domingo, 9 de agosto de 2009

Camino de Santiago Primitivo

¿Cuántas veces hemos de repetir nuestras acciones para aprender algo de ellas? ¿O acaso estamos condenados al "lo más curioso es que esto no me ha servido de nada, no he aprendido nada", que dice Patrick Bateman al final de "American Psycho"?

¿Cuántas veces he de realizar el Camino de Santiago para aprender algo de él?

Podría ponerme a revisar los tres o cuatro capítulos que escribí a la vuelta del Camino hace dos años, pero ello supondría añadir unas sensaciones, recuerdos y reflexiones que ahora no tengo presentes, pervirtiendo el sentido de lo que quiero expresar y que no es otra cosa sino la sensación que me ha quedado al final de esta nueva experiencia y las enseñanzas, si las hubiera, que haya podido extraer de la misma.

Este año tengo vacaciones, no estoy en el paro, como dos años atrás, de modo que el tiempo era más limitado y para colmo tengo un viaje el día 12 de agosto. Mi hermano se casó el 25 de julio (precisamente el día de Santiago) en Oviedo, de modo que para llenar el tiempo entre esas dos fechas decidí hacer una parte del Camino. ¿Cuál? Pues ya que estaba en Oviedo, el Camino Primitivo, el que atravesaba las montañas asturianas y gallegas antes de la Reconquista, antes de que se "limpiasen de infieles" las tierras por las que luego discurriría el Camino Francés, un camino más llano. Este camino pasa por Grado, Salas, Tineo, Pola de Allande, Grandas de Salime, Fonsagrada, Cadabo, Lugo, San Román de la Retorta, Palas de Rei, Melide y Arzúa.

La motivación, por lo tanto, que me ha llevado a realizar de nuevo parte del Camino no es desde luego religiosa (ya sabéis que soy ateo) y no sabría si calificarla de espiritual. Es deportiva, desde luego, y las relaciones sociales también estaban presentes como parte de esas motivaciones, si bien, desde ciertos puntos de vista tales motivos podrían resultar espurios.

La mística del Camino establece que uno lo realiza para conocerse a sí mismo o, que en todo caso, como consecuencia de hacerlo uno termina conociéndose, pues andando solo durante tanto tiempo da para pensar en todos los aspectos de nuestra vida, como si en la vida diaria no tuviéramos tiempo para pensar en todo ello; yo al menos sí lo tengo (cuando conduzco al trabajo, cuando corro, cuando ando por el monte, etc). No necesito el Camino para pensar en mí mismo y tampoco sé si uno puede llegar a conocerse a base de pensar. De modo que esto tampoco estaba entre mis motivos.

También está la motivación cultural: conocer a otras gentes, lugares, monumentos... Una motivación que puede variar entre lo turístico y lo edificante, dependiendo del tiempo que se le dedique. En este sentido, quizá una de las pocas cosas que haya aprendido es una recomendación para cuando haga de nuevo el Camino: la ausencia de prisa. Una tabernera me decía que se había pervertido el sentido de la peregrinación, que ya nadie se paraba a hablar con ella ni le solicitaba asilo; casi todo el mundo pasaba de largo buscando el albergue. Por supuesto, este motivo estaría reñido con el deportivo, con el de recorrer 30 ó 40 km diarios.

Para establecer un orden a la hora de hablar sobre lo que me he encontrado en este Camino utilizaré tres “categorías”: a) las gentes, b) mi cuerpo y c) los monumentos y paisajes

a) La gente.

Lo que me encontrado a lo largo de este camino de 11 días y 300 km. es algo bastante distinto de lo que me encontré en el Camino Francés: por lo pronto menos gente peregrina, alrededor de 30 personas en los albergues, lejos de las 100 o 150 que podemos encontrar en el otro, lo cual no es ni mejor ni peor, sino distinto, porque los albergues cuentan con menos plazas y puedes encontrarte durmiendo en el suelo. Sin embargo el tipo de gente sí es distinto, es gente que llega huyendo de la masificación que se supone que existe en el Francés, una masificación que, hablando con los hospitaleros, resulta que se reduce a la segunda quincena de julio y primera de agosto. Es gente que tiene una motivación más deportiva, aunque también los hay que parecen que van de fiesta, a comer, a beber, a fumar porros, a ligar... Sin embargo, estos también se hacen los kilómetros "reglamentarios".

