martes, 30 de octubre de 2007

Muxía y la abuela bloggera


Muxía, zona cero en el desastre del Prestige, final del Camino, una pena llegar allí en un día soleado, sin olas, sin viento... Eso no es Galicia, esa no es la Costa de la Muerte, sino un Mar Muerto. Llegar a esa cala paradisíaca tras 30 duros kilómetros y no probar sus aguas, solo queríamos llegar al albergue y descansar, dejar la mochila, dejar de andar, fin de la aventura.

La mala suerte nos alejó de nuestro destino y nos llevó al Santuario, auténtico final del Camino. Después nos llevó a comer al bar de los camellos; demasiado brasas, los chicos. Muxía no tiene nada, sólo el Santuario y un albergue de diseño aséptico y minimalista, un asco.

Sin embargo, siento buenos recuerdos al leer cosas como las que siguen.

Hace poco metía una nueva cita en la descripción del blog y hace menos recibía noticia del blog de la abuela --gracias, Mari Carmen (mi prima de Donosti)--, un blog que ilustra a la perfección cómo hay personas que no caen en la zanja o que saben salir de ella.


sábado, 20 de octubre de 2007

Camino Santiago VIII: 4 agosto (continuación)

Anduve, pues, un rato hablando con David acerca de las virtudes de la cocina y de la dieta de la sangre, una dieta consistente en no comer determinados alimentos dependiendo de tu grupo sanguíneo, dieta que seguía él, yo bastante tuve con no comer carne (muerta) durante 12 años.

Un poco más tarde conocí a su hermano Javier y la novia de éste, Sonia; eran una pareja genial que se aficionaron a mis modelos de calzoncillos y solo esperaban el momento de la ducha para verme desfilar entre las literas con paso firme y decidido a pesar de las chanclas amarillas, que escurrían lo suyo tras mojarse. En estas situaciones uno siempre intenta sacar algún provecho, de modo que en varias ocasiones les propuse menasatruases, pero nunca querían: que si a Sonia le duele la cabeza, que si yo (Javier) estoy muy cansao y no se me levanta... Excusas.

Bien, lo cierto es que no empezaría a conocerles hasta haber llegado a Larrasoaña (el pueblo más castaña). Lo más destacable del camino hasta allí fue el paso por Zubiri; nos detuvimos a refrescarnos los pies en el río y luego a comer un bocadillo. Resultó que estaban en fiestas y a esas horas actuaban los gigantes y cabezudos: cuatro gigantes ataviados con una mezcla de vestido folclórico y vestimenta medieval que bailaban dando vueltas y vueltas, algo digno de ver... Y de oír si no hubiera sido por una de las trompetillas que llevaba la banda, demasiado estridente. Los cabezudos, en cambio, eran un coñazo: se dedicaban a perseguir a los niños del pueblo dándoles con una especie de maza forrada con gomaespuma; cuando los niños se escondían y no podían alcanzarles la emprendían con turistas y peregrinos... Eran aberchales disfrazados.

Había entrado yo a la tienda de ultramarinos (a saber qué vendían en estas tiendas antiguamente, cuando les pusieron el nombre) con el otro Javier, el fumador, del que tanto tiempo llevo sin hablar, aunque el otro día hablé con él por teléfono (no mucho, porque estaba yo en el curso; así que he de volver a llamarle). Acordamos comprar el pan conjuntamente. Lo cogió él y mientras yo esperaba a que me atendiesen, él fue a buscar tabaco... Y no volvió, como en el chiste. De modo que tras esperar un rato largo, tomando una cerveza eso sí, aunque temeroso del mazazo de algún cabezudo, me compré yo el pan y me hice el bocata, supongo que de queso.

El trayecto desde Zubiri hasta Larrasoaña fue uno de los más duros que tuvimos en todo el Camino, y no por la orografía, sino por el calor que hizo a partir de mediodía. Lo peor fue pasar por una especie de cantera donde no había ni un árbol y las rocas reflejaban el sol y desprendían mucho calor. De modo que tras llegar a Larrasoaña y ver el río, el mismo que pasaba por Zubiri, el mismo que atravesaba la cantera, mi cabeza quedó prendada de él y sólo pensaba en el modo de bañarme a las vistas de las gentes, pues no llevaba bañador.

Tras realizar los trámites pertinentes (sellado de credencial, toma de posesión de litera, etc, etc.), convencí a una catalana para que se viniera conmigo al río... ¡Y yo me la llevé al riiiiiiiiiíííooo! Pero nada. La chica, en cuestión había llegado al Camino huyendo de las gentes de su pueblo, en Gerona, que la atosigaban. Ya se sabe: una madre soltera, un pueblo pseudo-cafre. Necesitaba “respirar, descubrir el aire fresco y decirle a la mañana patatín... patatán”. Ah! Qué gran invento internete, con Google y la Wikipedia: le permiten a uno sentirse un poco menos ignorante; a mis años no sabía, o no recordaba, ya que puede ser que lo hubiera aprendido, que Medina Azahara existía como ruinas arqueológicas, que no era sólo una leyenda. Una medina le hubiera levantado yo a la catalana, pero como ya os he dicho estaba allí para oxigenarse. También he dicho que no tenía bañador (yo, la catalana sí), pero como mis gallumbos (por cierto, esta palabra no está en el diccionario) son de pata larga, o sea hasta medio fémur, podían pasar por bañador... Si no hubieran llevado la abertura vertical para sacarla a paseo (ya sabéis), según me hicieron notar después... Después de haberme paseado por todo el pueblo en gallumbos coloraos.

El río estaba lleno de cangrejos americanos, lo cual no inspiraba mucha confianza, ya que un mordisco en un dedo podía hacer pupa, y los pies había que cuidarlos al máximo. Peor fue descubrir que muchos de los cangrejos estaban muertos... Menos confianza todavía... La verdad es que debajo del puente olía un poco a podrido. Pero todo fuera por refrescarnos. Al lado del puente había una especie de playita bastante cutre y allí nos arremolinamos peregrinos, gente del pueblo y gitanos que estaban de paso. Comí junto a la catalana y me contó su vida.

El resto de la tarde lo pasamos en calzoncillos en el callejón que unía el barracón (albergue) con la calle principal. Las gentes del pueblo pasaban por dicha calle y miraban hacia nosotros/as quedándose con caras de indignación unos, de estupefacción otros: “todos los años el mismo espectáculo”, “peregrino mangurrino”... Lo cierto es que fue el pueblo más hostil en el que caímos de todo el Camino. Ya empezamos a notar maneras en la hospitalera, pero los regentes del bar-restaurante se llevaron la palma. Tuvieron varias broncas con los peregrinos. Una de ellas fue con David, Javier y Sonia. Los chicos llegaron al bar a pedir unos bocadillos, pero se ve que solo querían vender menús (¿o menúes?), de manera que les dijeron que no tenían, que se fueran a peregrinar a la Meca, a ver si allí les daban bocadillos. Hubo que sujetar a David para impedir que saltara la barra y le agarrara del cuello, le metiera la butifarra (una que había por allí, no penséis mal) por la garganta hasta que se pusiera morao y luego le pasara por el cortafiambres para hacerse el bocadillo. ¡Joputa! De manera que salieron del bar con el mismo hambre con el que entraron, al que se añadía ahora la angustia de la impotencia, eso que produce las úlceras. Cuando le contaron esto a Javier, el que se fue a comprar tabaco, éste se deshizo de su cena para que los chavales pudieran comer algo.

El pueblo en cuestión, Larrasoaña, no disponía de comercios salvo el bar, gozaba del monopolio, el muy cabrón, de modo que no había posibilidad de comprar nada. Pero héte aquí que la madre y la hermana de David y Javier (que, como he dicho en otra ocasión, son hermanos) andaban visitando la zona y llevaban vehículo, por supuesto. De modo que les pedimos si nos podían comparar alguna cosilla para cenar y desayunar. Y eso hicieron, con el agravante de no dejarnos pagárselo. Cenamos con vino, tan ricamente.

Una de las conversaciones que tuvimos varias veces a lo largo del día fue el socorrido y recurrente tema de los ronquidos in the night, sobre todo los de Javier (fumador) –no confundir con Javier (novio-Sonia o hermano-David)--, especialmente hirientes en este sentido eran las mujeres, en nuestro caso la catalana. Pues bien, los últimos en acostarnos fuimos Javier (fumador) y yo. Cuando subíamos por las escaleras temíamos que se hubiera colado un león dentro, de los rugidos que emitía. Según me encaminaba hacia mi litera percibía que los sonidos procedían de mi zona, hasta que estuve al lado. ¿Y quién pensáis que era el león? ¡Premio! La catalana. Roncaba de una forma espeluznante; de hecho Sonia se despertó y no daba crédito a sus ojos y oídos. A los rugidos se añadieron los cuchicheos y las risas, de modo que se despertaron varias personas y esas despertaron a otras, hasta que, al final, se despertó la culpable y se acabó el festival. Por supuesto, ella lo negó todo.





