Recientemente he tenido la oportunidad de viajar a los Alpes, a Chamonix, como colofón a un curso de Técnico Deportivo de Montaña. La experiencia ha resultado más enriquecedora e instructiva de lo que en un principio podía imaginar.
A lo largo de las siguientes entradas en el blog iré contando el viaje y las reflexiones que surjan al hilo.
La primera y principal intención del viaje era, por supuesto, hacer cumbre en el Mont Blanc, a 4.810 m. de altitud. 1.400 m. más de los que tiene el Mulhacén, al cual subí el verano pasado, es decir, sin nieve, siquiera. Anteriormente, lo más alto que había estado en condiciones invernales era en Peñalara, a 2.428 m.
Justo antes de surgir el viaje tenía previsto realizar un artículo referente a la "filosofía del siguiente escalón" en él habría de contar cómo a lo largo de mi vida he ido progresando lentamente, pero seguro, en casi todos los aspectos, si bien iba a centrarme en la práctica del montañismo: contaría cómo empecé a andar por los montes, cómo empecé a andar por la nieve, a subir los canales y palas de Peñalara, Los Claveles, etc. Contaría mis intenciones y próximos proyectos.
Pero se me presentó la oprotunidad de los Alpes y decidí dar el salto, dejar los pasitos cortos y subir unos cuantos escalones de golpe, aunque sólo fuera momentáneamente y tuviera que regresar a mi nivel. El artículo todavía está pendiente y seguramente tenga que ir introduciendo las ideas a lo largo de estas reseñas.
El miércoles 22 de junio cogimos un Cutre-Jet hacia Ginebra. En mi memoria todavía sonaban los gritos de los bobbies ingleses del aeropuerto de Gatwick ante las exigencias del pasaje español del vuelo cancelado, hace dos años, cuando volvíamos de un concierto de U2. Juré no volar más con esa compañía, pero está visto que los juramentos no sirven para nada en este ateo mundo. Llegamos a Suiza con sólo 15 minutos de retraso; allí, en el mismo aeropuerto, alquilamos un vehículo que conduciríamos, acto seguido, hasta Chamonix, en Francia. Llegamos allí a las dos o tres de la tarde, hora de comer.
Ya llegando en coche se veía el imponente glaciar de Bossons, que antiguamente llegaba hasta el mismo valle, y las afiladas agujas de Chamonix, entre las que destaca la Aguille de Midi, coronada por una antena parecida a la de la Bola del Mundo, aquí en Guadarrama, solo que 2.000 metros por encima. Hasta la Aguille de Midi llega el funicular que parte del pueblo. En dos tramos nos pone de 1.030 a 3.800 metros, pero esto queda para el tercer día. Chamonix es un pueblo que se encuentra en el valle que existe entre el Macizo del Mont Blanc y el de las Agujas Rojas, paraíso del senderismo, del esquí y del alpinismo.
Después de comer fuimos hacia el albergue de la Tapia, en que teníamos reservados los catres: habitaciones con dos literas para cuatro sudorosas personas; sin baño, por supuesto, pues la gracia consiste en salir al pasillo a pecho descubierto y con la toalla cubriendo las partes pudendas... Eso si llevas toalla; yo que no la llevé podréis imaginaros... Pues imagináis mal: ¡no me duché en cuatro días!
Por la tarde, creo recordar, estuvimos paseando por Chamonix, tomando cervezas y realizando algunas compras. Fuimos a la casa de los guías para revisar la meteorología, que nos confirmó lo que ya habíamos visto anteriormente: mal tiempo hasta el sábado, y éste así, así. O sea, que para una vez en la vida que voy a los Alpes, va y me llueve... Es decir, llueve en Chamonix, que está a 1.000 m., a 3.000 estaba nevando.
Nos acostamos rezando al dios del alpinismo para que no se cumplieran las previsiones meteorológicas.
Os dejo unas foticos: