empezó a dolerme un tobillo, no recuerdo cuál, y tuve que bajar el ritmo dejando a Ángel que marchara en solitario. “Cada uno lleva su ritmo”, pude leer antes de empezar el Camino; “cada uno lleva su ritmo”, nos decían continuamente; “cada uno lleva su ritmo”, repetíamos nosotros (a los demás y a nosotros mismos) cual mantra jacobeo. Pero del dicho al hecho... Yo sabía que la de Ángel no era mi velocidad, aunque tampoco me encontraba a disgusto andando deprisa, pero una cosa es tu mente y otra tu cuerpo, al menos hasta que éste empieza a doler, entonces vuelven a ser uno y lo mismo, mente corpórea o cuerpo “mentolado”. Tampoco recuerdo haber hecho en esa etapa un descanso largo como los que haría después, a pesar de que también sabía que había que hacerlo. “Veo lo mejor y lo apruebo, pero hago lo peor”, que decía Séneca, creo.

Así que bajando el ritmo logré que me dejara de doler. Sin embargo, el dolor volvió al día siguiente, y no sé si al otro, pero tampoco duró muchos más días... Fue sustituido por dos pequeñas ampollas.

En cuanto a la fauna observada durante la jornada, peregrinos y paisanos aparte, cabe destacar una variedad o especie mitad cabra, mitad oveja que yo jamás había visto. Aquí tenemos un par de fotos, aunque no sé si se apreciarán bien: son como cabras, negras y con cuernos, pero tienen lana como las ovejas... Son ovecabras.

En cuanto al paisaje observado... Permítaseme cierta digresión. El paisaje a lo largo de todo el Camino puede dividirse en montañas, llanuras y bosques. Las montañas las encontramos en los Pirineos y en el paso de León a Galicia. Las llanuras, con cereales o con viñedos, desde Pamplona hasta Astorga. Y los bosques, sean llanos, sean pseudo-montañosos, en Galicia... Ah, sí, en Galicia también hay maizales, muchos y transgénicos, un asco. Cada paisaje tiene su aquél, pero la montaña es más espectacular; observad, si no, estas fotos desde El Cebreiro (cortesía de Ana).

Pues bien, de los Pirineos... (¡Papá, papá! ¿Dónde están los Pirineos? – Y yo qué sé, pregúntaselo a tu madre, que lo guarda todo). De los Pirineos no pudimos ver nada, ya que nos pilló la niebla. Sólo en un momento dado “se hizo un claro entre las nubes” y pude ver a lo lejos encrespados picos. También pasamos por algún bosquecillo de hayas y de robles; especialmente notable es el que baja a Roncesvalles, 3 km con unas pendientes del 20% que, tras los 24 km anteriores, dejan las rodillas como pasadas por la turmix; menos mal que yo llevaba mis bastones quechua del Decartón que, junto a mi cantimplora de Jesse James en la que baila el agua golpeando el aluminio, me convirtieron en el hombre orquesta del Camino, solo faltaban a mi lado los alemanes Leo, con su guitarra, y Adam con su diyeridú (personajes de los que ya hablaré). Los bastones frenan la bajada (también ayudan en las subidas y descargan peso de la espalda; si hacéis el Camino no os olvidéis de los bastones, pero unos que no hagan ruido).

Llegué, sellé la credencial y me fui a la vera del albergue (un antiguo hospital de peregrinos del siglo... Bah, no lo sé, antiguo) a estirar los músculos de mis maltrechas piernas sobre el césped; una vez acabado con ellas saqué la goma amarilla para rehabilitar el hombro derecho, también maltrecho a causa de lo que ya sabéis... No, no, la masturbación solo me produjo un leve dolor en la muñeca izquierda... A causa de hacer la ovecabra en el Purgatorio. Las gomas de musculación son tres que juntas parecen la bandera panafricana: la amarilla es la más floja (con la que ando todavía), la verde de intensidad media y la roja es la más dura, dura, dura de pelar. Pues saqué mi goma amarilla y pimpam, pimpam, sube y baja, baja y sube el brazo. Yo no quería mirar a la gente porque supongo que debería estar haciendo el ridículo.

He comentado un poco acerca del albergue. En realidad Roncesvalles es un conjunto arquitectónico de tres o cuatro edificios adosados (Gran Hospital, Colegiata...), una especie de ermita-cripta, otro hospital convertido en albergue y dos edificios más modernos que son hostales-restaurantes. Lo cierto es que llegué tan cansado que no quería andar dando vueltas viendo estatuas y piedras. Comimos un bocata de 4 euros en uno de los restaurantes (Roncesvalles es caro), pagamos 8 euros por el albergue, sin desayuno ni cena... ¿O fueron cinco? Efectivamente, fueron cinco, acabo de mirarlo en la hoja de gastos que comencé a llevar y que, evidentemente, contiene hasta este segundo día; de hecho esa misma hoja, un simple folio, también contiene el horario de los trenes desde San Sebastián a San Jean, todas mis notas de viaje, la agenda generada en el mismo, la lista de la compra de no sé qué día, y el esquema de un descansillo de un piso cualquiera para explicarle a alguna persona extranjera lo que era un vecino, vicino o neighbour. Y todavía hay espacio en blanco... Esto quiere decir que durante el Camino dediqué poco tiempo a la literatura.

El albergue, eso sí, era un sitio majo, una nave alta de piedra construida entre el siglo XII y el XVI (lamento no ser más preciso, pero lo importante es que no fue construido anteayer, que tiene historia; no sé cuál, pero la tiene), bajo la cual habían construido (anteayer, ahora sí) los baños. La cola para ducharse era inmensa, la propia de los peregrinos no; quizá fuera eso lo que les producía tanta vergüenza como para secarse fuera de las dos únicas duchas que había; esto ocasionaba retrasos. Yo me sequé fuera y alguno se sonreía; como si nunca hubieran visto un pene distinto del suyo, como si fuera algo extraño secarse a la vista de la gente; ¿es que nunca habían ido a un gimnasio? ¿O es que mi pene era muy pequeño? En cualquiera de los casos sus sonrisas no hicieron mella en mí, sino todo lo contrario, me dieron fuerzas para seguir: ese fue el inicio de una larga serie de estriptis y desnudeces por mi parte a lo largo de todo el Camino. ¿No desnudábamos el alma con cualquiera que nos pusiéramos a hablar? ¿Por qué no, entonces, desnudar el cuerpo? Pero de nada sirvió, ninguna peregrina se avino a vestirlo de caricias y besos. Era una nave, pues, llena de literas en la que sí cabrían unas 100 personas, uno de los sitios más bonitos en los que se duerme a lo largo de todo el Camino.

Después de la ducha me puse a lavar la ropa: cuatro calcetines, los calzoncillos que me regaló Snorfold (eran suyos pero no le servían, su madre se los compró pequeños) y la chaqueta de mi chándal John Smith que tenía desde los 12 años y que, por fin, fue quemada en Finisterre mientras desprendía una nube tóxica producto de la combustión del material plástico con el que estaba hecha, una especie de aleación entre poliéster y acrílico que ya no se fabrica, pues nunca se rompía ni desgastaba, es decir, no era buena para el negocio; yo siempre he buscado buenos chándals: desde los doce a los treinta y seis, que tengo ahora, solo he gastado 4, y ya sabéis que no me paso el día en el sofá, sino que les he dado caña. Vale, reconozco que a veces parezca un mendigo o algo demodé... Es lo que tiene el anti-consumismo. Bueno, lo último que me he comprado al efecto son unas mallas que me hacen un culito... Je, je.

Tras tender la ropa y antes de la misa llegó el momento del asueto, relax y charlas con los nuevos conocidos. Especialmente significativa fue la que tuve con una italiana de cuyo nombre no es que no quiera acordarme, es que no puedo (dichoso alzheimer): pelo corto, guapa, simpática, musculosa y de oficio jardinera, así que estuvimos hablando de flores, plantas y todas esas cosas vegetales. La volví a ver al día siguiente en el desayuno, en Burguete. Pero su ideal era hacer 30 ó 40 km diarios desde el primer día, así que la perdí.

La misa muy bonita, en la colegiata, con muchos curas y muchos idiomas y con la bendición al peregrino. Muy buena la asociación que hizo el sacerdote de los peregrinos con San José y la Virgen: “llegará algún día que tengáis que dormir en el suelo, sin techo, igual que los padres de Jesús...” Claro, que nada dicen las escrituras acerca de las pulgas y garrapatas que cogió la Sagrada Familia en el portal de Belén, entre el buey y la mula. A mí no me hizo falta dormir sobre la paja, solo salirme del saco en el albergue de Ponferrada: las pulgas saltaron sobre mis brazos y los acribillaron.

Después a cenar en uno de los caros restaurantes por 8 euros. La cena no estuvo mal. Y luego a la cama donde debí dar un espectacular concierto de ronquidos junto al Javier del que hablé el otro día.

¿Y qué hay, entonces, del profesor Molay (que aparece en el título) en esta historia? Tampoco hay nada. Pero como uno ha de financiarse he decidido incluir publicidad en el blog. Y ya que estáis todas y todos muy místicos y crédulos debido a mi peregrinaje y adoctrinamiento aquí tenéis soluciones a todos vuestros problemas. Besos y hasta la próxima.



Mago de Oz: Finisterra

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Camino de Santiago (V): más personajes (con fotos)

Disculpad el rodeo que tuvimos que dar ayer por la Tierra Media, pero era una etapa indispensable para todo aquel que quiera conocer la cultura del Camino. Muchos son los Caminos que hemos de recorrer en esta vida; ante nosotros se abre uno nuevo: seguir las huellas del Reno Renardo.

Bien, a lo nuestro:

A veces la vida es maravillosa, te da sorpresas agradables, pides un deseo y aparece un geniecillo que te lo concede. El geniecillo no es otro que Ángel, al cual podéis ver en la siguiente fotografía a la derecha del todo, con su bigotillo, su perillita y su sonrisa maligna; sólo le faltan las orejas de punta para ser un duende en toda regla, hasta tiene color verde, ¿no veis? Las fuertes piernas de Ángel le permitían internarse en el bosque, buscar los atajos, y volar sobre el Camino. Sólo un día pude seguir su ritmo, el primero, de Saint Jean a Roncesvalles, y no durante toda la etapa.

El barbas es Marcelino, de profesión peregrino, uno de los personajes que podemos encontrar en el Camino, y el lugar es el chiringuito que ha montado para sellar la credencial y ofrecerte una manzana, creo recordar que a la salida de Logroño. A decir verdad todo esto lo sé de oídas, ya que cuando yo pasé por el puesto estaba ocupado braseando a unas extranjeras. "Menos mal", pensé, "un loco menos". Pero luego me arrepentí, pues hay locos que resultan maravillosos. Lo que no hay que hacer nunca en el Camino es ir con la locomotora puesta, pensando en el destino y obviando todo lo demás, todo lo que te vas encontrando. A veces, sin embargo, te ocurre. Lo único que puedo decir de Marcelino es que persiguió a una chavala durante tres etapas: llegaba ella al albergue y allí estaba Marcelino, el cual, por supuesto, había llegado en coche. No sé cómo acabaría la historia. Bueno, si hay algún peregrino que lee este humilde blog y puede contarnos algo más de Marcelino, se lo estaríamos muy agradecidos, le haríamos una mención especial.

Y la chica que aparece en la foto es, ya os lo habréis imaginado, Paulina (la polaca), mi musa durante varias etapas. Lo que es la memoria: la recordaba yo algo más espectacular, la camisa sin mangas, etc. Da igual, era un encanto de muchacha; ¿no veis que siempre está sonriendo? Pues no se debe a que esté posando, es que era así. La conocí en una fuente. Estaba descansando junto a Laura y Amparo (besos, pa vosotras, chicas), ambas de Castellón, comiendo alguna cosilla y llegó ella con su dulce cojear. Me ofreció una magdalena y yo a cambio le ofrecí los panchitos rancios de las castellonesas; ahora que lo pienso, quizá fuese ese el principio y fin de nuestro idilio. Amparo y Laura nos dejaron solos, conscientes del amor que había surgido entre nosotros (o que vieron la oportunidad de deshacerse del barbas que se les había pegado endosándoselo a otra). Lo cierto es que ese mismo día la abandoné por dos bilbaínas con las cuales me entendía mejor (a pesar de que fueran del PNV), ella iba un poco lenta por su maltrecha rodilla. Ah! me acuerdo de aquel día como si yo fuera una linda mariposa saltando de flor en flor... Lo que no me acuerdo es de por dónde íbamos caminando.

En esta otra foto se ve a Paulina acompañada de dos amigas suyas y de un espontáneo, que no sé quién podrá ser. La polaca de la izquierda del todo no me acuerdo cómo se llama, pero es la auténtica peregrina, la que permaneció andando mientras las otras saltaban la estepa castellana en autobús, la que comió de nuestra cena en Hornillos del Camino, pues solo disponía de unos sosos tortellini, la que no volví a ver después de ese día.

La tercera en discordia tampoco me acuerdo de cómo se llama, pero es la primera polaca con la cual crucé unas palabras, allí en Saint Jean. Al final acabó por no caerme muy bien: creo que se reía de mí, en polaco, con sus amigas, al ver cómo la baba escurría por mis barbas al mirar a Paulina o al hablar con ella. Por cierto, Ángel también me pasó su emilio, no sé cómo se tomará todo esto Paulina, espero que nadie se lo traduzca.


Y en esta foto, por fin, vemos a las tres polacas que faltaban. Podéis pinchar en la foto para verla más grande, así podréis observar que la del medio también lleva rodillera. Si es que iban hechas una pena, ya os lo dije. Sin embargo a Paulina le sienta muy bien, a juego con sus pantaloncitos cortos, le da un toque de fragilidad, como para cogerla en brazos y llevarla hasta el albergue... Lástima...

Eeehhhhh... Bueno, ayer quedé con otras peregrinas madrileñas, Ana e Isa, muy majas ellas, también para cogerlas en brazos, ¡ celosas ! Y me pasaron muchas fotos. Aquí os dejo un par para que veáis el aspecto de un auténtico peregrino: YO. Las chicas son Ana e Isabel (la duendecilla), ya os hablaré de ellas.



Mago de Oz: Astaroth

viernes, 14 de septiembre de 2007

Camino de Santiago (IV): estancia en Saint Jean (2 agosto)

Bueno, he decidido alternar capítulos temáticos con capítulos "históricos"; alguno de estos puede que sea muy corto al no acordarme de mucho. Intentaré meter fotos de cosas interesantes, monumentos, etc., aunque sean sacadas de interné (ya os dije que no me llevé cámara, que pesaba, y parece que el personal no tiene prisa por mandar las que hicieron).

Pues bien, una vez decidido hacer el Camino... Pensaba haberlo hecho en julio, pero como se me salió el hombro haciendo el cabra por los montes madrileños... Y menos mal, porque nos dijeron que julio había sido una locura de gente... Pues decidí pasar unos días con mi familia de San Sebastián (besos a mi prima Mari Carmen y su familia y a los peregrinos de Irún, Asier y Larraitz), para después pasar a Francia, hasta Saint Jean Pied de Port. El novio de mi prima me acompañó en el topo hasta Hendaya, allí cogí otro tren hasta Bayona y después otro hasta Saint Jean. La broma salió casi por 40 euros, habiendo una distancia de 50 km entre Irún y Saint Jean por carretera (pero no había buses). Salí a las 8 de la mañana, más o menos, y llegué a las 12.

Mi intención inicial era llegar y salir andando, total ya conocía el pueblo, pues estuve con mi madre hace 3 años, cuando mi padre se hizo el Camino en bici. Sin embargo, eran 27 km y la guía decía que se tardaban 8 horas. Y no era plan de llegar a las ocho de la tarde a Roncesvalles, ya que no te da tiempo a ver nada, aunque allí haya poco que ver y ya lo conozcas. Decidí, entonces, esperar al día siguiente.

Como era novato y no sabía de qué iba la vaina, aunque me lo imaginaba (me refiero al tema de conocer gente, gente peregrina), uno llega cargado de las actitudes, miedos y complejos que constriñen su vida en la ciudad, su vida "real", su pseudo-vida. De modo que me comporté como siempre me comporto, con cierto recelo a entablar conversaciones con gente desconocida, aunque por su atuendo sabía que iban al Camino, es decir, que vínculo temático existía. El recelo es máximo cuando se trata de gente extranjera, pues mi inglés es malísimo (no obstante, en este mes también se me ha quitado ese complejo, acabas hablando aunque sea mal, en realidad acabas hablando una mezcla de italoespanglis) y el tren estaba lleno de franceses (recordad que estábamos en Francia) e italianos, salvo alguno que, de nuevo por su atuendo, podías adivinar que era español: se trataba de Ángel, que llevaba una camiseta de Skizo (grupo para solo iniciados en los secretos del metal ibérico), aunque le conocí más tarde. En fin, que por gilipollas, me encontré en Saint Jean más solo que la una.

Lo primero que hice fue presentarme a los amigos de Saint Jacques, que es como se conoce a Santiago por esos lares... Por esos y por otros. Y es que en realidad el nombre de Santiago procede de Santo y de Iago, que es lo mismo que Jacob, Iacobus, Jacques, Jacobo, etc. De ahí lo de la ruta jacobea y todo lo demás. Ahora bien, lo que jamás ha de hacerse, jamás, es ser tan snob, tan pijo, o más bien pseudo-pijo, de llamar Iago a tu hijo (toma pareado), sobre todo de llamarlo a gritos por la calle, como pude oír en Muxía: "¡Iago, ven aquí! ¡Iago, no hagas eso! Iago...". Petarda!!! Llámale Jacobo, y si no quieres que sus futuros compañeros hagan rimas, llámale Santiago, por muy atea que seas.

Lo segundo dejar las cosas en el albergue y buscar algo para comer. Allí todo es carísimo, de modo que seguí los consejos de la hospitalera y busqué el carreful de estambul. La hospitalera en cuestión es otro de los personajes del camino: una vieja medio loca que se pasa el día farfullando en francés (la única lengua que sabe) riñendo a los peregrinos y echándose a reír cada dos por tres; su mosqueo de ese día al parecer consistía en que no había ningún peregrino francés, solo italianos, españoles y polacos.

Compré pan, queso y salami o salchichón, mezcla que Arzak o Arguiñano jamás sacarían por televisión... Aunque vete a saber, cualquier día te aparecen con el típico plato cuadrado de los restaurantes de diseño, de enormes bordes (para tirar las copas mejor), y el bocata envuelto en papel aluminio, pero eso sí, con nombre exhuberante, nada de "bocata de queso y salami", sino algo como "eyaculación de dioses sobre carne mortal entre nubes" o pamplinas de ese tipo. Me subí a la atalaya del pueblo y devoré el bocadillo a la sombra de algún árbol y sin camiseta mientras hambrientos turistas pasaban a mi lado con ojos ávidos (no sé si de bocata o de mi carne mortal, que tampoco estoy tan mal).

Y luego empecé a dar vueltas y vueltas por el pueblo y sus alrededores. La parte vieja del mismo consiste en una larga calle con un par de aledañas; no podría decir cuántas veces la recorrí, cuántas veces me encontré a los peregrinos que venían en el tren y más tarde conocería, especialmente a las polacas, que parecían estar en todas partes salvo en las empinadas cuestas que subían a la fortaleza. A las seis de la tarde ya estaba mareado de dar vueltas, ya no sabía qué hacer, así que como cuando se aburre el diablo mata moscas con el rabo, yo decidí matarme un poco y volver a fumar, aunque solo durante el mes que durase el Camino. Recorrí nuevamente la calle principal buscando un estanco, que por esos lares se denomina "tabacs"... Vale, ya iba a hacer la típica gracia sobre la diferencia y propiedad del nombre del establecimiento, menos mal que la prudencia me ha hecho consultar el diccionario; observad: "Estanco: ... 3. m. Embargo o prohibición del curso y venta libre de algunas cosas, o asiento que se hace para reservar exclusivamente las ventas de mercancías o géneros, fijando los precios a que se hayan de vender". Por eso en los estancos se venden más cosas aparte del tabaco. De todos modos el Estado francés se pasa con los precios del mismo, se ve que no quiere que la gente fume, así que pillé el tabaco de liar más barato que vi: "Evergreen". "Mentolado", decía en letras más pequeñas cuando me paré a leerlo más tarde. "Ya la he cagao, pensé". Pues no, oye, fue una nueva experiencia para mis sentidos. Le dabas una calada y tus pulmones se abrían cual flor de primavera a los vientos, es más, no te dejaba la garganta ni la nariz reseca; lo único extraño, incongruente, era el calor que pasaba a tus entrañas. Me fumé, pues, el primer cigarrillo en las murallas que quedaban justo encima del albergue, mientras espiaba los movimientos de las polacas, con una de las cuales pude cruzar algunos rudimentos de inglés al intentar mediar entre ella y la hospitalera.

Gente curiosa las polacas. Grandes mochilas cargadas de cremitas y de modelos de noche; muy guapas se ponían tras la ducha para asistir a la misa del pueblo en que estuvieran. Al cabo de tres días las pobres estaban reventadas, llenas de vendas, tobilleras, rodilleras... Pero era imposible no enamorarte de ellas, especialmente de Paulina, con sus ojos azules, su cabello rubio, su imborrable sonrisa y su indumentaria paramilitar-mamachicho (sin mangas ni perneras). Lamentablemente no nos intercambiamos los emilios, de modo que no sé si podré meter alguna foto suya. Lamentablemente, también, resultaron unas tramposas, salvo una, y saltaron de Burgos a no-se-dónde en autobús.

Ahora no solo era yo el que daba vueltas por el pueblo, como no estoy acostumbrado a fumar, también era el pueblo el que daba vueltas sobre mí. Una vez repuesto y cansado de estar sentado, salí de mi escondrijo a buscar la cena, pensando más en las polacas que en otra cosa. Vueltas y más vueltas buscando algo barato que comer. Nada. Serían cerca de las nueve de la noche, los turistas habían desaparecido y la mayor parte de las tiendas (souvenirs) habían cerrado. Decidí, entonces, repetir el menú de la mañana, "eyaculación de dioses sobre carne mortal entre nubes", y me encaminé hacia el albergue. Al llegar a su puerta había un numeroso grupo de gente cargada de mochilas. Evidentemente acababan de llegar y preguntaban si había sitio.

"Entonces, abajo del todo a la derecha, ¿no, señora?" La voz alta, ronca y algo macarra me resultaba familiar: la imagen de Javier, con su pañuelo en la cabeza, su bastón de madera, su tripa cervecera y su inseparable cigarro, me vino a la memoria; cuando se despejó la gente, me llegó a los ojos. Un efusivo abrazo siguió a la exclamación más utilizada para estos encuentros inusuales: ¡COÑO! La conversación fue corta pues tenían que alojarse, pero nos veríamos al día siguiente. Javier es un habitual del senderismo por la sierra de Madrid y, aunque solo hayas estado con él una vez, su imagen se te queda grabada para siempre, te acuerdas de él... Y de toda su familia si te toca caminar a su lado respirando el humo de su tabaco; cabrón (sin acritud).

Entré en el albergue y estaban cenando los italianos. Sobre los mismos he de decir que no los volví a ver hasta León (día 21), en la plaza del Parador, y posteriormente en Muxía (6 de septiembre), en el albergue; a Muxía llegaron en autobús desde Santiago, el hospitalero se percató y les estaba echando; prefería el albergue vacío a que se ocupara con turistas; de nada valieron los ruegos y lloros, el hombre era inflexible. Estaban cenando paella, me dijeron que se la pidiera a la hospitalera y, con miedo, así lo hice, miedo no infundado, pues fui objeto de sus gritos en francés, tras los cuales llegaron sus consabidas risas y el plato con paella, previo paso por el microondas. La paella estaba de muerte, abuela, así que reviví en mis carnes el clásico de la fabada Litoral, solo que esta vez con paella Carreful. ¿A qué tendría yo que felicitar a esa vieja loca?

Tras la cena salimos fuera y fue entonces, en la calle vacía de turistas y paisanos, ya de noche, cuando los peregrinos, únicos pobladores, empezamos a conocernos, aunque durante poquito tiempo, pues a las diez cerraban las puertas del albergue para descansar, que el día siguiente sería duro. Lo de descansar es, por supuesto, mera palabrería; en primer lugar porque tampoco estábamos tan cansados (la palabra cansancio adquiere nuevas connotaciones después de haber recorrido varias etapas del Camino); en segundo lugar porque, sabido es de todo el mundo, que el primer día de viaje nunca se duerme bien.






Mago de Oz: Conxuro

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Camino de Santiago (III): algunos personajes

Bien, ha llegado el momento de hacer esfuerzos para traer los recuerdos al presente, para movilizar las neuronas e intentar retrasar un poco el alzheimer que nos acosa desde lejos. Quizá debiera ir contando poco a poco las etapas, lo que me acordase de ellas, quizá lo haga, pero ya prometí en la primera entrega que hablaría sobre alguno de los personajes curiosos que me he encontrado a lo largo del Camino. Allá vamos:

Aquí podemos ver una instantánea tomada a las afueras del albergue de Logroño, mientras los peregrinos esperaban a que abriesen sus puertas y les dejasen caerse muertos en sus literas. Era muy típico que la gente saliese a caminar muy pronto por la mañana, llegase a las 11:00 al destino, y tuviese que esperar una hora o dos porque el albergue estaba cerrado. Puede parecer estúpido, pero lo cierto es que por la mañana temprano se anda mucho mejor, aunque a mediodía no haga calor; se anda mejor tempranito... Pero cuesta levantarse.

Bueno, a lo que íbamos. En dicha foto (podéis pinchar en ella y verla más grande) podemos observar a uno de los personajes... Lo cierto es que quizá debiéramos distinguir entre "personajes" y "peregrinos curiosos, interesantes"; el término "personaje" deberíamos reservarlo para aquellos que decididamente han cruzado la débil línea que separa la "normalidad" de la "locura". Este del que voy a hablar hemos de considerarlo un peregrino interesante.

Se trata del tío calvo que vemos sentado en el suelo: Miguel, de Vigo, con un acento gallego encantador; militar retirado por haber resultado herido en Kósovo cuando el BMR que dirigía volcó tras pisar una mina. Todos los años Miguel se hace el Camino entero, desde Roncesvalles a Finisterre. Son sus auténticas vacaciones. Este año, sin embargo, no ha podido terminarlo, pues le llamaron para realizar unas gestiones y tuvo que dejarlo en Burgos. Miguel tiene 46 años y se dedica a hacer deporte por las mañanas en la playa: corre, monta en bici, etc. Creo que en ninguno de los ratos que hemos pasado juntos charlando hemos hablado de libros, sin embargo, se nota que es una persona instruida, probablemente autodidacta. En cualquiera de los casos es la imagen completamente opuesta a la que tenemos del militar. "Yo entré en el ejército porque era lo que vi desde niño, vivía al lado de los cuarteles, pero no tenía vocación", me dijo mientras paseábamos por Estella. Cuando caminaba me resultaba imposible seguirle (eso si le alcanzaba en alguna parada, ya que solía salir antes que yo), era pura fibra en movimiento, pero cuando hablaba, rezumaba sensibilidad, transmitía una agradable sensación de paz, de serenidad. Fue una lástima que no pudiera continuar. Un día me dijo: "cuando veas a alguien caminar en dirección contraria (a un peregrino, se entiende), párale y pregunta, seguro que tiene una buena historia que contarte".

Y eso hice. Casi al final de la etapa del día 20 de agosto, llegué a Reliegos procedente de El Burgo Ranero, en León, tras 12,7 km de tierra compactada al lado de la carretera, sin pueblo o fuente alguna (aunque agua no me faltó, que para eso llevaba mi cantimplora del oeste en la que caben dos litros, que causa la admiración de peregrinos, turistas y transeúntes varios y que me deja la ropa hecha polvo con el roce del aluminio). No recuerdo haber hecho ninguna parada para descansar en esa etapa, hice 20 km del tirón y en solitario (salí de Bercianos), llegaba la hora de comer y ya estaba bastante cansado. Debido a esas estupideces que uno hace en la vida, cuando pasé por Reliegos (a esas horas un pueblo fantasma), no me desvié hacia el bar, pensando que habría otro al final del pueblo, pensando que me harían dar una vuelta estúpida. El estúpido, por supuesto, fui yo. ¿Alguien me dijo que al final del pueblo había un bar? No ¿intente preguntárselo a alguien? Tampoco. Es posible que el hambre hiciese estragos en mi cerebro. Claro que al llegar al final y ver que no existía ni una mala tabernucha en la que tomarme una cerveza con limón, se me cayeron los palos del sombrajo; al ver que eran las dos y mierda, se me cayeron más todavía: no pensaba dar la vuelta. La única sombra que por allí existía era la de la pared del frontón, aunque el suelo no era lo más apropiado: pajas secas, trozos de cristales, alguna mierdecilla seca de perro... Lo único practicable era un poco de cemento informe procedente del tropiezo de algún obrero mientras construían el frontón. Y allí, ya descalzado, un poco mareado, solitario y confuso (como decía el Molina de los Ñu, personaje infame donde los haya) me preparé un bocadillo de queso con choped de pavo.

Por cierto, creo recordar que andaba yo un poco chungo de las tripas, con ganas de emular a los perros que por allí habían dejado sus recuerdos, quizá con dolor de estómago... No de estómago no, no habría podido comerme el bocata. Pero recuerdo que al llegar a Mansilla de las Mulas me tomé un zumo de limón natural con ginebra (un poquito, ¿vale?) que ponía los pelos del punta al personal que lo probaba, remedio casero de la abuela, que de estas cosas sabían mucho; eso te corta la cagalera.

Bueno, pues 6 km antes de lo del remedio, recordáis que estaba comiendo, ¿no? Pues bien, termino de comer, me preparo los pies (es decir, los unto de vaselina), preparo la mochila, y cuando voy a ponérmela veo a un peregrino que camina en dirección contraria; estaba medio lejos así que no había problema, pero héte aquí que se para me mira y me pregunta por un cigarro: "Peregrino, ¿tienes un cigarro?"; "de liar", le dije; "bueno es", me contestó. Le presté los artilugios para trabajar y seguí el consejo de Miguel, le pregunté por qué hacía el Camino al revés.

Antes de transcribir la mal recordada conversación conviene dar unas pinceladas acerca del atuendo y apariencia física del peregrino en cuestión: vestía un chandal azul y rojo que, para sorpresa, ni era de marca ni estaba viejo o roto, tampoco olía excesivamente mal el hombre; contaría unos sesenta y tantos años de edad, el pelo largo, muy largo y grasiento, un pañuelo a lo Johnny Deep en Piratas del Caribe cubría su cabeza, le faltaban dos dientes y en su bastón, terminado en una cruz, pendía la imagen de no sé qué Virgen. Carlos, se llamaba. Carlos presentaba toda la apariencia de un mendigo, pero eso sí, un mendigo itinerante, errante, siempre caminando.

Ocho años decía que llevaba viviendo en el Camino, ocho años caminando, salvo cuando estaba tan enfermo que lo ingresaban en algún hospital. "En el Camino encuentro la paz, en la ciudad solo veo violencia, egoísmo, envidia; en ella no puedo estar más de dos o tres días". "¿Y tus pies, no te salen ampollas?", le pregunté.

-Claro que me salen, pero yo no las pincho, no las curo, sigo caminando y cuando me duelen al dar un paso digo "gracias"; doy otro paso, me duele y digo "gracias"; punpun, gracias; punpun, gracias. Camino hasta que se hace de noche, hasta que ya no veo el camino, entonces me tumbo a un lado, o busco algún sitio más apropiado. Ayer pasé por León, iba a quedarme, pero él -señalando la cruz del bastón- me dijo "continúa". Me equivoqué y fui a dar a un río que no podía vadear, allí me quedé a dormir. -Sus ojos no me miraban- No me gustan los albergues, se dicen "amigos del peregrino", pero les pides un poco de pan y son capaces de echarte. Mira, ahora me ha dado esto -enseñándome el trozo de pan que traía en las manos, bastante sucias- una peregrina, para comer algo.
-¿Así, sin nada dentro?
-No tengo nada.
-Bueno, pues toma esto -y le entregué el queso y el choped.
-Gracias, hombre. ¿Sabes? Fumo para matar el hambre... Y como para matar las ganas de fumar. Nunca imaginé que se podía andar tanto sin comer.

Carlos tenía tres hijos y una nieta a punto de nacer, había estado en el ejército. Sus palabras, su mirada, te llevaban al límite de la razón, al límite de lo creíble, pero bajo ellas se adivinaba, se vislumbraba el peso de una gran culpa. Hay cosas que, sin embargo, uno no debe preguntar, solo esperar a que te las cuenten si el otro quiere hacerlo. "El peregrino es dueño de su silencio" se suele oir en el Camino; es una de las sentencias que forman parte del código de comportamiento, no sé si escrito, del peregrino.

-Yo no pensaba que iba a durar tanto tiempo. Ya estoy cansado, tengo ganas de que me llame para dejar de andar. He ido por el Norte, por la Plata, por Oviedo... Punpun, punpun... Estoy cansado.

Otro de los peregrinos curiosos del Camino, fumador empedernido de marihuana, calvo, cachas, tatuado y, curiosamente, también ex-militar... Por cierto, ¿qué tendrá el Camino que tanto llama la atención de los ex-militares? ¿Una disciplina sin que nadie te la imponga, libremente aceptada, pero compartida por una cierta mayoría, es decir, no meramente privada? ¿Marchas y marchas y marchas? ¿La mística de los templarios, o de la orden militar de los caballeros de Santiago (cuya bonita cruz he puesto arriba a la derecha), o de la orden de Malta? No lo sé... Y tampoco creo que yo pueda considerarme ex-militar; hice la mili, sí, en un cuerpo "especial" (especial debía ser por la cantidad de garrulos y drogaos a los que se les dejaba cojer un arma), sí... Bueno, pues dicho chaval me dijo algo con bastante razón, aunque fuera a cuenta de otro de los personajes: "mejor que estén aquí, en el Camino, andando y dentro de esta especie de burbuja social, que tirados en la calle o bajo un puente, con un cartón de vino y al desamparo de la gran ciudad".

Si algo lamento de haber hecho mal en el Camino ha sido no llevarme cámara de fotos, porque todas estas personas merecen un homenaje en la medida en que, con muy pocas palabras, son capaces de enseñarte algo, de mostrarte una nueva perspectiva de las cosas al tiempo que muestran una parte de sí mismos. Esto es, creo, lo más importante del Camino, las personas. Ahora bien, la disposición en que se encuentran, en que nos encontramos, las personas en el Camino para hablar íntimamente con desconocidos, es algo difícil de conseguir en ningún otro lugar; y esto se debe a la atmósfera ideológica que se respira en él, a la mística del Camino, que por supuesto está sostenido por un peso histórico de siglos. Y son precisamente esos siglos los que hacen irrepetible este camino, a diferencia de lo que pueda pensar Snorfold, nuestro gran crítico.

En fin, poco más puedo decir de Carlos y de mi encuentro con él, ya que lo cierto es que se repetía bastante, sólo que, al separarnos, le entregué el paquete de tabaco y los papelillos.


Mago de Oz: La Santa Compaña

martes, 11 de septiembre de 2007

Camino de Santiago (II): respuesta al Sr. Snorfold


Por su inestimable interés introduzco la respuesta al Sr. Snorfold como si fuera un nuevo capítulo de las crónicas sobre el Camino. En cursiva y sin justificar van las palabras del Sr. Snorfold, más grandes y justificadas mis respuestas.

A PRIORI ME PEO EN EL CAMINO DE SANTIAGO, Salvo que los escritos del Sr. Zanjas me convenzan de lo contrario, algo a lo que estoy dispuesto (aunque me resistiré).

La categórica afirmación anterior me sirve para llamar la atención del lector hacia mi alegato contra el misticismo y la supuesta trascendentalidad, que es lo que realmente se desprende y rezuma de la crónica del propietario del blog. Es tal el malestar que me han producido las biscosas palabras sobre esa vía turística que trataré de desbordar, poniendo toda la acidez que mi mal de estómago permita, la primera cronica sobre el Camino de Santiago en las líneas que siguen. Todo ello con la máxima consideración hacia el propietario de un blog que, hasta ahora he venido siguiendo.


Estimado Sr. Snorfold:

Por prescripción médica es necesario peerse en el Camino, y aún cagarse en él... Bueno, mejor a un lado y, eso sí, escondiendo o llevándose el infame clínex o papel higiénico, que están las sendas hechas un asco de tanto peregrino cerdo. Por lo demás deberíamos ponernos de acuerdo a la hora de utilizar algunos términos en la discusión, de lo contrario correríamos el riesgo de no entendernos y discutir eternamente, algo a lo que no estoy dispuesto, ya que debo continuar con las crónicas del Camino.

En primer lugar el término "místico". Lo místico suele entenderse como un sentimiento misterioso, extraño, y (casi siempre) agradable que suele atribuirse a causas divinas. Ahora bien, dado que soy ateo (y ser verdaderamente ateo supone no creer en ningún tipo de fuerza oculta, ya sean dioses, espíritus, horóscopos, energías telúricas, extraterrestres ni cualquier pamplina capaz de suscitar el interés de Íker Jiménez) he de buscar una razón materialista a ese sentimiento extraño. Y esa razón la encuentro, precisamente, en la transcendentalidad.

Para lo cual, en segundo lugar, habré de explicar qué entiendo yo por "transcendentalidad". Al perecer, Sr. Snorfold, usted asocia la transcendentalidad a lo divino, a lo que no es de este mundo. Sin embargo, cabe entenderlo de otro modo: transcendental es aquello que no puede reducirse a una categoría determinada (de este modo, si Dios existiera, sería transcendental, pues no podría reducirse a ninguna de las categorías de nuestra mente, a ninguna ciencia ni disciplina humana). Pero hay cosas en este mundo que, sin ser divinas, son transcendentes, pues pertenecen a varias categorías, y el problema no es que pertenezcan a varias de ellas (un zapato, por ejemplo, pertenece al género del calzado y al de los cuerpos afectados por la ley de la gravedad), sino que en tales cosas no están claros los límites de las categorías: ¿dónde empieza el arte y acaba la religión en un retablo barroco? ¿Dónde acaba la religión y empieza la economía en el rito de balancear el Botafumeiro? ¿Existe o existía una razón práctica para ello, para el Botafumeiro? ¿Dónde acaba la religión y empieza la física en el cuento del Big-Bang? ¿Dónde termina la historiografía y la lingüística y empieza la prudencia política en el problema vasco? Pues bien, de las cuestiones transcendentes se ocupan la Filosofía, la Política y Historia (la Filosofía en tanto que histórico-política, la Política en tanto que histórico-filosófica y la Historia en tanto que político-filosófica).

Entonces, si el Camino de Santiago es transcendente, lo es porque no pueden establecerse claramente en él los límites del turismo, la religión, el arte, el deporte, la necesidad de relaciones humanas, la necesidad de superación personal. Lo místico del asunto consiste en no pararse a reflexionar sobre las sensaciones que uno obtiene. Si te paras, piensas y descubres la razón se acaba el misterio, se acaba el misticismo. No hay nada mágico, nada divino, pero no es tan fácil descubrir las razones, es decir, dar explicación de los sentimientos conforme a una categoría, o varias.

En esta medida, Sr. Snorfold, su crítica no desborda mi concepción del Camino de Santiago, puesto que, desde el primer momento, está reduciendo el asunto a mera "vía turística", lo cual no significa que usted no mantenga una determinada filosofía política de fondo, pues la reducción se hace sobre unos determinados principios; ya veremos cuáles. Es todo lo contrario: mi concepción incorpora a la suya y además la desborda, pues reconozco que es una vía turística, por supuesto, pero es algo más.

Sr Zanjas:

Tras leer su primera crónica y sin ánimo de molestar, me pregunto en primer lugar si todos los apelativos que adjudica al "Camino de Santiago" se podrían aplicar igualmente a "el Camino" en general, en sus diferentes versiones, incluso las metafórico-bingueras:

Para Kerouak la mística del camino consistía en ir montado en un coche hacia Frisco forrándose de trementina, peyote, be bop (que no tiene nada que ver con el hip hop) y follando a mares.


No, rotundamente no. No sé si existirá alguna ruta de peregrinación parecida a la de Santiago, quizá la de Lhasa, en el Tibet. Pero no desde luego la de Kerouak, que no daba un puto paso y cuyas sensaciones místicas eran proporcionadas por las drogas. El camino de Kerouak puede ser romántico por lo que tiene de underground (también lo es el de Santiago), pero no posee la consagración histórica necesaria, el flujo humano, etc.

Para la mayoría de los escritores mediocres, "el camino" es la abundantemente manoseada metáfora de "la vida", a la que se puede dar un sentido más o menos místico, en función de las necesidades personales o la coyuntura histórica.


Todo camino, cuanto más largo mejor, puede ser interpretado como metáfora de la vida, pues se supone que la vida tiene un fin, un objetivo a alcanzar (ya sea la santidad, la fama, la gloria, el poder, un chalete en Matalascañas...). El Camino de Santiago no iba a ser menos. Del mismo modo la vida se concibe como un camino. Y Cristo ya es el súmun: el Camino, la Verdad y la Vida.

Algo parecido piensa el "sinpar" Sinatra cuando se marca el "My way". Su way tenía mucho que ver con vivir a todo lujo, bebiendo champagne para desayunar con diamantes, mientras recibía llamadas de algún mafioso.

Pues eso, ¿no? Sin comentarios.

Más próximos a la generación de los noventa; Heroes del Silencio, reivindican "el camino del exceso" en su obra (cumbre): "El espíritu del vino". Fieles a su propia definición pretenden emborracharnos de nuevo con una nueva gira, que efectivamente constituye un exceso para quienes, ya talluditos, nada nuevo pueden ofrecer salvo el espectáculo de la pérdida de la dignidad en público. (¡Vale, me quedé sin entradas y me jodio!).

Es que no sabían los chavales si seguir el way de Sinatra o el de Kerouak y se montaron ese pastiche mediocre.

El "exceso vital" es algo que teóricamente contraía a muchos derechistas españoles (valga la redundancia), de buenas costumbres para quienes el verdadero camino es el "american way of life". Idolatrando el modo de vida que imaginan del estadounidense medio.

Prefiero no comentar este párrafo hasta que usted, Sr. Snorfold, lo revise, lo repiense y lo reescriba sin visceralidades y con rigor histórico-sociológico, como corresponde a su posición académica.

Me he referido a diferentes significados que adopta el (in) significante "camino" para restar importancia terapeutica y mística al "Camino de Santiago".


El hecho de que el concepto de "camino" sea multívoco, acaso equívoco, no resta ninguna importancia al Camino de Santiago, ni terapéutica, ni mística. Podrá restársele a través de otros métodos pero no de ese, por ejemplo a través de la comparación con otros posibles caminos reales, como el de Kerouak, el de Richard o el suyo propio, Sr. Snorfold.

Que sucedería si paralelamente al "Camino de Santiago" surgieran iniciativas como el "Camino del Richard" o mejor, el "Camino Snorfold", que iría de Getafe a Jaen por la Carretera de Andalucía con toda la solanera y finalizara con una meada ante un olivar.
Probablemente la gente que recorriera dichas sendas experimentaría sentimientos parecidos a los del Sr. Zanjas en su aventura santiaguina. Dicho lo cual me atrevo a observar que lo importante no es el camino (sea el de Santiago o la afamada "vía Snorforld"), sino las personas que por el circulan. Bien es cierto que del camino se pueden derivar unas condiciones propicias para la interacción, la solidaridad o el entendimiento. El problema del Camino de Santiago es que esas condiciones son recreadas artificialmente y por tanto espectacularmente falsas. El camino de Santiago es un Show en el que los "peregrinos" (ja, Ja), contribuyen a dar credibilidad al decorado.


Por supuesto: sin peregrinos no habría Camino de Santiago como tal, sino simplemente unos mojones con flechas amarillas a lo largo de 900 km. La gente es importante, desde luego, quizá lo principal, ahora bien, me gustaría saber si la recreación artificial a la que se refiere el Sr. Snorfold es el mito católico, la red de albergues y hostales, el mito sobre el propio camino... Me gustaría saber, también, en qué sentido las condiciones son artificiales si se propician efectivamente la interacción, la solidaridad y el entendimiento entre las gentes que hacen el camino. De todos modos, difícilmente puede construirse un camino parecido al de Santiago; lo que no se puede dar por sentado o suponer es que de repente se invente un camino con miles de caminantes, ya que falta un núcleo atractor, faltan reliquias, relatos, historia; falta ideología. Después, en torno a esa ideología, podrá crecer una determinada infraestructura pública o privada (aunque la privada no crece sin ver el percal ni sin subvenciones).

Veamos pues lo que subyace al camino: para empezar una tradición histórica que deviene en solera y que aporta una perspectiva mágica que entronca con lo místico en los casos en que el peregrino está dispuesto a dar un salto intelectual sin red metodológicamente cuestionable. Esta perspectiva se refuerza desde el ámbito comercial con el merchandaising propio del evento: conchas solapeñas, garrota de caminante o capa fardona. En torno al camino hay numerosas iniciativas turísticas que recrean el mito del peregrino sin rubor; fondas que se autodenominan hosterías, albergues que se disfrazan de centros de acogida a peregrinos, etc. Todo ello a un precio ajustado a la calidad ofrecida: yo te proporciono un “jergón de peregrino” y tu pagas menos euros que los que te costaría un hotel de tres estrellas.
El camino sirve para que muchas poblaciones sin el menor atractivo turístico se beneficien de un turismo que, de otra manera, huiría de semejantes secarrales.

Todo esto se complementa con la “específica psicología del peregrino”. Para empezar, el término peregrino rehuye de manera falaz el concepto turista (aunque sea rural) para dotar a los caminantes de un alo que el Sr. Zanjas viene a definir como “misticismo del camino”. Entiendo que el “Camino de Santiago” debe ser considerado no como una vía mística, plagada de sentido trascendente sino como una “propuesta vacacional binguera más”, de ocio y descanso para los turista-caminantes, que tienen ocasión de conocer gente, ligar, catar buenos vinos, zampar buenas viandas, comprar souvenirs-conchas de recuerdo y finalmente zamparse un riveiro con queso de tetilla en Santiago de Compostela (supongo a esto se refieren con el supuesto jubileo).


Todo correcto, salvo que la tradición histórica es algo más que un buen vino y que el Camino no está ahí para que refloten poblaciones sin atractivo, sino que estas poblaciones reflotan (si es que reflota la población y no sólo el bar, la tienda y el hostal) porque el Camino está ahí, lo cual no es lo mismo. En cualquiera de los casos, el peregrino no es el típico turista, ya que intenta gastar el mínimo posible y no es infrecuente ver malas caras en tiendas y restaurantes ante la entrada de peregrinos. En mucho sitios se dirían que sufren a los peregrinos, sufren su falta de dinero y su olor a sudor. Y aquí es donde se llega al punto crucial que diferencia al peregrino del turista: el peregrino camina, el turista no; camina de 20 a 30 km. diarios, lo cual se dice pronto, pero hay que sufrirlo. Hay que caminar al menos 7 días para saber lo que es eso y poder diferenciarlo del turismo, hay que caminar con ampollas, tendiditis o esguinces. Hay que trabajar tras la caminata lavando ropa, arreglando el cuerpo; hay que acostarse a las diez y levantarse a las seis... Pero en cualquiera de los casos, sin una ideología más o menos extendida y compartida, sin una mística, el Camino carecería de sentido.

Es cierto que el sufrimiento une a las personas y forja grandes amistades pero, el sufrimiento del Camino de Santiago no deja de ser un sufrimiento impostado, libremente decidido y hasta cierto punto falso, controlable y regulable a satisfacción del peregrino y sus posibilidades físicas.
Un sufrimiento que no es consecuencia de una marcha honesta contra la corriente, con un propósito loable y dificultades sobrevenidas e inesperadas como las que se encontraron los revolucionarios cubanos en su marcha hacia La Habana, o los refugiados españoles de la guerra civil, en su huída hacia Francia, cuando se encontraron con una sociedad que les rechazaba y unos campos de concentración terribles (Carles Fontseré en “Un exiliado de tercera”, da buena prueba del camino recorrido por los republicanos catalanes y las circunstancias que encontraron en el París de la Segunda Guerra Mundial). Un sufrimiento diferente al de los peregrinos de las pateras en busca del cielo en forma de Carrefour que perecen en el estrecho por cientos. No creo que sea necesario poner más ejemplos. Simplemente reivindico que el sufrimiento nunca es algo buscado sino encontrado, que el Camino de Santiago poco tiene que ver con los avatares de un grupo de seres humanos en pos de un objetivo loable y , sobre todo creíble. Soy partidario de aplicar esa terminología al margen de la sociedad del espectáculo (Debord) y por ello proclamo que tiene mayor interés recorrer caminos poco explorados que el Camino de Santiago, que en este mundo, plagado de personas que sufren, existen numerosas causas y objetivos reales y que estos, tienen que ver con la lucha contra la injusticia. Objetivos que son más dignos de calificarse en sentido trascendente si alguien lo necesita. Caminos difíciles y tortuosos que proporcionan auténtico sufrimiento a quien los transita, pero también aventuras y amistad.


Sr. Snorfold, en este párrafo se ha excedido con la demagogia pues está comparando temas inconmensurables en virtud de una simple palabra: en el Camino existe un sufrimiento ciertamente controlado en pos de un objetivo personal espiritual (sea religioso o para reforzar la fe en uno mismo, ya he dicho que soy ateo). En los casos que usted pone el sufrimiento es incontrolado porque proceden de terceros enfrentados o de condiciones ambientales extremas (el mar) y se realizan en pos de objetivos materiales (ya sociales, ya personales). En todo caso lo que deberían compararse serían los objetivos y la pertinencia de dedicar unas vacaciones a unos u otros. Entiendo que es eso lo que usted hace y por atribución causal compara los sufrimientos. También yo creo más loables los objetivos político-sociales, pero como soy una persona moralmente enferma que no sigue sus propios principios... bueno, que no sigue algunos de sus principios, me dedico a seguir otros.

Presto a colocarme las alpargatas (Nike) para el próximo año jubilar, y recorrer el camino con una perspectiva lo más binguera posible, me apresto a valorar el mismo con ésta que resulta la última pregunta de mi alocución. Una pregunta que realizo con júbilo a quien deseo hay tenido un “buen jubileo” y no haya olvidado el condón (¿llevarán los peregrinos, tan infame objeto?): Ahí va pues:
Oye ¿Cuántas mozas has conocido en la jubilar y santiaguesca travesía?


En sentido bíblico no he conocido a ninguna, de modo que los condones para lo único que han servido ha sido para agregar peso a la ya pesada mochila, igual que otras gomas como las de musculación para rehabilitar mi maltrecho hombro, que solo usé en Roncesvalles cuando todavía no conocía a nadie. De todos modos mis posibilidades libidinosas decrecían en proporción directa al tamaño de mis barbas, complemento indispensable de todo peregrino que se precie. En sentido coloquial he conocido a bastantes, pero como te me sigas subiendo al complemento no pienso presentarte a ninguna.

P.D. El que suscribe es posible que esté un tanto harto de las pijas que acudían a la india con vocación mística. En este caso muy new age, en torno al yoga, los chacras y otras gaitas.

¿Ves? Unos sufrimos en el Camino y otros hacéis turismo sufriendo a las pijas, sufriendo al ver la miseria de la India... Unos conocéis el mundo exterior y otros el interior... De España, me refiero, sin derechismos.

Por último y recapitulando: el Camino de Santiago no puede reducirse a una vía turística ya que dicha perspectiva queda desbordada por otras características y la psicología del peregrino tampoco cabe ser desestimada desde un sociologismo anti-religioso corto de vista, sino ser explicada de un modo, por lo menos, funcionalista y, por lo más, filosófico. A la luz de estas disquisiciones, le insto, Sr. Snorfold, a releerse mi primera crónica, quizá le encuentre un sentido distinto.