Emite Poqito: No me quiero enamorar del mal

lunes, 1 de octubre de 2007

Nuevo desvío, esta vez por La Morcuera

Ayer me pasó lo mismo: metí rápidamente los cacharros en el lavavajillas antes de irme al monte, solo quedó una sartén... ¿Las sartenes pueden meterse en el lavavajillas? Me da que no. Una sartén que limpié a mano cuando volví.

Otra vez solo al monte. Ayer todo el mundo me dejó tirado, peregrinos y colegas. El único que se había comprometido era Mirwav, el fotógrafo, y al final tuvo que quedarse cuidando de la niña. Para colmo hacía mal tiempo: las nubes cubrían toda la sierra. Enfilé la carretera de Colmenar pues desde ella se obtiene una buena panorámica de las montañas, de manera que en un momento dado puede decidirse por el sitio con menos nubes. Lo de ayer era indiferente. Como las nubes estaban muy bajas me decidí por ir a algún sitio alto no fuera a ser que, por casualidad, superase en altura a las nubes, dándome un baño de sol con un mar de algodón debajo. Pero raras veces se produce esa casualidad aquí en Madrid. Lo más normal es que te metas en la niebla y no te veas ni la punta de la nariz. Subí a la Morcuera en coche y de allí caminando hasta la Najarra y por la Cuerda Larga hasta Asómate de Hoyos. Al comienzo se veía algo, pero una vez arriba la niebla era muy espesa, me daban tentaciones de volverme. Seguí adelante. Es una sensación extraña, espeluznante, caminar en solitario y con niebla; aún lo es mas si la montaña está nevada. Te sientes como en otro mundo; esperas que, de un momento a otro aparezca algo o alguien, la literatura y el cine fantásticos nos tiene acostumbrados a ello: un personaje demacrado como en Los Otros, un pterodáctilo como en La Niebla, de Stephen King... Según vas andando aparecen sombras, inmóviles, son rocas. Escuchas sonidos a tu espalda y te das la vuelta sobresaltado, sin ver nada. Mientras, el viento arrecia lanzando contra tu chubasquero pequeñas gotitas de agua. Había cabras, término genérico para los legos en materia de caza o biología de montaña, como soy yo; ayer no las vi, pero las escuché y las olí. Ellas me escucharon antes y salieron huyendo... Bueno, en realidad escucharon mis bastones.

Me encontré con un ser humano que, harto de la niebla, se volvía a casa. Su encuentro me hizo recapacitar sobre mi situación, mi situación geográfica: estaba más arriba de lo que yo pensaba, me había pasado un desvío. Saqué el tamagochi y lo comprobé con el mapa, efectivamente. Entonces se me ocurrió sacar partido al asunto: a partir de ahí haría una ruta de orientación. Marqué dos puntos en el mapa, los metí en el tamagochi, y recé para que los americanos no movieran los satélites de su sitio. Bien, lo cierto es que fui un poco patán al meter los datos, me equivoqué en unos cientos de metros, pero el aparatejo funcionaba de maravilla; la equivocación fue solventada por mi sentido de la orientación o compensada por el error de no hacer caso al bicho, nunca se sabe. El mejor momento del día fue cuando, mientras bajaba, se abrió la niebla y tuve una perspectiva del Valle del Lozoya con las nubes al alcance de mi mano. Al final hice 17,11 km. con unos 800 m. de desnivel positivo.

Y todo esto después de haber estado hasta las tantas viendo a los Caskarrabias, que mira que son malos: tres melenudos gigantescos haciendo ruido infernal. Y no es envidia. ¡Juanjo, no vuelvo a ver a tu grupo ni a hacerte publicidad! Al menos hasta que no cambiéis de técnico de sonido y de cantante y metáis el violín en todas las canciones. Los de Ginevra Benci, sin embargo, sonaron bastante bien, estilo rock transgresivo, discípulos de Extremoduro, Platero y otras hierbas. En cuanto me funcione interné (qué cruz, Dios mío, mayor que la de Santiago) pongo la mula a trotar para bajármelo.