"Todo el mundo sabe que es difícil encontrar
en la vida un lugar
donde el tiempo pasa cadencioso y sin pensar
y el dolor es fugaz.
A la ribera del Duero
existe una ciudad
si no sabes el sendero..."
Todavía no comprendo cómo durante cuatro días en Soria ni en un momento me acordase de la Canción de Gabinete Caligari. Quizá es porque no hubo ni siquiera un momento en el que no estuviese pendiente de todo lo que me rodeaba. Bien, lo cierto es que tampoco llegamos a Soria capital.
Escribo esto con un poco de retraso, ya que el viaje lo hicimos en el puente de la Constitución y las Conchas, pero es que tenía que seleccionar y retocar las fotos. Es ésta una entrada básicamente de fotografías pues la verdad es que no corrimos ninguna aventura fuera de lo normal, ¿será que me estoy volviendo prudente? Por supuesto la mayoría de las fotos están tomadas por Gema, si hay alguna mala seguro que es mía.
La cosa es que teníamos pendiente el viaje a Soria, a la Laguna Negra, pues quisimos hacerlo en Octubre, pero al final nos decantamos por Monfragüe, que en aquellas fechas sería un mejor sitio para ir con la tienda. Evidentemente en esta ocasión nada de tienda, hostalito calentito.
Sábado, 5-dic
Salimos desde el Escorial, temprano, en una soleada mañana de otoño, nos metimos en el túnel y al salir a Segovia nos encontramos con una mañana nublada. (a lo largo del día el tiempo fue mejorando). Cogimos la N-110 y nos plantamos en Ayllón a tomar café y estirar un poco las canillas. También sacamos algunas fotos. Las casas son del color de la tierra, arcilla roja. Destaca la Iglesia de San Miguel, románica del s.XIII, aunque muy reformada, con su imponente espadaña y su ábside:
Luego continuamos el camino, abandonamos Segovia para entrar en Soria, la tierra cambió de color, ahora amarillo, y llegamos a San Esteban de Gormaz, a orillas del Duero, donde un leve vistazo a las ruinas de su castillo, a sus bodegas en la roca y a sus cárcavas, bastó para detener nuestra marcha motorizada y caminar por sus calles, subiendo hasta la Iglesia de Nuestra Señora del Rivero, desde donde hay unas magníficas vistas.
Pocos kilómetros más adelante nos encontramos con el Burgo de Osma, famoso por muchas cosas, aunque yo lo recordaba porque de pequeño fui con mis padres a la matanza del cerdo... Bueno, recordar, recordar, es mucho decir; digamos que sabía que había estado allí, en realidad sólo recuerdo los chillidos del cerdo. Aquí no hicimos tantas fotos y las que hicimos... Como veis a Gema le gusta mucho eso de las ruinas... ¿por eso le gusto yo? Tendré que hacérmelo mirar. El mundo está lleno de ruinas y zanjas.
Estuvimos dentro de la catedral, para pasar a la cual tuvimos que pagar dos euros, euros que según la leyenda (la del cartel de la entrada, no la del Burgo) irían al mantenimiento de la misma catedral... Bueno si es así... Pago (al menos no son las doce libras de la Abadía de Westminster o la Catedral de San Pablo). Aquí están las fotos:
Y por fin llegamos a nuestro destino. No, tampoco, nuestro destino estaba dos kilómetros más allá, o uno, que no saqué el GPS para medirlo. Llegamos a Molinos de Duero con un hambre atroz, y fíjate por dónde, llegamos tarde para disfrutar de la fiesta de la matanza, o sea de lo que dieran o diesen comestible. La plaza del pueblo estaba ensangrentada (no sabemos si del cerdo o de algún mozo que se cayó de la cucaña). Comimos y nos dimos un pirulo hasta Salduero, éste sí nuestro destino; hicimos acto de presencia en el hostal y volvimos a por el vehículo. Imponente el viacrucis del camino. Fijaos en el espíritu oscuro que reflejan las fotografías: sangre, cruces, ánimas, setas venenosas, muerte, noche, fantasmas de niños ahogados en el Duero... Soria, al fin y al cabo; Bécquer.
Cenamos, no me acuerdo dónde, y ya sin un ápice de luz volvimos a la orilla del Duero, cruzamos el puente, iluminado con pequeñas lucecitas en el suelo así como con luces que cambiaban de color bajo los arcos (muy Disney, nada tétrico) y volvimos a hacer el viacrucis hasta Molinos; sin luces, sin valor, acojonado (aunque no lo mostrase, que para eso era el hombre de la pareja... Otra cosa es que se notase); ridículo, porque el acojone era debido a unos perros que había visto por la tarde y que tendrían más miedo ellos de mí que yo de ellos. Menos mal que siempre me aplico el cuento: "ten más miedo de los vivos que de los muertos, y más miedo de los animales de dos patas que de los de cuatro" (y no va por las gallinas, claro). Lo cual nos lleva de nuevo a la canción del Urrutia:
"Cuando divises el monte de las Ánimas
no lo mires, sobreponte
y sigue el caminar".
Lo chungo no es tener miedo, eso es humano, sino sucumbir a él.
Domingo, 6-dic
El día siguiente se despertó lluvioso, pero tampoco íbamos a sucumbir ante la lluvia, ¿no? No hicimos doscientos y pico kilómetros para quedarnos en el hostal. Había que salir y el plan era la Laguna Negra y el Urbión. En fin, ya os puse las fotos de la Laguna en la felicitación de las Navidades (de todos modos aquí las dejo otra vez), así que ya imaginaréis el día que tuvimos y lo que pudimos hacer: llegamos al aparcamiento donde ya se podían ver restos de la última nevada. Subimos a la Laguna, tiramos unas fotos y continuamos por el camino que lleva al Urbión. Si no me puse los crampones fue por ir en las mismas condiciones que Gema, pero vamos, no me hubieran sobrado. En ningún momento dejó de llover, solo que, una vez superadas las paredes de la Laguna, la lluvia se convirtió en nieve. Como además ya no nos protegían las paredes el viento corría que daba gusto. Viento y nieve igual a ventisca, uno de los fenómenos atmosféricos más desagradables; a eso añádele niebla de vez en cuando y el acojone de la noche anterior se quedaba pequeño, pues, digamos que existían elementos más objetivos para causar ese miedo. Además no estaba yo solo. O sea que del Urbión, nada de nada. Intentamos dar la vuelta a la Laguna por encima, pero no terminé de verlo claro (había mucha niebla) así que nos dimos la vuelta. Lo dejaríamos para el día siguiente si el tiempo acompañaba.
Lunes, 7-dic
Pero al día siguiente el tiempo no acompañó. ¿Íbamos a quedarnos en el hostal? No, tampoco. La noche anterior habíamos llegado a trazar una serie de planes alternativos que activaríamos en función de las inclemencias atmosféricas. Si hacía buen tiempo volveríamos a la Laguna, si hacía malo iríamos al Cañón del Río Lobos y si hacía peor iríamos a Soria capital o pueblos de los alrededores. Así que como sólo hizo malo, fuimos al Cañón, que por supuesto yo no conocía. Desde San Leonardo de Yagüe nos equivocamos y fuimos hacia Santa María de las Hoyas, llegando al Puente de los Siete Ojos (puente sin valor arquitectónico ninguno). Aquí nos volvimos a equivocar y comenzamos a andar por el cañón hacia Hontoria. Sólo encontramos dos almas amén de los buitres (mas no entraremos en disquisiciones teológico/biológicas acerca del alma de las bestias). Y el paisaje una preciosidad, aunque no fuera tan espectacular como el que hay por la parte de la ermita. Al principio lloviznaba un poco pero dejó de hacerlo y puede que incluso saliese el sol en algún momento. Aquí tenéis las fotos:
De todos modos no me importaba mucho no haber visto la parte guapa del Cañón, ya que tampoco estaba en el programa. Por la tarde-noche hicimos una paradita en San Leonardo para tomar un café y comprar algo de cena. Y vimos el castillo iluminado, y subimos a la colina para verlo de cerca y hete aquí que llevaba en el bolsillo del forro polar el frontal, pues en el cañón anduvimos metiéndonos en algún que otro hueco, así que nos lo recorrimos también por dentro. Una pasada, y una lástima que se encuentre en ruinas. Lamentablemente no disponemos de fotografías, buscadlas en la red.
Martes, 8-dic
Y el último día se levantó algo mejor que el anterior, pero no lo suficiente como para subir al Urbión, pues estaba nublado (y a esas alturas las nubes son niebla). Así que, gracias a que nos equivocamos el día anterior, pudimos activar de nuevo el plan B: Río Lobos, esta vez, sí, desde la ermita.
Lo más destacable del paseo, aparte de los buitres y las formaciones calizas erosionadas por el río, fueron las cuevas, en las que nos dio por meternos. Una de ellas por lo menos tenía 25 o 30 metros de profundidad (a lo largo, no a lo alto), con un murcielaguito colgado justo en el tramo más estrecho; pero logramos pasar sin molestarle. En fin todo muy bonito; hasta nos hizo sol.
Martes, 8-dic
Y el último día se levantó algo mejor que el anterior, pero no lo suficiente como para subir al Urbión, pues estaba nublado (y a esas alturas las nubes son niebla). Así que, gracias a que nos equivocamos el día anterior, pudimos activar de nuevo el plan B: Río Lobos, esta vez, sí, desde la ermita.
Lo más destacable del paseo, aparte de los buitres y las formaciones calizas erosionadas por el río, fueron las cuevas, en las que nos dio por meternos. Una de ellas por lo menos tenía 25 o 30 metros de profundidad (a lo largo, no a lo alto), con un murcielaguito colgado justo en el tramo más estrecho; pero logramos pasar sin molestarle. En fin todo muy bonito; hasta nos hizo sol.
Y como colofón, por petición expresa de Mirwav y como club de fans del Reno Renardo que somos, metemos su famosa versión del Camino: