jueves, 22 de octubre de 2009

Monfragüe y la Vera del Tiétar

(Saliendo un poco más de la profunda zanja de la ignorancia)

Creo que nunca supe de la existencia de Monfragüe antes de haber escuchado a Extremoduro, allá por finales de los ochenta; vivía una ignorancia feliz. Después ya viví en una ignorancia consciente, experimentada como una carencia, aunque no lo suficientemente castrante como para ponerle remedio en los siguientes veinte años... Hasta el pasado puente del Pilar en el que Gema me sacó de mi mundo madrileño-trescantiano-escurialense.

No sé si acaso más sangrante es la ignorancia en la que vivía acerca del curso del río que nace en mi pueblo, Escarabajosa del Tiétar (pueblo que no encontraréis en los mapas, pues tiempo ha que los caciques católicos le pusieron un nombre más acorde con su ideario), aunque nace muerto, un aborto, vamos, ya que no lleva nada de agua. Su pista la perdía en el siguiente pueblo. ¿Falta de curiosidad?

Y toda la vida oyendo hablar de la Vera, de lo bonito que era. Toda la vida yendo a Gredos y jamás me dio por bajar a Candeleda, Jaraíz, Jarandilla, etc. Mi mundo acababa en Arenas y Guisando. Bien es cierto que nunca me gustó mucho el turismo y que me tiraba más la montaña que la ribera de los ríos, pero en veinte años que hace que conduzco tiempo habría para todo.

Ni siquiera tuve la curiosidad de buscar fotos. Pero a lo largo de estos veinte años me hice una imagen mental de lo que debían ser esos pueblos y parajes. Una imagen, por supuesto idealizada: pueblos con casitas blancas, abundante vegetación, el frescor del río respirándose en sus calles... Monfragüe en cambio lo imaginaba a veces desértico, a veces paradisíaco (aunque entonces no sabía qué pintaban los buitres en el paraíso, porque pensar en Monfragüe es pensar en buitres)

Pues ni una cosa, ni la otra: ni Monfragüe es un desierto, ni es un paraíso, ni los pueblos de la Vera son blancos, ni su vegetación es exuberante, ni el río pasa por los mismos. Todo fue un fiasco para mi imaginación alimentada por quimeras. Me di un baño de realidad: la vegetación de la Vera es la misma que la de mi pueblo, que para eso es la vera del mismo río, si bien es cierto que allí son un poco más horteras y han plantado palmeras en la entrada de los pueblos. Y de palmera, palma; y la palma a lo más hortera se lo lleva Losar de la Vera con sus setos podados a lo Eduardo Manostijeras. Horteras, sí, pero me gustan, qué le vamos a hacer.

En fin, no me hagáis mucho caso, pues la Vera la vimos desde el coche camino de Monfragüe, solo paramos en Candeleda y Madrigal. Demasiados kilómetros perturban la percepción... Pero al menos me hice una idea más cercana a la realidad.

Dormimos en un camping de Madrigal y a la mañana siguiente continuamos nuestro camino. Llegamos sobre la hora de comer a Villareal de San Carlos tras intentar infructuosamente pillar una habitación rural en un hotel muy cuco, tras desviarnos hacia los Saltos del Torrejón, donde los ríos Tiétar y Tajo son represados y donde Gema tuvo a bien patear con la espinilla un tronco que estaba clavado en el suelo a modo de bolardo anti-parking. Mi sorpresa fue bastante grata cuando supe que allí mismo, frente a mí, confluían los dos ríos. Desde pequeño sabía que el Tiétar era afluente del Tajo, así lo decían aquellas cancioncillas que nos aprendíamos de memoria y que ya se nos han olvidado (nunca olvidé lo del Tiétar, pues era "mi" río). Pero nunca supe el lugar donde desembocaba hasta el pasado fin de semana. Ni siquiera sabía que el Tajo pasaba por Monfragüe. Ah, la ignorancia.

Y... Bueno, Villareal es el típico poblado turístico-fantasma, semejante a Patones de Arriba, donde no vive nadie, aunque hay gente que trabaja dedicada a la información y restauración del turista que por allí campa: casas de piedra autóctona y algún chozo con tejadillo de ramas, merenderos para turistas, restaurante, casa rural, museo "antropológico", chiringuito...

Logramos hacernos con una mesa y dos sillas mugrientas, así como con dos bocatas y cervezas; nos los comimos volvimos a intentar lo de la habitación (esta vez por teléfono y de nuevo sin éxito) y nos fuimos a sestear a una de las pocas sombras que había y que quedaban libres. Tras ello nos aventuramos a dar un paseillo vespertino... Eran las cinco de la tarde.

Sí, ya sé que no son horas de salir a pasear. Pero el tiempo se nos había echado encima y solo nos quedaba esa tarde y la mañana siguiente. Así que cogimos mochila, agua y folleto/pseudomapa explicativo de la ruta y empezamos a caminar hacia el Cerro Gimio. Lo más sorprendente, como ya he dicho, fue el tipo de vegetación y paisaje que allí encontramos: si me hubieran llevado con los ojos cerrados y me hubieran soltado, podría haber jurado que estaba en Guadalajara o en algún lugar de la Sierra Este madrileña (Patones, Valdepeñas, Alpedrete): encinas, jaras, pizarras, arcillas... Ya en lo alto del Cerro Gimio pudimos observar la Sierra de las Corchuelas, con el Pico Monfragüe, el Castillo y la ermita; y a sus pies el Tajo (un tanto venido a menos por aquello de las presas y la sequía) con algún arroyo afluente. La vuelta se hizo un poco más llevadera porque el calor había disminuido.

De nuevo en Villareal, tras los siete kilómetros andados, nos comimos una frutilla y regresamos por la carretera hacia un camping que había a la entrada del parque, a unos 10 o 15 km. Pues era la única opción que nos quedaba para "alojarnos".

Sabido es que una noche de acampada te deja el cuerpo molido; dos, ni te cuento. A la tercera, sin embargo, te vas acostumbrando, pero no teníamos días para comprobarlo. De modo es que con el cuerpo maltrecho, aunque con el estómago bien apañado (que al menos el camping tenía restaurante) volvimos a Villareal para acometer la Ruta del Castillo, que según el folleto rondaba los 18 km., pero que nosotros entre unas cosas y otras lo dejamos en 13; más que nada por no andar cerca de la carretera.

Comenzamos por realizar una variante del itinerario para ir lo más cerca posible de la desembocadura del Tiétar (era una ilusión que tenía, hombre). Después bajamos hasta la orilla del Tajo, cruzamos por el puente del Cardenal, un puente que a veces se sumerge bajo las aguas en función de los embalses de los alrededores. En las fotos podéis ver cómo está el puente. Ésta fue una de las partes más bonitas del camino... Bonita o, más bien, espectacular, un espectáculo consistente básicamente en cosas muertas, plantas y construcciones ahogadas por las aguas, esqueletos de vidas pasadas... No carentes de belleza.

Llegamos a la Fuente del Francés, donde el agua tenía el color de la arcilla... Aunque sabía mejor que la de Villareal. Bebimos de ella, rellenamos las cantimploras, hicimos perder el miedo a la gente reticente, y cuando bajamos del castillo el agua que brotaba tenía el color del agua, o sea ninguno, pura y transparente. Misterios.

Subimos hasta el castillo y la ermita, cuya imagen, hecha en Jerusalén, es bastante antigua (aunque no recuerdo de cuándo, ya que no había nacido). El castillo es una torre resto de una fortificación mozárabe, aunque algo restaurada. Resalta la barandilla de las almenas para evitar que la gente caiga al vacío. La tercera edificación del conjunto arquitectónico consiste en el típico chiringuito donde comprarte algo, unos panchitos rancios, por ejemplo, aunque sin barra, eso sí, que hasta allí no llegan los barriles del Majou.

La vuelta a Villareal fue dura, pues también la hicimos después de comer y esta vez sin siesta, aunque no hubiera conciliado el sueño tras el susto de confundir un tampón pretérito con una piedra rojiza (pero no llegué a tocarlo)... Y es que la gente es muy guarra; sabiendo que los pajarracos estos se comen cualquier cosa que huela a sangre... En fin... El hallazgo fue enterrado.

Salimos de Monfragüe a las seis de la tarde y llegamos a El Escorial a las diez. Del tirón, sin parar y casi sin atascos. Todo un logro.

Aquí están las fotos de Gema:

viernes, 2 de octubre de 2009

La romería de la Virgen de Gracia y la decadencia de la Fiesta

El domingo 13 de septiembre se celebró en el bosque de la Herrería la romería en honor de la Virgen de Gracia, patrona de San Lorenzo de El Escorial. Allí estuve con Gema para realizar unas fotos (que podéis ver más abajo) y empaparnos del ambiente serrano, amén de la lluvia que nos cayó (es que estas cosas deben hacerse en julio).

Aunque llegamos a eso de las doce de mediodía, la broma había empezado a las seis de la mañana con el Rosario de la Aurora: sacan a la Virgen del santuario y la llevan en su carroza, tirada por dos bueyes, hasta la Ermita de la Herrería; y durante todo el camino van rezando el Rosario. Después, a las diez de la mañana, desde el Monasterio comienza el desfile de las carrozas.

Claro, yo me había mentalizado a ver unas carrozas estilo El Rocío, todas llenas de flores, lujosas, pomposas, tiradas por lustrosas jacas y corceles, etc., y me encuentro con unos carromatos con motivos serrano-chirigoteros, tirados por todoterrenos (estos sí, mira por dónde, lujosos ellos... Bueno, y algún que otro tractor no tan lujoso). Dichos motivos figurativos evocaban escenas de la vida rural serrana: monigotes con sus trajes típicos que parecían reducir dicha vida al bebercio, al comercio y al bailorcio, a la fiesta, en una palabra (Nota: para mi sorpresa "bebercio" existe como palabra en el diccionario de la RAE, "bailorcio" no). Evidentemente, con estos ejemplos que se les da a la juventud no es de extrañar que allí, en plena Herrería, a los pies de la Virgen y bajo los ojos de Felipe II sentado en su sillita, se celebrase un macrobotellón serrano-gurriato (que así se denomina a los oriundos de San Lorenzo para diferenciarlos de los oriundos del Escorial de abajo y que serían más bien escurialenses). Jóvenes y no tan jóvenes, ataviados como sus ancestros, ellos con boina, blusa y alpargatas, ellas con pañoleta, manteo, pololos y medias de ganchillo, despliegan sus arsenales alcohólicos: botas de piel con vinillo y botellones de plástico con brebajes dignos de las más siniestras brujas de los cuentos (después volveremos sobre el asunto).

Lo primero que me impactó fue la gran cantidad de gente que acudía al evento (con la poca gente que siempre me ha parecido que vivía en San Lorenzo); después me enteré de que se trata de la tercera romería española en importancia y afluencia después de Santa María de la Cabeza en Málaga y el Rocío onubense. Lo segundo fue lo cutre de las carrozas, exceptuando la de la Virgen, por supuesto, aunque si lo pensamos desde otro punto de vista quizá este aspecto cobre más valor; y es que dichas carrozas son preparadas por las propias gentes del pueblo, por las peñas... Pero, claro, ya sabemos lo que es una peña: un grupo festivo de gente y, por lo tanto, nada al margen de la fiesta puede quedar reflejado en su imaginario colectivo. Sin embargo, la cuestión es que, serenos o borrachos, quizá más bien lo segundo, las carrozas son confeccionadas por las peñas, no son encargadas a diseñadores chic, ni maestros carroceros; son producto de una manifestación popular; y el pueblo quiere fiesta; bien lo sabían los emperadores romanos: "démosle pan, démosle circo" (ahora toros, fútbol...). Se la quitan y montan la de Pozuelo.

Anduvimos caminando entre las gentes y entre las peñas escuchando, viendo y sacando fotos. Habéis de saber, pajarillos, que las peñas tienen su lugar asignado en la Herrería, y si no lo tienen llegan el domingo antes y acotan unos cuantos metros cuadrados con cuerdas de envolver paquetes, o de tender, y en ellas tienden unos carteles con el nombre de la peña. Allí plantan su toldillo, su barbacoa (que como siempre llueve, parece que está permitido)... Plantan sus mesillas, sus sillitas y su carroza, cómo no. Por cierto, hay concurso de carrozas: el desfile termina justo delante de la Ermita en cuya explanada montan un escenario en el que se sitúa el jurado; más tarde lo harán los músicos.

Nos comimos unos pinchitos y nos tomamos una cervecilla, que yo pensaba que entre tanta peña no iba a haber un chiringuito público, pero sí, había dos... A cada cual más caro. Y es que San Lorenzo es un sitio caro. Mucho rollete serrano-popular pero allí la gente es muy pija, con cara de garrulos pero muy pija, ya que se han hecho ricos con el urbanismo y la construcción, vendiendo eras y huertecillas para construir mansiones en el monte desde las que emular al monarca ya citado oteando el Monasterio.

Empezó la misa y empezó a llover. ¿Será que lloraba la Virgen porque no le gustaba lo que veía? ¿Y qué veía? Supongo que lo mismo que nosotros, aunque dicen que ella también ve en el interior de los corazones. En medio del jolgorio generalizado, allí en la explanada, pretendía celebrarse una solemne misa con casi más sacerdotes y monaguillos que feligreses atentos al asunto.

Y aquí empieza la reflexión seria:

¿Qué está pasando con nuestras tradiciones? ¿Tienen vigencia? ¿Tienen valor? ¿Se están perdiendo? ¿O "sólo" se están transformando? No quiero meterme a reflexionar sobre las tradiciones en general, pues éstas copan todo el espectro de ámbitos de la vida, sino sólo aquellas que se refieren a los aspectos festivos de la misma. ¿Se siguen manteniendo este tipo de tradiciones o están en franco declive? Es evidente que las tradiciones se transforman, que se les incorporan nuevos elementos, sobre todo elementos físicos (aparatos, vestimentas...); en este sentido resultaba chocante, aunque no extraño, ver a las gentes ataviadas de serranos y subidas en los flamantes todoterrenos, ataviadas de serranos y luciendo tatuajes orientales o bailando bachata (podéis ver una foto) los sudamericanos en lugar de jotas y rondones. Las tradiciones se transforman: la mayoría de los ritos cristianos tienen un origen pagano que el cristianismo fue recubriendo; esto se observa perfectamente en Sudamérica, donde ciertas figuras religiosas resultan ser, al mismo tiempo, figuras de la religión ancestral; y es que quinientos años no son nada. La cuestión en el caso que nos ocupa es si sólo se transforman o también pierden su valor, su sentido. Como ejemplo de lo que quiero dar a entender ya hace unos 60 años Yukio Mishima apuntaba al mismo problema en "El color prohibido":

"Hoy en día se ha erradicado de nuestra cultura el interés extremadamente detallado por la inmoralidad que tan importante había sido. La metafísica de la inmoralidad ha muerto y no ha quedado más que su ridículo, y éste no es más que objeto de burla. Eso es todo. La enfermedad del ridículo ha desbaratado el equilibrio de la vida. ¿No cree usted que ésta es una lógica extraña? ¿No es el reflejo de un modernismo superficial que pretende que en nuestra época lo sublime sea impotente y sólo lo ridículo tenga una fuerza salvaje? [...] De acuerdo con un abyecto principio burgués, la moral va unida a la trivialidad y al punto medio de la humanidad [...] Como he manifestado a menudo, el falso modernismo y el falso humanismo inmorales han propagado una herejía que consiste en rendir culto a los defectos humanos. En el arte moderno, desde Don Quijote, se tiende a la veneración del ridículo [...] ¡Lo humano! Ese el el único refugio que tenemos, la única base a nuestros alcance para justificarnos. ¿Pero no es una auténtica perversión esta necesidad de recurrir a la idea de lo humano para tener la certeza de que uno es un hombre? En realidad, ¿no es más humano, dada la condición del hombre, apelar a lo que no es humano, la divinidad, la materia, la verdad científica, etc.[...]? Tengo la sensación de que todo el ridículo se debe al hecho de que pretendemos ser humanos y de que justificamos nuestro instinto porque es humano."

Lo sublime frente a lo ridículo, lo vulgar. Supongo que dependerá de los lugares, pero creo que el caso de esta romería es un claro ejemplo de lo que puede estar ocurriendo con todas las fiestas, al menos en España: la pérdida del sentido simbólico de la fiesta, la pérdida de lo sublime; no su función social, que se sigue manteniendo y que consiste, a grandes rasgos, en mantener unida a la comunidad, en sostener y crear lazos sociales; pero sí su sentido, un sentido que es, o era, fundamentalmente religioso. Y es que, si nos fijamos bien, parece que las tradiciones festivas que más auténticas se mantienen son aquellas que no poseen un nítido contenido religioso, como los carnavales (ridículos estos de por sí). El resto se nos manifiesta como pura fachada, sin fondo, ridículo; el ejemplo más claro son las Navidades.

Cosa algo diferente son, sin embargo, las manifestaciones religiosas de la Semana Santa, pues se trata de unas celebraciones que no conllevan ritos festivos. Aunque en este caso ocurre como en los otros, que al ser vacaciones la gente huye lo más lejos posible de su lugar de trabajo y residencia. Probablemente estas sean las celebraciones más auténticas, hoy en día y aquí en España, del sentimiento religioso, reducidas, eso sí, a los cuatro beatos que participan por los cuatrocientos espectadores que se concitan a observar el folclore.

Por supuesto, a nadie se le escapa que todo esto tiene que ver con el proceso de modernización y laicización de la sociedad. Pero la cuestión es, entonces, que si no se cree, por qué se sigue participando del ritual al margen del rito religioso, por qué se sigue participando en una fiesta cuando ya todos los fines de semana son fiesta, especialmente para los jóvenes. Y es que incluso dejando de lado el contenido religioso, quedándonos con la pura manifestación festiva, con el desahogo que ésta proporciona, antes las celebraciones tenían un cierto valor separadas entre sí, como estaban, temporalmente, tenían valor debido a su escasez; pero ahora (al igual que en la economía, con la ley de la oferta y la demanda) cuando cada fin de semana es fiesta, el valor de la pura fiesta se ha reducido, y es que hay mucha oferta.

Y sin embargo, allí estaban, jóvenes y viejos, con sus botas y botellones, bebiendo juntos, aunque probablemente no revueltos, es decir, grupos de jóvenes al lado de grupos de viejos... Con sus "saludables" excepciones, por supuesto. Al fin y al cabo, para los jóvenes se trataba de un botellón más que contaba, eso sí, con el beneplácito de padres y autoridades. Es más, se trata, incluso, de una reivindicación por parte de la juventud, frente a sus mayores, de su propia fiesta; fiesta sin sentido, pero suya, a la postre. Todos lo hemos hecho en las fiestas de nuestro pueblo; hace veinte años era lo mismo. Por cierto, en los botellones la gente no bebe ni más ni menos que antes, simplemente lo hace más gente, lo hace en público y en aglomeraciones de grupitos.

"Hace veinte años era lo mismo". ¿Y hace cuarenta? ¿sesenta? ¿un siglo? Evidentemente no estábamos allí. Tradicionalmente, como ya he dicho, la fiesta estaba asociada a los ritos religiosos, los antiguos bebían y se drogaban para entrar en contacto con la divinidad; posteriormente lo hacían en honor a la misma, pero eran momentos en los que la juventud sacaba esa energía que se lleva dentro a los quince, dieciocho, veinte años: los jóvenes trabajaban duro durante todo el año y cuando llegaba la fiesta lo daban todo. Con el proceso de laicización de la modernidad los jóvenes empezaron a reivindicar otras formas de fiesta; pero esto no es de ahora, sino de principios del siglo XX, si no antes: los jóvenes trabajaban o estudiaban y, cuando podían se montaban la fiesta y seguían dándolo todo. Ahora, en la postmodernidad, que ni estudian ni trabajan, la energía contenida es mayor (pura física) y continúan dándolo todo, consumiendo esa energía, en la fiesta continua que tienen montada. Y que no sea así, porque entonces nos encontramos con casos como los de Pozuelo, o el del Dos de Mayo de hace unos años: de algún modo los chavales han de divertirse, han de gastar su energía.

Esto lo sabían perfectamente los regímenes autoritarios, fascistas y comunistas, así como las órdenes religiosas dedicadas a la enseñanza, por ejemplo los Salesianos. Sí, yo pasé 8 años con ellos y lo conozco bien, aunque no sé cómo estará ahora el asunto. Como ejemplo de lo otro no hay más que ver "El Triunfo de la Voluntad", de la Riefenstahl: el régimen nazi organizaba encuentros deportivos donde los jóvenes, aparte de prepararse para la guerra (motivo principal de todo ese asunto), se dejaban de gilipolleces y gastaban su energía en cosas más sanas. Los Salesianos también han dado siempre un gran valor a la educación deportiva; allí en el colegio nos desfogábamos y volvíamos a casa suavecitos, sin ganas de montarla... Bueno, al final resultaba que el tiempo dedicado al deporte no era suficiente y terminábamos montándola.

También desde hace varios años el Ayuntamiento de Madrid lleva organizando "La Noche más Joven" en determinados polideportivos de la ciudad. Ignoro la acogida que esa iniciativa tiene entre los muchachos, imagino que no mucha, por eso no deja de ser un lavado de cara frente al electorado, para que veamos lo que se preocupan por la juventud. Pero, joder, nadie quiere jugar al baloncesto a las once de la noche, por mucha energía que tengas... Juegas si estás borracho, eso sí. Se juega por la mañana, se corre por la mañana, y para ello además hace falta un cierto empuje, una cierta obligatoriedad.

Así pues, o les machacas físicamente (trabajando y/o haciendo ejercicio) o te la montan. Me río yo de la reflexión de los popes acerca de la pérdida de valores de la juventud. Tendrán su parte de razón, pero si en Pozuelo los jóvenes hubieran tenido un "gran respeto por la autoridad" se hubieran liado a botellazos entre sí, no contra la policía (y por lo menos estos llevan casco).

Todo es consecuencia, entonces, como decía Mishima, del aburguesamiento de nuestra sociedad: ya nadie cree en lo divino, pocos hacen ejercicio, pocos trabajan y los trabajos tampoco matan, de modo que hay más tiempo y más ganas para la fiesta (aunque no haya dinero, que estamos en crisis), pero una fiesta ridícula porque no está vinculada con lo sagrado, una fiesta que termina hastiando. Estamos en la zanja, vaya panorama. En fin aquí os dejamos las fotos de la romería: