martes, 11 de septiembre de 2007

Camino de Santiago (II): respuesta al Sr. Snorfold


Por su inestimable interés introduzco la respuesta al Sr. Snorfold como si fuera un nuevo capítulo de las crónicas sobre el Camino. En cursiva y sin justificar van las palabras del Sr. Snorfold, más grandes y justificadas mis respuestas.

A PRIORI ME PEO EN EL CAMINO DE SANTIAGO, Salvo que los escritos del Sr. Zanjas me convenzan de lo contrario, algo a lo que estoy dispuesto (aunque me resistiré).

La categórica afirmación anterior me sirve para llamar la atención del lector hacia mi alegato contra el misticismo y la supuesta trascendentalidad, que es lo que realmente se desprende y rezuma de la crónica del propietario del blog. Es tal el malestar que me han producido las biscosas palabras sobre esa vía turística que trataré de desbordar, poniendo toda la acidez que mi mal de estómago permita, la primera cronica sobre el Camino de Santiago en las líneas que siguen. Todo ello con la máxima consideración hacia el propietario de un blog que, hasta ahora he venido siguiendo.


Estimado Sr. Snorfold:

Por prescripción médica es necesario peerse en el Camino, y aún cagarse en él... Bueno, mejor a un lado y, eso sí, escondiendo o llevándose el infame clínex o papel higiénico, que están las sendas hechas un asco de tanto peregrino cerdo. Por lo demás deberíamos ponernos de acuerdo a la hora de utilizar algunos términos en la discusión, de lo contrario correríamos el riesgo de no entendernos y discutir eternamente, algo a lo que no estoy dispuesto, ya que debo continuar con las crónicas del Camino.

En primer lugar el término "místico". Lo místico suele entenderse como un sentimiento misterioso, extraño, y (casi siempre) agradable que suele atribuirse a causas divinas. Ahora bien, dado que soy ateo (y ser verdaderamente ateo supone no creer en ningún tipo de fuerza oculta, ya sean dioses, espíritus, horóscopos, energías telúricas, extraterrestres ni cualquier pamplina capaz de suscitar el interés de Íker Jiménez) he de buscar una razón materialista a ese sentimiento extraño. Y esa razón la encuentro, precisamente, en la transcendentalidad.

Para lo cual, en segundo lugar, habré de explicar qué entiendo yo por "transcendentalidad". Al perecer, Sr. Snorfold, usted asocia la transcendentalidad a lo divino, a lo que no es de este mundo. Sin embargo, cabe entenderlo de otro modo: transcendental es aquello que no puede reducirse a una categoría determinada (de este modo, si Dios existiera, sería transcendental, pues no podría reducirse a ninguna de las categorías de nuestra mente, a ninguna ciencia ni disciplina humana). Pero hay cosas en este mundo que, sin ser divinas, son transcendentes, pues pertenecen a varias categorías, y el problema no es que pertenezcan a varias de ellas (un zapato, por ejemplo, pertenece al género del calzado y al de los cuerpos afectados por la ley de la gravedad), sino que en tales cosas no están claros los límites de las categorías: ¿dónde empieza el arte y acaba la religión en un retablo barroco? ¿Dónde acaba la religión y empieza la economía en el rito de balancear el Botafumeiro? ¿Existe o existía una razón práctica para ello, para el Botafumeiro? ¿Dónde acaba la religión y empieza la física en el cuento del Big-Bang? ¿Dónde termina la historiografía y la lingüística y empieza la prudencia política en el problema vasco? Pues bien, de las cuestiones transcendentes se ocupan la Filosofía, la Política y Historia (la Filosofía en tanto que histórico-política, la Política en tanto que histórico-filosófica y la Historia en tanto que político-filosófica).

Entonces, si el Camino de Santiago es transcendente, lo es porque no pueden establecerse claramente en él los límites del turismo, la religión, el arte, el deporte, la necesidad de relaciones humanas, la necesidad de superación personal. Lo místico del asunto consiste en no pararse a reflexionar sobre las sensaciones que uno obtiene. Si te paras, piensas y descubres la razón se acaba el misterio, se acaba el misticismo. No hay nada mágico, nada divino, pero no es tan fácil descubrir las razones, es decir, dar explicación de los sentimientos conforme a una categoría, o varias.

En esta medida, Sr. Snorfold, su crítica no desborda mi concepción del Camino de Santiago, puesto que, desde el primer momento, está reduciendo el asunto a mera "vía turística", lo cual no significa que usted no mantenga una determinada filosofía política de fondo, pues la reducción se hace sobre unos determinados principios; ya veremos cuáles. Es todo lo contrario: mi concepción incorpora a la suya y además la desborda, pues reconozco que es una vía turística, por supuesto, pero es algo más.

Sr Zanjas:

Tras leer su primera crónica y sin ánimo de molestar, me pregunto en primer lugar si todos los apelativos que adjudica al "Camino de Santiago" se podrían aplicar igualmente a "el Camino" en general, en sus diferentes versiones, incluso las metafórico-bingueras:

Para Kerouak la mística del camino consistía en ir montado en un coche hacia Frisco forrándose de trementina, peyote, be bop (que no tiene nada que ver con el hip hop) y follando a mares.


No, rotundamente no. No sé si existirá alguna ruta de peregrinación parecida a la de Santiago, quizá la de Lhasa, en el Tibet. Pero no desde luego la de Kerouak, que no daba un puto paso y cuyas sensaciones místicas eran proporcionadas por las drogas. El camino de Kerouak puede ser romántico por lo que tiene de underground (también lo es el de Santiago), pero no posee la consagración histórica necesaria, el flujo humano, etc.

Para la mayoría de los escritores mediocres, "el camino" es la abundantemente manoseada metáfora de "la vida", a la que se puede dar un sentido más o menos místico, en función de las necesidades personales o la coyuntura histórica.


Todo camino, cuanto más largo mejor, puede ser interpretado como metáfora de la vida, pues se supone que la vida tiene un fin, un objetivo a alcanzar (ya sea la santidad, la fama, la gloria, el poder, un chalete en Matalascañas...). El Camino de Santiago no iba a ser menos. Del mismo modo la vida se concibe como un camino. Y Cristo ya es el súmun: el Camino, la Verdad y la Vida.

Algo parecido piensa el "sinpar" Sinatra cuando se marca el "My way". Su way tenía mucho que ver con vivir a todo lujo, bebiendo champagne para desayunar con diamantes, mientras recibía llamadas de algún mafioso.

Pues eso, ¿no? Sin comentarios.

Más próximos a la generación de los noventa; Heroes del Silencio, reivindican "el camino del exceso" en su obra (cumbre): "El espíritu del vino". Fieles a su propia definición pretenden emborracharnos de nuevo con una nueva gira, que efectivamente constituye un exceso para quienes, ya talluditos, nada nuevo pueden ofrecer salvo el espectáculo de la pérdida de la dignidad en público. (¡Vale, me quedé sin entradas y me jodio!).

Es que no sabían los chavales si seguir el way de Sinatra o el de Kerouak y se montaron ese pastiche mediocre.

El "exceso vital" es algo que teóricamente contraía a muchos derechistas españoles (valga la redundancia), de buenas costumbres para quienes el verdadero camino es el "american way of life". Idolatrando el modo de vida que imaginan del estadounidense medio.

Prefiero no comentar este párrafo hasta que usted, Sr. Snorfold, lo revise, lo repiense y lo reescriba sin visceralidades y con rigor histórico-sociológico, como corresponde a su posición académica.

Me he referido a diferentes significados que adopta el (in) significante "camino" para restar importancia terapeutica y mística al "Camino de Santiago".


El hecho de que el concepto de "camino" sea multívoco, acaso equívoco, no resta ninguna importancia al Camino de Santiago, ni terapéutica, ni mística. Podrá restársele a través de otros métodos pero no de ese, por ejemplo a través de la comparación con otros posibles caminos reales, como el de Kerouak, el de Richard o el suyo propio, Sr. Snorfold.

Que sucedería si paralelamente al "Camino de Santiago" surgieran iniciativas como el "Camino del Richard" o mejor, el "Camino Snorfold", que iría de Getafe a Jaen por la Carretera de Andalucía con toda la solanera y finalizara con una meada ante un olivar.
Probablemente la gente que recorriera dichas sendas experimentaría sentimientos parecidos a los del Sr. Zanjas en su aventura santiaguina. Dicho lo cual me atrevo a observar que lo importante no es el camino (sea el de Santiago o la afamada "vía Snorforld"), sino las personas que por el circulan. Bien es cierto que del camino se pueden derivar unas condiciones propicias para la interacción, la solidaridad o el entendimiento. El problema del Camino de Santiago es que esas condiciones son recreadas artificialmente y por tanto espectacularmente falsas. El camino de Santiago es un Show en el que los "peregrinos" (ja, Ja), contribuyen a dar credibilidad al decorado.


Por supuesto: sin peregrinos no habría Camino de Santiago como tal, sino simplemente unos mojones con flechas amarillas a lo largo de 900 km. La gente es importante, desde luego, quizá lo principal, ahora bien, me gustaría saber si la recreación artificial a la que se refiere el Sr. Snorfold es el mito católico, la red de albergues y hostales, el mito sobre el propio camino... Me gustaría saber, también, en qué sentido las condiciones son artificiales si se propician efectivamente la interacción, la solidaridad y el entendimiento entre las gentes que hacen el camino. De todos modos, difícilmente puede construirse un camino parecido al de Santiago; lo que no se puede dar por sentado o suponer es que de repente se invente un camino con miles de caminantes, ya que falta un núcleo atractor, faltan reliquias, relatos, historia; falta ideología. Después, en torno a esa ideología, podrá crecer una determinada infraestructura pública o privada (aunque la privada no crece sin ver el percal ni sin subvenciones).

Veamos pues lo que subyace al camino: para empezar una tradición histórica que deviene en solera y que aporta una perspectiva mágica que entronca con lo místico en los casos en que el peregrino está dispuesto a dar un salto intelectual sin red metodológicamente cuestionable. Esta perspectiva se refuerza desde el ámbito comercial con el merchandaising propio del evento: conchas solapeñas, garrota de caminante o capa fardona. En torno al camino hay numerosas iniciativas turísticas que recrean el mito del peregrino sin rubor; fondas que se autodenominan hosterías, albergues que se disfrazan de centros de acogida a peregrinos, etc. Todo ello a un precio ajustado a la calidad ofrecida: yo te proporciono un “jergón de peregrino” y tu pagas menos euros que los que te costaría un hotel de tres estrellas.
El camino sirve para que muchas poblaciones sin el menor atractivo turístico se beneficien de un turismo que, de otra manera, huiría de semejantes secarrales.

Todo esto se complementa con la “específica psicología del peregrino”. Para empezar, el término peregrino rehuye de manera falaz el concepto turista (aunque sea rural) para dotar a los caminantes de un alo que el Sr. Zanjas viene a definir como “misticismo del camino”. Entiendo que el “Camino de Santiago” debe ser considerado no como una vía mística, plagada de sentido trascendente sino como una “propuesta vacacional binguera más”, de ocio y descanso para los turista-caminantes, que tienen ocasión de conocer gente, ligar, catar buenos vinos, zampar buenas viandas, comprar souvenirs-conchas de recuerdo y finalmente zamparse un riveiro con queso de tetilla en Santiago de Compostela (supongo a esto se refieren con el supuesto jubileo).


Todo correcto, salvo que la tradición histórica es algo más que un buen vino y que el Camino no está ahí para que refloten poblaciones sin atractivo, sino que estas poblaciones reflotan (si es que reflota la población y no sólo el bar, la tienda y el hostal) porque el Camino está ahí, lo cual no es lo mismo. En cualquiera de los casos, el peregrino no es el típico turista, ya que intenta gastar el mínimo posible y no es infrecuente ver malas caras en tiendas y restaurantes ante la entrada de peregrinos. En mucho sitios se dirían que sufren a los peregrinos, sufren su falta de dinero y su olor a sudor. Y aquí es donde se llega al punto crucial que diferencia al peregrino del turista: el peregrino camina, el turista no; camina de 20 a 30 km. diarios, lo cual se dice pronto, pero hay que sufrirlo. Hay que caminar al menos 7 días para saber lo que es eso y poder diferenciarlo del turismo, hay que caminar con ampollas, tendiditis o esguinces. Hay que trabajar tras la caminata lavando ropa, arreglando el cuerpo; hay que acostarse a las diez y levantarse a las seis... Pero en cualquiera de los casos, sin una ideología más o menos extendida y compartida, sin una mística, el Camino carecería de sentido.

Es cierto que el sufrimiento une a las personas y forja grandes amistades pero, el sufrimiento del Camino de Santiago no deja de ser un sufrimiento impostado, libremente decidido y hasta cierto punto falso, controlable y regulable a satisfacción del peregrino y sus posibilidades físicas.
Un sufrimiento que no es consecuencia de una marcha honesta contra la corriente, con un propósito loable y dificultades sobrevenidas e inesperadas como las que se encontraron los revolucionarios cubanos en su marcha hacia La Habana, o los refugiados españoles de la guerra civil, en su huída hacia Francia, cuando se encontraron con una sociedad que les rechazaba y unos campos de concentración terribles (Carles Fontseré en “Un exiliado de tercera”, da buena prueba del camino recorrido por los republicanos catalanes y las circunstancias que encontraron en el París de la Segunda Guerra Mundial). Un sufrimiento diferente al de los peregrinos de las pateras en busca del cielo en forma de Carrefour que perecen en el estrecho por cientos. No creo que sea necesario poner más ejemplos. Simplemente reivindico que el sufrimiento nunca es algo buscado sino encontrado, que el Camino de Santiago poco tiene que ver con los avatares de un grupo de seres humanos en pos de un objetivo loable y , sobre todo creíble. Soy partidario de aplicar esa terminología al margen de la sociedad del espectáculo (Debord) y por ello proclamo que tiene mayor interés recorrer caminos poco explorados que el Camino de Santiago, que en este mundo, plagado de personas que sufren, existen numerosas causas y objetivos reales y que estos, tienen que ver con la lucha contra la injusticia. Objetivos que son más dignos de calificarse en sentido trascendente si alguien lo necesita. Caminos difíciles y tortuosos que proporcionan auténtico sufrimiento a quien los transita, pero también aventuras y amistad.


Sr. Snorfold, en este párrafo se ha excedido con la demagogia pues está comparando temas inconmensurables en virtud de una simple palabra: en el Camino existe un sufrimiento ciertamente controlado en pos de un objetivo personal espiritual (sea religioso o para reforzar la fe en uno mismo, ya he dicho que soy ateo). En los casos que usted pone el sufrimiento es incontrolado porque proceden de terceros enfrentados o de condiciones ambientales extremas (el mar) y se realizan en pos de objetivos materiales (ya sociales, ya personales). En todo caso lo que deberían compararse serían los objetivos y la pertinencia de dedicar unas vacaciones a unos u otros. Entiendo que es eso lo que usted hace y por atribución causal compara los sufrimientos. También yo creo más loables los objetivos político-sociales, pero como soy una persona moralmente enferma que no sigue sus propios principios... bueno, que no sigue algunos de sus principios, me dedico a seguir otros.

Presto a colocarme las alpargatas (Nike) para el próximo año jubilar, y recorrer el camino con una perspectiva lo más binguera posible, me apresto a valorar el mismo con ésta que resulta la última pregunta de mi alocución. Una pregunta que realizo con júbilo a quien deseo hay tenido un “buen jubileo” y no haya olvidado el condón (¿llevarán los peregrinos, tan infame objeto?): Ahí va pues:
Oye ¿Cuántas mozas has conocido en la jubilar y santiaguesca travesía?


En sentido bíblico no he conocido a ninguna, de modo que los condones para lo único que han servido ha sido para agregar peso a la ya pesada mochila, igual que otras gomas como las de musculación para rehabilitar mi maltrecho hombro, que solo usé en Roncesvalles cuando todavía no conocía a nadie. De todos modos mis posibilidades libidinosas decrecían en proporción directa al tamaño de mis barbas, complemento indispensable de todo peregrino que se precie. En sentido coloquial he conocido a bastantes, pero como te me sigas subiendo al complemento no pienso presentarte a ninguna.

P.D. El que suscribe es posible que esté un tanto harto de las pijas que acudían a la india con vocación mística. En este caso muy new age, en torno al yoga, los chacras y otras gaitas.

¿Ves? Unos sufrimos en el Camino y otros hacéis turismo sufriendo a las pijas, sufriendo al ver la miseria de la India... Unos conocéis el mundo exterior y otros el interior... De España, me refiero, sin derechismos.

Por último y recapitulando: el Camino de Santiago no puede reducirse a una vía turística ya que dicha perspectiva queda desbordada por otras características y la psicología del peregrino tampoco cabe ser desestimada desde un sociologismo anti-religioso corto de vista, sino ser explicada de un modo, por lo menos, funcionalista y, por lo más, filosófico. A la luz de estas disquisiciones, le insto, Sr. Snorfold, a releerse mi primera crónica, quizá le encuentre un sentido distinto.

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