Mas una hora es poco tiempo para mí y, al final, salí con ella pegada (con la hora). Subí como un rayo en el flamante automóvil de mi padre, arranqué como un segundo rayo de la ira de Zeus, sin recordar que el mando de la puerta del patio anda sin pilas y no sabes si rogarle con buenas palabras que abra la dichosa puerta o golpearle vilmente contra el salpicadero (como hace Van Damm con sus raptores); tuve que bajarme del coche, acercarme a la caja receptora de la puerta y darle al botoncito hasta que tuvo a bien abrirse y dejarme en libertad.
Subí la calle Marqués de Viana cual Carlos Sainz en el rally de la M-30 solo para, al llegar arriba, detenerme tras una fila de diez coches encabezada por un coche patrulla cruzado en medio: algún sarao tenía que haber en Bravo Murillo, fiesta o manifa, o ambas cosas, o alguna carrera, no sé, ya que últimamente no veo la tele, no escucho la radio, no leo periódicos, soy una mónada sin ventanas al mundo de las mentiras.
Vuelta para abajo. Subida algo más al norte por Capitán Blanco Argibay, para darme cuenta de que la cosa llegaba a Valdeacederas, otra patrulla que impedía el paso. Desvío por la Ventilla, ahora el paso me lo impedía el rastro de Tetuán, instalado no hace mucho en la Avenida de Asturias. Otra vez para abajo, mi buen talante me estaba abandonando, como el desodorante con el ejercicio.
Mi objetivo era llegar a Pza. Castilla, donde había quedado a las 9:15. Mis prisas eran infundadas, pues la gente siempre llega tarde, pero es algo que no puedo remediar. Ya en el corazón de la Ventilla mi tortura fueron las obras, obras por todos los lados que impedían el acceso a otros lados, por un momento pensé que aquello no tenía salida, hasta que milagrosamente encontré un acceso al lateral de la Castellana, pero la movida llegaba hasta allí y no pude llegar a la plaza, así que tiré de móvil: “¿Miguel Ángel?... Ah, que estáis todavía por Colón; bueno, pues, no paséis por Pza Castilla, que está cortada... ¿Que dónde quedamos? No sé... En Miraflores, venga. Hala, un beso...”
Ya más tranquilo, arranqué nuevamente, enfilé la carretera de Colmenar y, cosa extraña en mí, no pasé de 90 km/h en casi todo el trayecto. Sin embargo, a medida que me iba acercando a la sierra, observaba que era justo en Miraflores el único sitio donde había nubes. Hacía un día espléndido como para andar por el campo entre nieblas sin necesidad: cambio de planes.
Si existe un gran avance en la civilización este es el invento del móvil... El segundo es internet. Son grandes avances, para bien y para mal; en estos casos de tecnologías de la comunicación el mal siempre llega en forma de marrones ajenos que te salpican a través de las ondas electromagnéticas, de manera que el buen uso de dichas tecnologías consiste en que, cuando intuyas el mal o simplemente captes el clima gris de la ausencia del bien, lo apagues: apaga el móvil, no mires el correo. ¿Y si hay una emergencia? ¿un familiar enfermo? Nada hay que no pueda esperar al día siguiente. Nada hay que me moleste más que se pongan a hablar por el móvil ante mis narices. Yo, cuando llega la gente con la que he quedado, lo apago. Pero mientras tanto has de sufrir el abuso de los retrasados, que no lo son tanto para, viendo que llegan tarde, llamarte y decirte lo que están viendo, cuando tu llevas ya un cuarto de hora esperando. Pero, bueno, hay ocasiones en las que resulta útil, como la del domingo: llamé y cambiamos el lugar de quedada, ahora sería en Manzanares, en alguna cafetería de la plaza del pueblo.
Lo que más impresiona al llegar a este pueblo, al margen del tiempo que lleva en obras, en primer lugar es el castillo, pero en segundo lugar son las cigüeñas y sus nidos en el campanario de la iglesia: apiñadas estaban. Fue bajar del coche, escuchar su castañeteo nupcial y, tras comprender que el ruido no procedía de las obras, sentir la segunda punzada de la primavera, esa especie de subidón que te entra entre el estómago y el pecho (el primero fue hace unos días con el olor de la mimosa).
En fin, al final tuve que tomarme el café yo solo, pues la cafetería de la plaza posee los cristales tintados, cual coche tuneado de macarra de pueblo, y parecía estar cerrada, de modo que me fui a otro bar. Haciendo uso por tercera vez del móvil (para que veáis lo absurdo de una hora de boicot a las compañías telefónicas) logramos encontrarnos. Fui a la cafetería, que, por supuesto estaba a la vuelta de la esquina.
Allí se encontraban Cristina, Estela, Azucena, Felipe y Miguel Ángel. Lo primero que hicieron fue reírse de mis mallas negras, lo segundo piropear los músculos de mis piernas; ningún comentario sobre mi paquete, aunque conociéndoles, mejor así. Lo que no he llegado a comprender es cómo pudieron llegar antes o al poco tiempo que yo habiendo realizado la ruta automovilística que realizaron. Al yo avisarles del corte de Pza Castilla tiraron hacia la M30 este, salieron por la carretera de Burgos (A1 para los modernos), al parecer se desviaron por la M40, incomprensiblemente pasaron sobre la carretera de Colmenar, es decir, la cruzaron por encima, llegaron a la de La Coruña ("A Coruña" para las personas sensibles con las "especificidades culturales", A6 para los modernos), por ella hasta Villalba y desde allí hasta Manzanares. Es decir, hicieron una especie de zeta, pero debió ser a mucha velocidad, si no, no me lo explico.
Como a 1 km. de distancia se abre una barrera en la valla que delimita la Pedriza, la cruzamos y nos dirigimos hacia la pista forestal (una antigua carretera). Tan contentos estábamos (ya se me había pasado el mal rollo), que comenzamos a cantar canciones... Canciones subversivas para los tiempos que corren: "Señor, me has mirado a los ojos..." y "Alabaré, alabaré". Debió ser el arrobamiento producido por la incipiente primavera, con sus flores, su agua, su solecito... Parecía que Dios nos había tocado con su gracia. El camino no era muy empinado, desechamos las posibles rutas alternativas que, seguramente nos hubieran llevado a algún lugar sin salida o de salida dudosa, lo cual pone de muy mal humor a los guiados que todavía no han captado el concepto de lo que es salir al campo a hacer senderismo. Dicho concepto en realidad es una especie de sucedáneo de la aventura, uno no sale a la Pedriza a dar un paseo, para eso se queda en la Dehesa de la Villa; uno va allí a ver piedras y a subir por ellas, a sudar, a enzarzarse y a defecarse en... Pero este domingo estaba yo de buen humor y no quise crear un conflicto tan pronto por la mañana, porque bien es sabido que el conflicto surge aunque uno no quiera: de repente las cosas se lían, alguien se cansa, quiere volverse, etc., es inevitable. El senderista, como el practicante de cualquier otro deporte posee ciertas características masoquistas (en el guía de senderismo son sadomasoquistas), o debe poseerlas. La semana anterior, por ejemplo, subimos a la Maliciosa con una ventisca de mil demonios, mojados hasta los huesos, sufrimos un poco sí, pero eso forma parte del encanto... Claro que el encanto desaparece cuando los dedos dejan de dolerte por el frío para pasar a dormirse; en esos momentos ya no se piensa en la meta, sino en conservar los dedos, por lo tanto se da media vuelta y se vuelve uno para abajo (debe ser que la circulación de la sangre por mis extremidades no anda muy bien).
Así que entre sesudas charlas, como corresponde a antiguos y peripatéticos compañeros de Filosofía que caminan por suaves pendientes, continuamos por la pista hasta llegar al PR16, el camino que sube desde Quebrantaherraduras. Respecto de los topónimos pedriceros en algún momento surgió el comentario de por qué siempre teníamos que ir por lugares cuyos nombres ya de por sí te ponen sobre aviso de lo difícil que será caminar por ellos o sortearlos, ¿no se podría ir por sitios como "la senda de los algodones" o algo parecido?, aunque la Cuerda de los Porrones no debía ser difícil si por ella pueden caminar los borrachos...
Allí había una fuente que nos permitió cambiar las aguas (en todos los sentidos) y darnos un descansito mientras ingeríamos alimentos con alto poder energético, ya sabéis, pasas, almendras, chocolate, molinillo, corre, corre, cigarrillo... Y nos preparábamos mentalmente para subir una cuesta verdaderamente empinada, cuya visión por parte de mis acólitos fue el origen del descanso.
Ya nos disponíamos a emprender la marcha por dicha cuesta cuando fuimos interpeladas por dos huerfanitas de más o menos nuestra edad:
-Estoooo, vosotros que parecéis enteraos, ¿sabéis si vamos bien por aquí hacia el refugio?- dijeron mientras me enseñaban la guarrería de mapa-folleto que te dan en el Centro de Interpretación de la entrada a la Pedriza.
-Pues no, vais totalmente equivocadas y, en tal caso, lo mejor es que no os salgáis de la pista hasta llegar a Cantocochino.
Y es que no me extraña que la gente se pierda en la Pedriza, con los folletos que dan es de todo punto normal. Tristes y cabizbajas, las dos muchachas se quedaron sentadas al lado de la fuente, ya no podrían ver el Tolmo, ni el refugio... Sin embargo, nuestro corazón, ablandado ya por la primavera, por las canciones elevadas al Señor hacía poco menos de una hora, se apiadó de ellas y decidimos acogerlas en nuestro seno:
-Otra posibilidad es que nos acompañéis hasta arriba, donde hay unas vistas preciosas; luego bajaremos por la cuerda, nos desviaremos hacia la Ermita de San Isidro (decididamente fue una marcha espiritual totalmente volcada hacia nuestro Creador) y volveremos por el GR hasta los vehículos, más o menos hasta las seis de la tarde-
-Es que nosotras no estamos muy preparadas
-¿Y os creéis que las petardas que nos acompañan sí? No os preocupéis que no os dejaremos colgadas-. Deliberación entre ellas... Tic, tac... tic, tac...
-Vale.
-Pues vamos.
Y emprendimos la subida, hablando de esto y de lo otro, del campo y de los olores (es que estaba leyendo "El Perfume" y me encuentro sensibilizado con el tema; también hablamos del libro). Pero no fue hasta casi arriba del todo, cuando estuvimos todos juntos, que nos presentamos: Marta y Bea, se llamaban... Bueno, y se llamarán si no les ha pasado nada desde el domingo hasta ahora. Por entonces ya se estaba echando encima la hora de comer, pero no podíamos hacerlo hasta que no llegásemos a la divisoria de los Porrones, para continuar cuesta abajo después de comer, o eso creíamos. Sin embargo, mis seguidores empezaban a inquietarse, sus estómagos parecían rebelarse. En realidad mi intención era llegar hasta la Maliciosa Baja, pero por muy baja que estuviera todavía quedaba lejos y el tiempo tampoco nos sobraba, sobre todo teniendo en cuenta que deberíamos estar en el aparcamiento a las seis, así se lo había prometido a nuestras dos nuevas amigas y así me lo había prometido a mi mismo, ya que después tenía una cita... Pero ya se sabe que las promesas se hacen para incumplirlas.
Llegamos por fin a la cuerda entre protestas y nos asentamos en el mejor lugar que pudimos al abrigo del viento del sur que soplaba con fuerza. Compartimos la comida, la bebida, los cigarritos... No, los fluidos no. Nos sacamos fotos... ¡Estela, pásalas! Y algunos pudimos dejar nuestra ofrenda a los dioses en altares improvisados... y escondidos. Charlamos sobre nuestras vidas y descubrimos que era normal que entraramos en contacto con nuestras nuevas amigas: resultaban tan raras como nosotros (cuatro compañeros de Filosofía conocidos desde hace 14 años más dos advenedizas). Milagrosamente a nadie le dio por apelar a la justa y sana costumbre de la siesta, lo cual nos hubiera retrasado en demasía. Nos apretamos las botas y continuamos andando.
Pero, ya os lo he adelantado, de bajada, poca: el camino era llano y con bastante subidas a los porrones, es decir, a los picachos de granito. No obstante la marcha por esos andurriales merece la pena; las vistas a ambos lados de la cuerda produce una sensación especial: Madrid a nuestra derecha, la Pedriza y la Cuerda Larga a nuestra izquierda; las rocas graníticas, sin llegar a las formas más caprichosas de la Pedriza Central, también son espectaculares, el sendero accidentado con rocas, árboles y en algunos lugares sin marcas que indiquen su continuación. Afortunadamente ya me lo conocía y más o menos sabía continuar, pero eso no convencía a Azucena, la cual se me rebeló, igual que cada vez que salimos, igual que cada vez que intento arreglarle el ordenador... No confía en mí; bien es cierto que, tal y como me decía Bea (la nueva), no me sé vender, no inspiro confianza, he de mostrar más seguridad. Pero, bueno, encontré las marcas y pasó la crisis.
Por fin llegamos a la Cruz del Mirlo, lugar desde donde se desciende con una empinada pendiente hasta casi el tejado de la Ermita de San Isidro. La perspectiva de caer sobre ella cual ángeles, sumada a las laceraciones que sobre nuestros cuerpos nos infligían las zarzas, espinos y matorrales varios, así como la pendiente que castigaba rodillas y dedos cuyas botas no eran lo suficientemente holgadas, nos hizo volver a cantar alabanzas al Señor. Nuestras amigas no daban crédito a sus oídos, de modo que tuvimos que confesar que pertenecíamos a la SFO (Sección Friky del Opus), lo cual les dejó más tranquilas. Así que tras alguna caída que otra, enganchones, arañazos, vueltas atrás para recuperar la senda y alguna otra vicisitud, acompañadas todas de subidones de adrenalina, llegamos a la ermita. Mas como el tiempo apremiaba no dejamos ninguna ofrenda, ni siquiera una mísera persignación.
Enfilamos, pues, GR10 hacia delante, llevados de mil demonios, no solo por las prisas, que al parecer yo era el único que las tenía, sino por los dichosos quads y todoterrenos que rugían y empolvaban los alrededores molestando a los transeúntes vespertinos, amén de un furgón que nos "deleitaba" con música latina (bachata, salsa o cualquier otra cosa parecida, que de eso yo no entiendo), pero no era momento para bailes cebolleteros.
Llegamos por fin al aparcamiento sobre las siete y cuarto, me despedí de nuestras amigas (las cuales incomprensiblemente prometieron volver con nosotros), me despedí de los compañeros, hice un estriptis para cambiarme de ropa y marché hacia Tres Cantos, donde había quedado a las siete de la tarde; bueno, un pequeño fallo en el cálculo horario.
Hasta el domingo que viene.
muy enternecedor, pero te lo tengo dicho, no las lleves por las piedras...
ResponderEliminar+besos
mirwav
besos
Te felicito tio si que extranaba ese diario. Saludos Ariel.
ResponderEliminarRespecto, a tu comentario, cuando nos encontramos a las dos chicas y dijeron
ResponderEliminar-Es que nosotras no estamos muy preparadas
Y tú dijiste..
-¿Y os creéis que las petardas que nos acompañan sí?
PROOOOOOOTEEEESSSTO ENERGICAMNETE. Para que lo sepan quenes leéis esto: MIENTRAS EL CABALLERO ESTABA ATENDIENDO ESTAS CHICAS (POR OTRO LADO ENCANTADORAS Y REALMENTE CONFIADAS) las "petardas" ya habíamos subido la mitad de la cuesta (con el bofe por fuera, como debe ser) y eso sí..acordándonos de este gran amigo (esto es de verdad) y de la santa compaña.
En fin, Rossa Nova, sabes que te queremos un montón gracias mil por ese día y por los venideros.
¡Cómo son las amigas! Se quejan por nada. Muacs
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