Para ser exactos tendríamos que decir que nos podemos encontrar de todo. Suele decirse que el Camino es como la Vida, un pequeño Aleph o fractal de la misma, por ello también es por lo que uno se encuentra con material sobre el que pensar de un modo diferente, probablemente más concentrado, sobre su propia vida.

En este sentido me he encontrado con gente estúpida, que hacía parte de las caminatas andando y parte en auto-stop y ocupaban camas en los albergues, de modo que cuando llegabas tú, debías irte a dormir al suelo o a otro local. Pero también he encontrado personas interesantes, como una chica española que llevaba andando 4 meses, desde Austria. No obstante he de decir que yo tampoco estaba muy receptivo hacia la gente, lo cual es un grave error, ya que probablemente me haya perdido una parte muy importante. De todos modos es difícil conjugar este "mandamiento del Camino" (estar abierto a los demás) con aquel otro que dice "aprende a desprenderte de todo" (normas presentes en la mística de todos los lugares y religiones): cuando uno se abre al otro y el otro se abre al uno surge un vínculo de amistad, de amor, que es difícil abandonar o suspender (no ya romper, puesto que estamos en la era de las telecomunicaciones) para continuar el propio camino. Sin embargo, tampoco creo que esa haya sido la razón para haber permanecido un poco cerrado; ha sido más bien algo de pereza.

En cambio, bastante más interesantes me han parecido las personas que vivían o nos íbamos encontrando por los caminos, aldeas y albergues, especialmente el párroco de Grandas de Salime, que nos ofreció la casa parroquial para pernoctar, así como alimentos para la cena y el desayuno; pero también el párroco de Villabade, que nos mostró la Catedral de Castroverde, el tabernero de San Román de la Retorta, que nos enseñó la iglesia del s. XII, Remedios con su cantina ilegal, que abría a cualquier hora, vendía lo que le pidieras y charlaba contigo mientras maldecía a los perros (je, je, no digo el lugar, no vaya a ser que le cierren el chiringuito) y algunos paisanos anónimos que me hablaban de lo mal que está el campo: de lo poco que les pagan por la leche, por la carne, por las hortalizas, de los jabalíes que les estropean las huertas y no pueden matar bajo multas importantes… Por lo general no es gente acostumbrada al paso de los “peregrinos”, al contrario que en el Camino Francés, donde se nos considera como una fuente de ingresos turísticos.

Pero al mismo tiempo he echado en falta la mística que se respira en el Camino Francés, el “rollete peregrino”, que quizá pueda ser un poco impostado, pero que ayuda un poco a sobrellevar los sinsabores del camino: dolores físicos, pérdidas de personas…

b) Mi cuerpo

La pereza espiritual de la que hablaba más arriba quizá pudiera estar ocasionada por la laboriosidad física a la que me sometía la jornada de camino. He de reconocer que caminar por los montes asturianos resulta bastante más duro que hacerlo por la llanura castellana. Parece de perogrullo, pero alguien acostumbrado a caminar por el monte podría ponerlo en duda o relativizarlo. No. De verdad es más duro: las piernas se cargan más y como consecuencia de ello, al menos yo, debía dedicar más tiempo a los masajes y estiramientos. No sé si también como consecuencia de ello los músculos de mi espalda empezaron a ceder bajo el peso de la mochila, se empezaron a contracturar. Se recomienda que el peso de la mochila no supere el 10% del peso corporal y nunca más de 10 kg; la mía pesaba algo más de 12 kg. Como ya he comentado, se suele decir que en el Camino aprendes a desprenderte de todo, en primer lugar de todo lo que pesa… Pues bien, tampoco eso he aprendido o, al menos, no he logrado llevarlo a cabo; quizá si hubiera tenido que caminar durante más tiempo… Hace dos años me pasó lo mismo, prácticamente con el mismo peso, pero al cabo de los 30 días. ¿Será que me vuelvo viejo? Me sobraban unas chanclas, me sobraba el kit de afeitado, una camiseta, dos pares de calcetines, dos calzoncillos, la navaja multiusos y 4 pilas pequeñas, dos de ellas gastadas; no sé, puede que en total lo sobrante llegase a 2 kg, ya lo pesaré cuando llegue a casa. También debería haber sustituido mi viejo saco de dormir (26 años) por alguno más moderno y ligero. En fin, como consecuencia de ello tuve que gastarme 30 euros en un fisioterapeuta en Lugo. La chica me descargó la espalda un poco, pero a los dos días ya estaba igual.

Así que soy capaz de desprenderme de las personas pero no de las cosas… ¿No es preocupante?

c) Monumentos y paisajes.

Por lo que toca a los paisajes asturianos y gallegos… ¿Qué decir que no sepáis? Os he dejado algunas muestras en las fotografías, aunque ya sabéis que ellas no pueden expresar lo que uno siente allí: valles y colinas (unas suaves, otras agrestes) en diferentes tonalidades de verdes, según lo que allí se cultivase, bajo unos cielos grises cuya tonalidad variaba a lo largo del día, con leves descargas de fina lluvia. Nieblas, bosques de eucaliptos, senderos y caminos que parecían excavados en la tierra y cuyas paredes estaban cubiertas de musgo, raíces, hierbas, helechos, muchos helechos…

Sin embargo, no es el paisaje geográfico lo que más me ha impresionado, acostumbrado como estoy a patearme las montañas y habiendo hecho justo antes del Camino la Ruta del Cares, con ese impresionante desfiladero entre las calizas de los Picos de Europa. Lo que más me ha impresionado ha sido el paisaje humano de la Asturias y Galicia profunda: aldeas de cuatro casas en las que no ves a nadie o, cuando lo ves resultan ser personas bastante mayores; no hay niños, raramente ves a personas de mediana edad. Desde luego no hace falta irse allí para saber del problema de la despoblación del campo, pero cuando paseas por esas aldeas y campos adyacentes te vienen a la mente las imágenes contadas por Julio Llamazares en “La lluvia amarilla”.

Especialmente para mí resulta muy gratificante, ya que me recuerda a mi niñez en el pueblo, los olores de los establos de vacas y las calles de los pueblos minadas por sus plastas… Je, je, ahora recuerdo que sí vi a una niña con la abuela y la madre arreando a unas vacas; estaría de vacaciones.

Hay, no obstante, un olor que es casi omnipresente en todo el norte al que no termino de acostumbrarme, el de la hierba fermentada en los plásticos que se usa para alimentar al ganado; es un poco fuerte y parecido al olor de los vómitos (qué agradable, ¿no?).

En cuanto a los monumentos presentes en el Camino Primitivo destaca la Catedral de Lugo y sus murallas, el resto son iglesias más o menos antiguas, sencillas, aunque no por ello menos importantes. Me llamaron mucho la atención las iglesias de los pueblos y aldeas con el cementerio alrededor, algunas incluso con las tumbas en el propio muro de la iglesia, vestigios de una cultura que integraba a la muerte en la vida cotidiana, que no olvidaba a sus muertos, que no apartaba a sus ancianos en asépticas residencias; el problema con el que me he encontrado es la falta de tiempo para aprender más sobre ellas…

El verdadero problema es que no terminamos de cortar con nuestra vida diaria, no hacemos un verdadero paréntesis: tenemos los días contados, las etapas establecidas, los kilómetros marcados, la guía del peregrino… Seguimos presos del afán acaparador, de la acumulación de cantidad, pero olvidando la calidad. Sí, he realizado el Camino Primitivo en los 11 días que marca la guía de la Asociación Astur-Leonesa de Amigos del Camino, me he machacado la espalda, los pies no, menos mal, y todo ¿para qué? ¿Qué he aprendido?

No sé, quizá que el Camino no puede hacerse de esta manera tan precipitada; quizá sea cuestión de andar menos kilómetros y hablar más con la gente. Todo esto, por supuesto desde una perspectiva atea, el que sea creyente tendrá otras motivaciones y otras recompensas.

En fin, aquí os dejo las fotos: