sábado, 30 de marzo de 2013

La Milagra - La Sombrerera (02-02-13)

Nos despertamos a las ocho de la mañana. Esta vez no fue Rafa quien me impidió pegar el ojo o planchar la oreja como Dios manda, aunque volvió a dormir entre Gema y yo, sino las cañerías de la calefacción del hostal. A las 00:00 horas en que nos acostamos Rafa empezó a hacer sus ejercicios vocales de contento (también hace ejercicios vocales de mosqueado, pero estos no llegan, ni de lejos, a los decibelios de los otros), lo cual haría las delicias de nuestros vecinos de habitación: posteriormente en el bar pregunté a uno de ellos, pero me contestó con el típico sí acompañado de sonrisa propio de quien no ha entendido lo que le has preguntado y tampoco tiene ningún interés en entenderlo).

Tras dar de desayunar a Rafa, bajamos a desayunar al bar: un café y una tostada. Tras desayunar Gema fue a comprar el pan mientras yo enredaba en el GPS para localizar la calle por la que salir del pueblo para llegar a La Milagra, una ermita sacada de algún western de la baja California:

la milagra

Allí dejamos el coche y tras apañar a Rafa con un segundo desayuno y un cambio de pañales, cosa a tener siempre en cuenta cuando se quiera ir con hora y con niño a cualquier sitio (es decir, si se quiere salir a las 12:00 hay que hacer lo posible por intentar salir a las 11:30, pero no era este el caso pues no habíamos quedado con nadie ni habíamos de volver a ninguna hora) le metimos en la nueva y flagrante mochila Ergobaby, que no parece una mochila para andar por el campo porque carece de hierros, pero a decir de los entendidos es mucho mejor para el nene y para el papa (o la mama)... O sea, para mí cómoda es, no voy a decir que no (no sé si más que la de los hierros), pero eslomado seguro que acabo después de 4 horas con el niño colgado.

Comenzamos a caminar  por la pista que sale detrás de la ermita y discurre por la falda de El Cabezo, un monte que como la mayoría de los de la zona consiste en una serie de estratos de rocas metamórficas, cuarcitas y pizarras, inclinados hacia el suroeste, dando lugar a pendientes relativamente suaves hacia el nordeste, pero con grandes cortados por el lado opuesto. El paisaje estaba compuesto en esta zona por pinares de repoblación a la derecha y por tierras de cultivo a la izquierda.

casa de campo

A los dos kilómetros y poco llegamos al Collado de la Madroña, un sitio bastante bonito desde donde se puede observar el valle de Hontanar (un pueblo más pequeño que Navahermosa y con más encanto). Desde el collado se puede bajar hacia el valle por una pista o directamente hacia el pueblo por un camino. En esta zona se podían observar árboles y arbustos de otro tipo, sobre todo enebros, encinas y robles.

el cielo azul

panoramica

Cogimos la pista que subía hacia la izquierda por la vertiente norte de la loma de Valcavero. Entre el último de los picos de esta loma y la Sombrerera se encuentra el Collado de Merlín, topónimo poco común y menos tradicional, al menos por estas latitudes. Al cabo de otros dos kilómetros, ya en las faldas de la Sombrerera, tomamos la pista que sube hasta la cumbre. Ya veníamos observando que cuando una nube ocultaba el sol soplaba un aire gélido, pero en la cumbre el aire era constante.

escaleras entre el pedrerio

mirador

vistas desde la cima

Afortunadamente allí mismo había dos pequeñas casetas, supongo que de antigua vigilancia antiincendios, cuando resultaba muy caro vigilar desde helicópteros o avionetas, o algún tipo de repetidor de radio, por las antenas que todavía quedan, sujetas por unos cables que amenazan con cortarte el cuello o las orejas a la que te descuides. Nos hicimos las fotos de rigor en la cumbre y nos metimos en una caseta a comer nosotros y a dar de comer a Rafa. Sopesando las posibilidades de continuar por la loma vi a dos personas dirigiéndose hacia donde estábamos, los dos únicos caminantes en toda la jornada. Llegaron, se hicieron las fotos, me comentaron la larga marcha que estaban haciendo y se fueron no sin antes tropezar con el cable que, de no ser por los gorros que llevaban, podía haberles dejado un recuerdo en la frente... Quizá por ello se denomine sombrerera: sombrero para que no se te vea el corte.

refugios      comida en el refugio

rafa y yo en refugio1
Ja, payo, dame argo.
La idea era, después de comer, continuar por la loma de la Sombrerera hacia el Arroyo de los Trevejiles, aunque sin llegar a él, para volver por otra pista. En dicho arroyo parece ser que existe una buena chorrera digna de ver; pero el camino es bastante complicado para llevar a Rafa colgado. Sin embargo, nada de eso hicimos: entre las nubes que amenazaban con juntarse y el aire frío, decidimos volver por donde habíamos venido, eso sí, sin tanto miramiento, rapido para entrar en calor. Nada digno de reseñar en la bajada.

Sin embargo, una vez en La Milagra, decidimos continuar un poco más por la parte baja del camping (que, o bien está abandonado, o sólo lo abren en verano) hasta el Alcornoque centenario, un impresionante ejemplar del que nos dieron noticias los dos caminantes antes comentados y que, todo hay que decirlo, fuimos a ver gracias a Gema, porque yo tenía ya la espalda molida de cargar con el peque. Al lado del alcornoque había unas ruinas de las que le gustan a Gema y de las que hay pocas fotos... Bueno, pocas fotos hay porque tenemos muy mala suerte. Ese día se unieron dos circunstancias: que el sol siempre estaba frente a la cámara y que ésta estaba configurada en una extraña disposición que, a tenor de los entendidos y profesionales, crea una pequeña pixelación de las fotos.

el alcornoque

ruinas

De vuelta a la Milagra cogimos el coche y bajamos hasta el pueblo de Hontanar para tomar un café en su centro cívico, en el cual había una magnífica exposición de fotografía sobre la fauna y flora del entorno. En mi contra he de decir que me negué a dar una vuelta por el pueblecito, por no sacar el carrito de Rafa, ya que en la mochila teníamos que ponerle un mono... Llevar un niño pequeño consiste en acarrear no sólo al niño, sino todos sus complementos: ropitas, cremitas, pañalitos... O sea que el encanto del pueblo lo "atisbamos" desde su calle principal (la carretera). Pero, vamos, que tiene su restaurante y sus dos casas rurales.

Después del café volvimos a Navahermosa para visitar el Castillo de las Dos Hermanas, donde cuenta la leyenda que los espíritus de dos hermanas moras pierden el encantamiento la noche de San Juan y bajan a lavarse al río, para luego volver a su interior. En realidad no es río, es arroyo, precisamente el Arroyo de Merlín, que viene desde el collado de mismo nombre. El castillo está en ruinas, aunque son unas ruinas dignas, que para ello tienen los muros dos metros de espesor, ruinas en las que todavía pueden observarse el arco apuntado de la entrada y las troneras en los muros. Parece ser que en sus inmediaciones tuvo lugar una batalla entre la orden de Alcántara y los templarios.

castillo de dos hermanas



Tras nuestro periplo volvimos a Navahermosa donde un amigo nos tenía preparada una sabrosa merienda en su humilde y austera morada, merienda que fue acompañada con reflexiones filosóficas y teológicas.

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