Salimos a dar una vuelta por el pueblo para hacer las fotos de rigor que nunca logramos hacer a tiempo sino a última hora, cuando ya nos vamos a ir. A mí especialmente me interesaba el monumento a los Caídos por Dios y por España con esas formas austeras propias de los regímenes autoritarios; este en cuestión era una cruz flanqueada por dos obeliscos de aspecto egipcio (ya se sabe que al fascismo le es grato todo lo procedente de antiguos imperios). En la misma plaza una farola con gárgolas dignas de ser fotografiadas.
Volvimos al coche, nos montamos y nos despedimos de Navahermosa poniendo rumbo hacia Los Navalucillos, donde nos esperaba El Chorro del mismo nombre, aunque hay una buena tirada desde el pueblo hasta el chorro por carretera y por caminos: concretamente hay 16 km en coche, seis de los cuales se realizan por pistas forestales (aunque sin grandes baches ni peñascos), hasta la barrera y caseta del Parque Nacional de Cabañeros. Merece la pena, no obstante, detenerse a contemplar el Valle de Las Becerras desde lo alto, nada más abandonar la carretera asfaltada:
Tras llegar a la caseta de los guardas forestales dimos nuestros nombres y lugar de procedencia, después dimos de comer a Rafa mientras yo andaba leyendo folletos, mirando mapas y observando a los viajeros de un todoterreno que paró frente a la caseta; uno de ellos se apeó con tan mala suerte que algo le debió crujir en la rodilla porque empezó a gemir, pero los viajeros no pensaban detener su nave y continuar el camino andando, simplemente buscaban información o bien para hacer la ruta motorizada o bien para volver en otro momento; los compañeros recogieron al accidentado y volvieron por donde habían venido.
A todo esto nos dieron la una de la tarde, buena hora para emprender la marcha, pensaréis, lo cual sería irónicamente cierto si de otra época del año se tratara o si la ruta fuera más larga. Pero yo ya me había hecho a la idea, había reflexionado sobre el asunto y había decidido armarme de paciencia. Comenzamos, pues, a andar por la pista, dirección sur, remontando el Arroyo de El Chorro, deteniéndonos a contemplar las curiosidades de la guía que nos proporcionaron, como la turbera que podéis ver en la foto.
O los huesos de algún bicho devorado por los buitres, zorros, insectos, larvas y demás organismos microscópicos.
El camino continuó entre las típicas maravillas campestres (hierbas, arbolitos, rocas...) sin nada sobresaliente que mencionar salvo el cruce con una chiquilla de unos 13 ó 14 años con los típicos cascos en las orejas propios de los adolescentes interesados en su propio mundo y ajenos a lo que les rodea. Me acuerdo de la chica porque me extrañó que ver a una adolescente solitaria y con una actitud tan poco campestre (ni se molestó en mirarnos, no digamos ya saludar); lo primero en que pensé fue en que se habría adelantado a su familia, como así resultó ser; lo que pasa es que su familia llevaba un buen retraso respecto a ella. ¿Que cómo supimos que era su familia? Porque nos preguntaron por la chica.
...Nada sobresaliente que mencionar hasta llegar al final de la pista, luego el camino subía por la ladera en la cual habían instalado unos peldaños y barandillas. Después se convertía en un sendero de media ladera como Dios manda, con sus rocas en medio del camino y sus pasos aéreos (aunque no muchos).:
Después el sendero se adentra en un bosque de curiosas encinas por la cantidad de ramas entrelazadas que nacen desde casi el suelo y por los líquenes en sus troncos:
Poco después nos encontraríamos con un sestil (o refugio de pastores) y una bifurcación señalizada: hacia la izquierda y monte arriba se iba hacia el Chorrera Chica y el Rocigalgo (el más alto de los Montes de Toledo, con 1448 m.), hacia la derecha, en dos minutos y tras cruzar un puente de madera llegaríamos al Chorro.
El Chorro en cuestión es un espectacular salto de agua de unos veinte metros y su entorno encajonado proporciona un microclima húmedo y sombrío en el que se pueden observar especies vegetales de climas más húmedos y fríos no vistas a lo largo de toda la ruta, destacando por ejemplo los helechos de las paredes.
Pasamos veinte minutos contemplando la caída del agua, dejándonos arrullar por su sonido... Hasta que el sonido de nuestros estómagos se levantó por encima del de la cascada; eran las tres de la tarde y era menester hacer la parada de la manduca. Como el sitio era bastante frío (recordemos que estábamos a principios de febrero) decidimos subir a un sitio donde diera el sol, de modo que volvimos sobre nuestros pasos hasta el sestil y comenzamos a subir por el camino de la Chorrera Chica en busca de ese soleado lugar.
Una vez salvado el salto de agua, en una zona de rocas soleadas (aunque no por mucho tiempo) y al abrigo del viento decidimos plantar nuestro picnic. Gema se fue a hacer unas fotos a la cascada desde arriba y me dejó con el niño, tras lo cual, pasado un cuarto de hora, dejé al pequeño bien apañado sobre una roca, con las mochilas para que no rodase río abajo y me fui en busca de su madre (que estaba a la vuelta de la primera roca). Respiré aliviado, me pasó la cámara y me dijo que fuera a ver si podía sacar una foto más de cerca... De acercarme al abismo, nada; aquello estaba demasiado húmedo, había musgo... No había necesidad de dejar huérfano a Rafa. Preferí sacar fotos a un gran monolito de piedra:
Impresionante, ¿verdad? Es lo que tienen las fotos sin referencias: no te haces idea del tamaño de las cosas. El picacho en cuestión no tendría más de cuatro metros.
En fin, comimos nuestras viandas: una lata de sardinas con pan, manzana y chocolate, que puede parecer una miseria, pero en el campo cualquier cosa te parece un manjar de dioses y cualquier piedra picuda un trono digno de reyes. Y la sombra empezó a acecharnos. Es lo que pasa en los cañones profundos (y este no lo era tanto), la sombra te alcanza pronto. Así que no pudimos relajarnos y echarnos una siesta. Recogimos el picnic y nos fuimos por donde habíamos venido.
Así que en medio de la soledad Gema se fue tras unos arbustos a... A ver un zorro. Un zorro que andaba olisqueando y rebuscando por los alrededores en busca de algún resto de comida humana. Zorros he visto unos cuantos, pues llevo tiempo andando por el campo, pero eran zorritos, pequeños. Este era bastante grande:
Tras pasar media hora haciendo videos y fotos al zorro, que no se asustaba de nuestra presencia y que por su tamaño prefería dejar cerrado el coche con Rafa dentro, no fuera a llevárselo como aquel supuesto dingo que en 1981 se llevó a un bebé en Australia (ver película "Un grito en la oscuridad") y que el año pasado cerraron el caso dictaminando que fue efectivamente un dingo (noticia en intereconomía), tras esto, decía, nos pusimos en marcha para volver a casa, previa parada en Navalucillos donde nos tomamos un café y dimos de merendar a Rafa, el cual estaba bastante ñoño y no lograba dormirse.