jueves, 19 de agosto de 2010

Pseudocrónica vacacional II (Denia)

Así que en Denia me planté a eso de la una de la tarde y tras dar varias vueltas a la población buscando el Mercadona, porque ya sabemos que el conductor ibérico sólo pregunta cuando empieza a estar desesperado y mareado de dar vueltas; el problema es que preguntar en Denia requiere de un tratamiento especial: "buenas, ¿es usted oriundo de aquí?", o bien, "buenas, transeúnte, ¿es usted dianense?"; dianense, sí, no "deniense"; y es que en Denia, en verano todo el mundo es madrileño, catalán o guiri. Por lo tanto, cuando encontré a un viandante sin chanclas, bermudas, gorrito ni sombrilla plegada al hombro me decidí a preguntarle por el citado mercado.

"¿Cuál de ellos?" fue su respuesta.

La jodimos.

"Pues dígame el más cercano y ya veré allí". Afortunadamente estaba cerca, pero desafortunadamente no era el que yo buscaba. De modo que tras unas llamadas a Gema, nuevas indagaciones urbanísticas, vueltas y más vueltas por calles y rotondas, niños y abuelillos lanzándose desquiciadamente por los pasos de peatones ante el morro de mi coche, logré dar con mi destino.

Allí me esperaban Gema, Laura y Raquel, esta última con una contractura en el cuello que parecía a C3PO moviéndose por el desierto de Tatooine. Nos tomamos una cola allí mismo y tras un paseíto llegamos al puerto donde comimos un arroz a banda, otro con bogavante y una fritura de pescao. Después Laura y Raquel, sin siesta ni descanso parecido salieron para Madrid.

Gema y yo sí sesteamos... La siesta, ese invento tan hispano, tan mediterráneo, tan latino... Y la jodida jornada partida que tiende a eliminarla de nuestras vidas. Media horita y como nuevos. Bueno, en este caso quizá fue algo más de tiempo, no recuerdo bien, pero como había dormido poco...

Y tras esto a la playa... La playa... Aquí es donde aparecerá el debate sobre el asunto. Y es que la playa, al igual que la montaña, es un concepto filosófico en sí mismo. Cuando oigo la palabra "montaña" automáticamente pienso en rocas, senderos, botas, mochila, piornos... Pero cuando oigo "playa"... Lo primero que se me viene a la cabeza es "¿qué coño hago yo en la playa?" ¿Acaso soy Di Caprio o nuestras playas son como Ko Phi Phi Le? Bueno, en realidad eso es lo segundo en que pienso; lo primero es sol, arena, sombrilla, calor, lagartijas humanas alrededor sobre toallas de colores. Todo el día tirado al sol con leves pausas humidificantes, auténticas oportunidades para salir del agua marina con todo tipo de urticarias conocidas, producidas por esos organismos pobladores de las costas al otro lado de la orilla: medusas, peces araña, erizos... A Gema le picó una medusa. A mí me gusta nadar, pero entre los bichos y las olas uno no se encuentra a gusto: el mar no es para nadar; nadar en el mar es como una especie de mal necesario.

Evidentemente no todas las playas son iguales. En España tenemos al menos dos especies de playa: las del Mediterráneo y las del Atlántico/Cantábrico. Seguro que ya os imaginaréis que a mí me gustan más las del Atlántico. ¿Por qué? Porque al ser las aguas más frías hay menos medusas, menos bichos infectos y porque las olas son más grandes. Me encanta nadar en la rompiente de la ola, que te dé vueltas y salir mareado. Pero salvo que haya temporal, el Mediterráneo no tiene olas de ese tipo. 

En la montaña también da el sol, por supuesto, y a más altitud, más perjudicial (por cada mil metros de altitud la radiación ultravioleta aumenta un 7%). Por eso voy ataviado cual tuareg. Pero en la playa no pega un tuareg, has de estar en bañador, luciendo tu porte musculoso y peludo (lo del pelo no deja de ser una protección, eh). Y luego está la arena, la omnipresente arena, que se cuela por todo los intersticios de tu cuerpo, llegando a encontrarla hasta bajo el prepucio, no digamos ya en orejas, ombligos, culos, huecos interdigitales, etc. Y es que a uno, en cuanto se tumba en la playa, le da por hacer todo tipo de tonterías con la arena, da igual el estado de humedad de ésta, la arena da mucho juego: el juego básico (en cualquier estado) consiste en recoger un puñadito y soltarla lentamente sobre tu piernas, una vez conseguido el montoncito se extiende sobre toda la pierna usando los dedos a modo de espátula dejando una fina película, todo ello con el leve cosquilleo que produce la arena en nuestra piel. Existe la variedad exfoliante del jueguecito consistente en apretar un poco más fuerte la arena contra la piel mientras se arrastra por toda la pierna, pero siempre corremos el peligro de arañarnos con cristalitos, conchitas o piedrecitas algo más voluminosas que los granitos de arena. Esto fue lo que me pasó esa tarde de sábado, 31 de julio. Y es que en la playa uno no sabe qué hacer después de meterse en el agua... En el agua tampoco sabe lo que hacer, pero es más fácil inventarse tonterías subacuáticas, además estamos en ella poco tiempo. Por supuesto todas estas consideraciones están hechas desde y para mentes adultas... O adulteradas (¿os habéis fijado en que la raíz de las palabras es la misma?) respecto de la pureza de la mente infantil. La mente adulta es una mente ya cargada con fardos de obligaciones, represiones, cansancios, lujurias...

Cogimos el coche por la tarde, después de la siesta, y nos encaminamos hacia una de las playas en la que no hubiera tanta gente como en las más cercanas a Denia. 10 ó 12 km. por la carretera de la costa, hacia el norte. Lo cierto es que me sorprendió la urbanización de la costa, y no por lo mucho, sino por todo lo contrario: ya os he dicho que no soy muy de playa, por lo que no conozco el litoral; pensaba que toda la costa mediterránea era un continuo de hormigón de siete alturas, pero no, había casitas (o casotas) bajas con calles cada ciertos metros que llevaban a la playa. Llegaríamos a eso de las siete u ocho de la tarde, cuando ya no hacía calor... Y entonces sí, esa es la playa que a mí me gusta, sin gente, sin sol. Nos bañamos, nos sentamos en la arena, me hice la exfolación con arañazo incluido, vimos la puesta de sol, nos azotó el aire de lo lindo levantando la arena, cenamos en un chiringuito chillout... Todo muy romántico. ¡Y que uno a estas alturas tenga que estar todavía removiendo prejuicios!


A la vuelta vimos una palmera ardiendo, una palmera alta en medio de un erial ya quemado. ¿Accidente? ¿Recalificación? ¿Gamberrada? ¿Folclore? Y es que ya se sabe que estos levantinos son muy dados al fuego y al ruido: fallas, petardos, mascletás...


1 de agosto.

A la mañana siguiente, domingo, no éramos capaces de encontrar un bar en el que tomar un café en condiciones, ya que el hotel en el que nos alojábamos tenía una maquinilla infernal de esas cuyo café sabe horriblemente mal. O sea que dimos bastantes vueltas hasta conseguirlo... Y eso siempre te pone de mal humor: no poder tomar un café en condiciones por la mañana es lo peor.


Una vez conseguida y administrada convenientemente nuestra dosis ya estábamos listos para poder comenzar una larga jornada de turismo. Y es que si algo me ha quedado claro estas vacaciones es que "hacer turismo" es una actividad tremendamente dura: todo el rato estás de allá para acá, ya sea andando, ya sea en vehículo; todo el rato viendo cosas, intentando asimilar la belleza, la historia, la importancia de las cosas. Haciendo turismo uno acaba muy mareado, pues realiza un gran esfuerzo de concentración, aunque luego no sirva para nada, pues de tanto que has visto ya no te acuerdas ni de la décima parte; claro que, afortunadamente, para algo están las fotos; es como cuando estudiábamos los exámenes: al terminar no nos acordábamos de nada. Lo de las fotos merece un capítulo aparte: la fotografía digital ha posibilitado que se hagan fotos indiscriminadamente a todo lo que nos rodea, con valor estético o sin ello... Luego llegan, en septiembre, las interminables sesiones de fotos de los colegas. Aunque también afortunadamente esto está cambiando con los blogs y con el feisbuk: se colocan ahí las fotos y el que quiera que las vea. De todos modos yo espero moderarme.


Pues bien, salimos hacia Jávea para ver unas grutas que decía la guía digital que estaban muy bien... Pero nunca llegamos, pues también queríamos ver el cabo de San Antonio, unos acantilados bastante impresionantes, con calas, etc. Llegamos al cabo, nos dimos una vueltecita por allí para ver si podíamos bajar a las calas, pero nanay, allí solo se llega en barco, el único sendero que había era un PR que iba de Jávea al Montgó. Así que tras recorrernos los alrededores del faro volvimos a subir a la furgoneta y emprendimos camino a Jávea. 


Pero héte aquí que antes de salir a la carretera de la costa (la CV-736) vimos entrar un coche por un camino que indicaba "Cova Tallada" y dijimos: "Vamos a investigar". Total que nos metimos por el camino hasta que el coche no podía andar más de lo estrecho que se volvía, momento en que lo abandonamos para continuar andando pertrechados con mochila, bastones, comida y bañadores (por lo que pudiera pasar). El sendero se encaminaba hacia los acantilados, y en medio de ellos se habría un hueco cuya pendiente era más accesible, si bien había cadenas en las rocas para descender agarrado a ellas.


Llegamos a una especie de calita rocosa nada espectacular y aunque el camino parecía seguir hacia abajo, creíamos que era para bajar al agua. Como el sitio no era muy bonito decidimos buscar otro lugar más apropiado para el baño siguiendo el caminillo paralelo al acantilado. En un momento dado, al lado del camino se habría un agujero; cuando miramos por él vimos una cueva impresionante con gente dentro: estábamos sobre el techo de la cueva, a unos diez metros de altura. Intentamos buscar la entrada pero no dábamos con ella, pues estaba en el primer camino que habíamos dejado, el que descendía al agua. Tras hablar con un enterao procedimos a internarnos en la cueva.


El espectáculo era impresionante: una gran cueva en una de cuyas partes penetraba el agua (había piragüistas). Había gente aunque no demasiada, pues para llegar allí había que dar un buen paseo amén de salvar el paso de las aguas. Así que buscamos nuestro sitio, nos pusimos los bañadores, las gafas y los escarpines y nos sumergimos en unas aguas límpidas donde el personal estaba haciendo esnórquel: si impresionante era la cueva, más lo era el fondo marino, con sus rocas cubiertas de algas y sus peces rallados del tamaño de una mano. Allí estuvimos disfrutando del panorama hasta que me topé con una blanca bolsa de plástico (como para llevar la compra del día) que no era una bolsa, sino una medusa, pues no tenía asas y sí unos cortitos tentáculos; menos mal que eran cortos, pues los tentáculos son lo peligroso de las medusas. ¿Sabíais que las medusas tienen dos tipos de reproducción? Una sexual y otra asexual... Bueno en realidad son dos fases de la misma reproducción. Las medusas se reproducen sexualmente; de los huevos fecundados se desprende una larva que se transforma en pólipo enganchado a las rocas, y cuando crece se divide en varias medusas. Para más información consultad la sacrosanta wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Medusa_(animal)

Más abajo encontraréis fotos de la cueva, no son muy buenas porque están hechas con el móvil, pero en la siguiente web encontraréis más:
http://www.linkalicante.com/cova-tallada-denia-javea-cueva-acantilados-mar-montgo/
Se trata de una cueva inicialmente natural, pero después fue utilizada como cantera para extraer las piedras del castillo de Denia y, por lo tanto, agrandada. Un sitio altamente recomendable.


Después fuimos andando hasta Les Rotes, la última zona urbanizada de Denia con sitio para bañarse y echarse siesta. Tras ésta me entro la vena arácnida y me puse a practicar boulder con bastante soltura, si bien la salida del mismo no fue demasiado agraciada: salté desde metro y medio, más o menos, pero al estar de espaldas al suelo no calculé bien la rotación y a punto estuve de partirme la crisma contra una roca tras recular en cuclillas unos cuantos pasos; en el último de ellos noté cómo se distendía alguna parte de mi pierna derecha. Pensé que ya se me habían acabado las vacaciones. Todo esto, claro está, lo sufrí en silencio, pues lo peor que te puede pasar es hacer el nota delante de la gente, pegarte una hostia y hacerte daño. Si te pegas la hostia debes levantarte con dignidad, sacudirte el polvo e irte sin cojear hasta donde nadie te vea para poder llorar, gritar y cagarte en ... Todo. De modo que durante todas las vacaciones he estado jodido de la pierna... Y aún así logré subir al Mulhacén. De todas formas eso no fue lo peor que me pasó durante las vacas. 


Después de mi mala caída subimos andando hasta la Torre del Gerro, una torre de vigilancia renacentista y, tras ello volvimos andando hasta donde estaba el coche, pinchándonos y arañándonos con las plantas del lugar, amén de acojonados por lo cerca que pasábamos de un campo de tiro en el que, como su nombre indica, estaban pegando tiros.

Tras esta aventura pseudosenderista quisimos bañarnos en una playa como Dios manda, pues todo lo que habíamos encontrado eran rocas, así que repetimos la operación del día anterior, chiringuito incluido. Pero no, creo que al final no nos bañamos; no apetecía.


En fin, aquí están las fotos:

1 comentario:

  1. para las próximas
    http://elviajero.elpais.com/articulo/viajes/Palma/flores/lava/elpviavia/20100724elpviavje_2/Tes

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