No todas las Zanjas son divertidas.
Como bien sabéis los que seguís este blog, el pasado sábado, 20 de junio, tuvo lugar un operativo de búsqueda de los restos de Jose Carlos Marcos, un vecino de Manzanares el Real que desapareció dando una vuelta por la Pedriza en el mes de diciembre. La familia de este chaval pidió un último esfuerzo a las autoridades y a la Federación Madrileña de Montaña para peinar la Pedriza o, al menos, la zona donde más probabilidades hubiera.
Hacía tiempo que no experimentaba en un mismo día un cúmulo de sentimientos, sensaciones, emociones, tan dispares, tan contrapuestas unas con otras, tan parecidas a unas terceras, aunque con matices diferenciables. No sé si podré dar aquí cuenta de todo lo que experimenté, pero al menos lo intentaré.
Como también sabéis, la mayoría de las veces que salgo al monte lo hago con grupos autogestionados a través de internet, de modo que en el más grande propuse como actividad la integración en el operativo de búsqueda. En primer lugar, lo que me sorprendió y a la vez me indignó un poco fue la escasa respuesta que obtuve por parte de la gente más experimentada en este grupo: sólo respondieron tres personas. Me pregunto cuáles son los motivos por los que no acudieron a la llamada.
Hablando de ello con una amiga, la tarde del viernes, me dio alguna clave: "mira, no todo el mundo es capaz de asistir a la búsqueda de un cadáver; no es una perspectiva muy agradable." Eso me hizo pensar en ciertas personas que no soportan la visión de un féretro, que son incapaces de ponerse la ropa de un difunto, etc. No sé si es la idea misma de la muerte lo que no aceptan. O quizá el raro sea yo, acostumbrado desde los 10 años a poner flores en las cámaras mortuorias con el finado presente y atraído por la parafernalia oscura y satánica del Heavy Metal y de los cómics. Quizá tengan una disculpa.
La misma sensación de sorpresa e indignación, aunque más atenuada debido al procesamiento mental de las razones antes señaladas, tuve el sábado por la mañana cuando me enteré de las pocas personas que se habían apuntado: la totalidad del operativo ascendía a 150 personas, de las cuales solo 100 éramos los que realizábamos la búsqueda efectiva.
La indignación fue una de las emociones que más perduró a lo largo del día, siendo sustituida a ratos por la pena, a ratos por la sensación de peligro, a ratos por la de cansancio. El operativo comenzaba a las 8 de la mañana en Manzanares apuntándote como voluntario en una carpa de Protección Civil. La gestión era muy lenta y la mayoría nos preguntábamos para qué había servido, entonces, apuntarse en el formulario de la Federación. Un capítulo divertido en este aspecto fue observar la nomenclatura alfabética que utilizan los cuerpos militares y paramilitares, como Protección Civil y los mismos Agentes Forestales; para ellos no existen Almería, Barcelona, Cáceres ni Dinamarca, sino Alfa, Bravo, Charlie, Delta... Mi número de DNI acababa en Yanqui. En fin, los preparativos de toda la operación duraron dos horas: hasta las 10:00 no empezamos a movernos
También desde primera hora estuvieron presentes los familiares de Jose Carlos atendiendo principalmente a la cuestión del avituallamiento. Se les veía totalmente volcados y agradecidos con los voluntarios; inspiraban un poco de pena sí, pero ante todo mucha ternura y al mismo tiempo entereza.
Ignoro cuántos operativos de este tipo se habrán montado aquí en Madrid; al menos uno más, seguro, cuando desapareció un chico de Miraflores tras un accidente de tráfico en la carretera del Puerto de Canencia. Un operativo de estas características requiere la coordinación de varios cuerpos: Policía Local, Guardia Civil, Protección Civil, Bomberos, Agentes Forestales, Federación de Montaña, Ejército de Tierra, etc. Así que quitando los problemas del principio y alguno más que comentaré más adelante, el aspecto de la coordinación podría sacar un notable alto.
La mayor sorpresa me la llevé cuando supe que el Ejército había puesto un helicóptero Chinook a disposición del Operativo. Un comandante, con su traje de camuflaje y su boina, nos dio las instrucciones de como utilizar ese autobús aéreo. Entre "grandes medidas de seguridad" (cortaron la carretera para que cruzásemos en grupo) llegamos a las 9:30 a la orilla del embalse, donde nos esperaba el sargento encargado del embarque del ganado, o sea, nosotros, pero éste, al menos, iba en vaqueros y camiseta. Esperamos otra media hora a la llegada del Chinook. Todo un espectáculo verlo aterrizar y despegar. Yo fui en el segundo viaje: en plan paramilitar, nos dispusieron en dos filas rodilla en tierra mientras el helicóptero giraba sobre sí mismo, nos enseñaba el culo y reculaba. La gente estaba excitadísima, como si no hubieran visto nunca Apocalypse Now. Se bajó la trampilla, salieron dos sujetos con casco y mono verde, nos hicieron la señal, nos levantamos y, corriendo (como si el Vietcong nos estuviera acosando; bueno, vale que el calor que desprendían los motores por detrás era sofocante), embarcamos. Subieron la trampilla, aunque lo de subir es un eufemismo, más que nada para que no se arañara mucho al aterrizar de nuevo, ya que como se inclinara un poco y alguien saliera rodando la trampilla no lo retendría. Y, por supuesto, nadie se preocupó de que nuestros cinturones de seguridad estuviesen bien enganchados. Detrás de mi había un ojo de buey por el que otear un poco, ya que desde la abertura trasera lo que se veía estaba distorsionado por el calor de los motores, como cuando miras a la ventana en invierno con el radiador encendido.
El trayecto no llegó a cinco minutos; nos soltaron en la pradera del Yelmo, donde la poca gente que había se debió quedar atónita al ver el espectáculo. Allí un Guardia Civil nos dio una charlilla sobre el asunto de la búsqueda y raudos nos dirigimos a nuestra zona.
Y ahí comenzó mi mayor indignación. Nunca he participado en un operativo de búsqueda, pero creo que no hace falta haberlo hecho para que, teniendo un poco de sentido común y, habiendo visto alguna que otra película sobre el particular, uno comprendiera que aquello no se estaba llevando de la manera correcta. Los agentes forestales que lideraban nuestro grupo podrían tener muy buena voluntad, pero no tenían ni idea sobre el particular: cada uno iba a su bola mirando donde Dios (que no existe) le daba a entender, bajo los matorrales, bajo las piedras (piedras de toneladas, no piedrecitas), en las zanjas profundas. Al menos nuestro grupo no tuvo en cuenta, o no tuvo claro, el concepto de "peine". Yo, que soy calvo, sí lo tengo (quizá porque lo eche de menos). Un peine se basa en que todas las púas permanecen unidas, en contacto y paralelas, a la vista unas de otras. Cuando se peina, las púas avanzan al unísono y, si una se enreda en un remolino, las demás se paran. Nosotros avanzábamos, algunos nos enredábamos (bajando a grietas o subiendo a riscos) y algunos nos esperaban, pero otros no esperaban a esos, de modo que los que nos habían esperado ya no sabían si ir 4 metros más a la derecha o no (y en este paraje, 4 metros son muchos metros) o si por donde iban ya habían pasado los otros. Sencillamente, íbamos demasiado rápido y algo descontrolados.
El cansancio hizo mella en nosotros, pues a lo abrupto del terreno se unía un calor infernal y el agua se nos calentaba; no apetecía beberla. Cuando llegamos a la zona con menos piedra y más vegetación la cosa no hizo sino empeorar: menos sombra, arañazos, pinchazos y enganchones. Probablemente todo esto hizo que alguno desistiera de la búsqueda. La última parte se hizo muy mal o casi no se hizo. Además, el operativo finalizaba a las ocho de la tarde, pero nosotros acabamos a las cinco, maltrechos, eso sí, pero quizá hubiéramos tenido que dar algo más de nosotros.
Lo curioso (quizá también indignante) es lo rápido que se repuso la gente con dos cañas de cerveza en Cantocochino y lo alegres que se tornaron sus ánimos, casi tanto como cuando comenzamos la búsqueda, haciéndose fotos con el helicóptero, etc. Joer, no digo yo que vayamos como en una procesión fúnebre, pero tampoco estábamos de fiesta.
Desde Cantocochino nos trasladaron al pueblo en minibús, donde fichamos para comprobar que no nos habíamos quedado por allí arriba. De nuevo los familiares nos ofrecían todo tipo de comida y bebida mientras nos daban las gracias. Unas gracias que quizá no nos merecíamos del todo.
Me quedé un rato más en Manzanares viendo una actuación de Caballeros medievales. El pueblo estaba de fiesta: mercado medieval. El castillo y las calles engalanados con escudos y motivos del medievo, música de flautines, juglares, vecinos ataviados a la época. Todo muy alegre, pero yo sin pizca de ánimo, triste y cansado.
La última imagen que me llevé de allí, ya montado en mi coche, fue la de uno de los familiares, un chico muy agradable, quitando un cartel de la carretera que indicaba el camino hacia el puesto de control del operativo. Una cruel metáfora del fin de la ayuda institucional, si es que es verdad que dan por terminada la búsqueda, tal y como he oído por ahí.