miércoles, 4 de junio de 2008

Diario de montaña, 01-06-08: La Najarra

Me levanté como tantos otros domingos: con la cabeza abotargada de haberme pasado el día anterior... De haberme pasado un montón de horas delante del ordenador; la sensación es la misma que cuando te has pasado con el alcohol. El tiempo era el mismo que el de todo el mes: nublado. Llevaba cinco semanas sin salir al monte. Ponía como excusa la lluvia, o el trabajo que tenía que hacer (luego aunque me quedara en casa no lo hacía)... Pero tenía que salir o mi salud mental podría verse perjudicada... Sí, más de lo que ya está.

Así que desayuné, preparé la mochila y me tiré al monte. Bueno, antes que nada siempre se toma un café. Llegué a Miraflores con un tiempo que no auguraba una buena jornada. En mallas y con una camiseta abanderado de manga larga (semejante, pues, a un híbrido entre ciclista moderno y obrero de los años 20) me bajé de la furgoneta (estaba chispeando) y entré en la cafetería, la que está bajo el hostal de las cadenas colgantes. La gente me miraba como a un bicho raro, lo cual, al cabo de 25 años (tiempo que hace que despertó mi conciencia) ha dejado de sorprenderme. Al principio, cuando eres adolescente y te vistes para que te miren de esa forma, lograrlo es todo un signo de distinción. Cuando al cabo de los años intentas pasar desapercibido sin lograrlo la más tenue de las sensaciones es el estupor, ya que no entiendes cuál es tu diferencia: ¿soy calvo? ¿mi pantalón no deja asomar la raja del culo? ¿llevo una camisa de cuadros por dentro del pantalón? ¿llevo chupa de cuero? ... ¿o son todas esas diferencias juntas?

Me visto de traje para ir a las entrevistas de trabajo y entonces no hace falta que nadie me mire porque ya me basto yo mismo para sentirme extraño: ¿iré bien vestido? ¿la corbata lleva la altura adecuada para que no caiga dentro del urinario? ¿el corte de mi chaqueta es moderno? ¿se me ha vuelto a descolocar la hombrera derecha y parezco Cuasimodo? Afortunadamente durante este mes y medio que he estado trabajando sólo los primeros días he ido de este guisa, después, viendo el percal, he vuelto a vestir de sport, que dicen los modistos.

De todos modos, era normal que mi mirasen yendo en mallas y con la camiseta. Me tomé el café, pasé al baño y me reencontré con mi viejo amigo, el cartel de cartón. Vedlo:
Ah, esta gente tan imaginativa. Subí a la furgoneta de nuevo y enfilé camino de la Morcuera. La carretera, como cualquier otro domingo, llueva o haga sol, apriete el calor o haga frío, estaba plagada de ciclistas a los cuales iba adelantando con gran precaución. Ya cerca del puerto volví a ver a otro viejo amigo: el coche despeñado desde la carretera que, roñoso y oxidado por el paso del tiempo, debieron dejar ahí para aviso de conductores.

Sólo dos vehículos había aparcados en el puerto; el viento soplaba fuerte y arrastraba una fina llovizna; la temperatura era lo suficientemente baja como para que se me durmieran los dedos de las manos, así que me puse los guantes de invierno. Supongo que algo no funciona bien en mi circulación sanguínea, pero bueno, mientras que no se me empiece a helar la cabeza... Cada vez que me pasa esto me vienen a la cabeza las imágenes de Ollarzábal y Pasapán con sus dedos apuntados; esta vez, sin embargo, el proceso de asociaciones fue más allá, y me trajo a la cabeza a Iñaki Ochoa de Olza, muerto hace quince días en el Annapurna.

Me pertreché con todos los
innecesarios aparejos de que al cabo de los años me han ido dotando mis amiguetes y familiares: gafas de sol ultra-fashion, mapa topográfico, bastones de fibra de carbono y mango de corcho (que absorbe el sudor), GPS... Por cierto, no tengo funda para el mismo, fue todo un triunfo lograr acoplarlo en la cincha de la mochila, así que si alguien se quiere tirar el rollo... En fin, mucha tecnología para luego dar un traspiés y sacarte un hombro, clavarte la cantimplora de Clint Eastwood en las costillas o matarte contra una piedra de treinta centímetro cúbicos acabada, eso sí, en pico. Tras ello me puse la capa de agua que me agencié el verano pasado en Ponferrada, mientras hacía el Camino y eché a andar. Lo malo de las capas de agua es que te mojas igual, ya que empiezas a sudar y... por no hablar de la verdad aquella de "es más difícil que mear con capa", y es que cuando sopla el viento la susodicha no se libra del chorrillo.

Las nubes cubrían la cima de la Najarra, así que opté por seguir el camino que lleva por la ladera hasta la Cuerda Larga. Al cabo de 10 minutos ya me dolía el tendón de Aquiles derecho... Yo y mis achaques. Milagrosamente desapareció el dolor al cabo del rato.

Después de mes y pico sin subir al monte los olores y sonidos del campo te arrancan uns lágrimas de felicidad por un lado y de reproche por otro: "¿por qué habré sido tan gilipollas de no haber venido en todo este tiempo?". Respirar el olor de la tierra húmeda y escuchar cantar a los pájaros con el valle del Lozoya y Peñalara a la vista, el cielo cubierto de nubes y ni un alma por los alrededores, es una sensación que contrasta demasiado con los apelotonamientos en el metro todas las mañanas, con las colas de gente saliendo por las escaleras mecánicas, semejantes a las salchichas saliendo de la máquina embutidora (clásica imagen de Kooyanisqatsi)... Pensamos que hemos avanzado mucho desde el siglo XIX, pero en un centro empresarial los aprietateclas (chupatintas en tiempos pasados) de la sociedad de servicios en que nos hemos convertido entran y salen en masa sin necesidad del ruido de sirenas; nos hemos librado de accidentes laborales causados por martillos, sierras o soldaduras, para ser sustituidos por hernias discales provocadas por malas posturas frente al ordenador, vista cansada por permanecer frente al mismo mucho tiempo o estrés y depresión por no poder coger del cuello a nuestro jefe, o a ese cliente quisquilloso, y sublimar nuestra tensión en una ordalía sangrienta... Acabando en la cárcel, por supuesto, que el crimen hay que pagarlo, como diría Dostoievski... O los mismísimos Banzai, con Salvador tocando la guitarra.

Ehhhhhh, sí, estábamos en la montaña, ¿no? Plácida y solitariamente caminando... ¿"plácida"? No. La digresión anterior no es sino el traslado de una pequeña muestra de los pensamientos que se me van ocurriendo mientras camino. Es difícil lograr un momento de paz espiritual. Únicamente cuando logro reparar en alguna peculiaridad del campo, por lo demás literariamente muy manida, como lo de los olores, colores, formas y sonidos, durante un pequeño lapso de tiempo me embarga un sentimiento de felicidad que a veces logro retener durante unos minutillos. Después los pensamientos rutinarios vuelven a la carga: el trabajo, el amor, la falta de alguno... Así hasta que el cuerpo despierta. Despierta y dice: "otra vez me estás machacando, ¿no? Muy bien, pues adelante"; eso suele suceder en las subidas con mucha pendiente. O también puede ocurrir que camines por un lugar difícil, rocas, matorrales, entonces te sube la adrenalina, tus sentidos se agudizan y dejas de pensar en gilipolleces del mundo civilizado para regresar evolutivamente a la vida de las cavernas, a ser uno con la naturaleza, en lucha con la naturaleza, ya que la "armonía" con la misma es también un invento civilizado.

Llegué a la Cuerda Larga y al asomarme a la Hoya de San Blas una cabra salvaje me saludó con el típico chillido que avisa a sus compañeras del peligro. Las crías se encontraban unos metros más abajo. Me entretuve un rato mirando hacia Madrid, envuelta en la bruma, mirando las formaciones rocosas de la Pedriza, mirando las nubes que seguían envolviendo el pico. La cabra se confió y volvió a su punto de partida, una roca de la que arrancaba los líquenes. De cuando en cuando sus ojos amarillos se enfrentaban a mis anaranjadas gafas, a mis ojos de mosca, y un escalofrío me recorría la espalda. Es natural que los antiguos asociaran al Diablo con las cabras.

Me marché de allí soltando una carcajada al acordarme de Gigatrón: "yo soy el Macho Cabríiiiiio, soy mucho más macho y más cabrón que tú..."

Decidí bajar hacia la Hoya, recorriendo el camino inverso en el que hace tres meses me fisuré la costilla. Paré a comerme un trozo del ladrillo de chocolate que mi hermano suele traer de Asturias (es que mira que son bestias las gentes del Norte) y a echar una foto con mi nuevo "Nokia 6124 Classic, exclusivo para clientes Vodafone". Este fue el resultado:

Dos setitas encima de una de las de Abelardo. Bucólico, ¿no? La siguiente fue tomada casi al final de la jornada, pero la pongo aquí por semejanza temática: son las casitas de los gnomos basureros.
¡Ah, la escatología!

Continué andando y al poco rato llegué a este maravilloso manantial del que brota el agua con un chorro del calibre de un brazo (aunque en la foto no se aprecia):
El sendero descendía por la ladera haciendo zig-zag, hasta que en una de las curvas el ansia de aventura pudo conmigo y abandoné el camino. En realidad lo que hice fue coger un pequeño sendero que salía desde allí y que como cualquier otro pequeño sendero, en estos tiempos que corren posteriores al abandono rural, termina muriendo, o más bien ocultándose entre la maleza, cien metros más allá.

El abandono rural, sí. Es lo que ha convertido nuestras montañas en sitios solitarios donde ya no puedes charlar con ningún paisano, donde los senderos mueren por abandono, porque ya nadie pasa por ellos, salvo algún osado excursionista. La vida rural, tan bucólica vista desde nuestra perspectiva; tan dura y sacrificada en la realidad. Hace unas semanas veía un documental sobre Marinaleda, un pueblo sevillano, el más avanzado en política social de izquierdas (autoconstrucción de viviendas, ocupación de tierras, explotación comunal de las mismas, cooperativismo...), en el cual una de sus habitantes, cooperativista en la fábrica de envasados agrícolas, reflexionaba de la siguiente manera: "siendo nosotros la base de la vida, los productores de alimentos para los seres humanos, ¿por qué estamos tan abandonados? ¿por qué no se nos trata mejor?" Y es que trabajas un año cuidando el campo para que luego llegue un pedrisco y te estropee la cosecha, como acaba de ocurrir con las cerezas del Jerte (así que este año, a precio de oro). Así pues, ¿tenemos algo que reprochar a aquellos que abandonan el campo? Quizá sí, leeros "La lluvia amarilla", de Julio Llamazares.

Abandoné el camino, se terminó el sendero, caminé entre las hierbas, cuyas puntas penetraban el tejido de las mallas, hierbas que ocultaban rocas y hoyos con los que tropezaba. Llegué a un canchal, un río de piedras, una autopista comparado con la zona herbácea, y volvieron las hierbas. Entre medias me encontré con este inmenso acebo:
Es una lástima que no fuera nadie conmigo, al menos para que tuvierais una referencia de su tamaño. Por cierto, ¿veis las flores de las retamas? ¿las flores amarillas? Antes os he hablado de los colores del monte, pues imaginaos todas las laderas cubiertas de un manto amarillo. Además, resulta curioso (aunque científicamente explicable) que hayan florecido hasta una determinada altura, viendo cómo se recorta el manto con una línea horizontal. Curiosos, los piornos, ¿no? Mi hermano que es biólogo y sabe de estas cosas, dice que bajo ellos existe un microclima de cuatro grados por encima de la temperatura ambiente, así que ya sabéis si os quedáis un día tirados en el monte: bajo los piornos, cual ratillas.

Subí una loma y la vi. Vi una cascada y me dirigí hacia ella. A ratos parecía que seguía un sendero y, efectivamente, viendo el trazado del GPS sobre el mapa (ya en casa), iba siguiendo, aunque a ciegas, el sendero. No es fácil, pues, llegar hasta aquí:
La cascada tendrá unos tres metros de alto y acaba en una pequeña poza, ideal para el verano; el problema es que para entonces no sé el agua que podrá llevar. Para cruzar al otro lado del arroyo hay que hacer un poco el mono: agarrarse a una rama, estirar mucho las piernas, agarrarse a otra y tirar con fuerza, sin mirar abajo, donde te espera otra poza quizá no muy profunda. Y al otro lado se encuentra el comedor del lugar, entre las sombras de los pinos. Allí desplegué el mantel y las viandas del picnic (empanada, queso, nísperos...) y comí plácidamente escuchando el ruido ensordecedor del agua, una delicia comparado con el del tráfico madrileño. No hubo siesta, el tiempo no estaba muy apacible y ya serían las cuatro de la tarde.

Eché a andar otra vez, ahora sí, a este lado del arroyo, por un camino en toda regla, un bonito y horizontal camino por el que pasear tranquilamente, desde el que observar vistas como ésta de la Pedriza:

Y vistas no tan bonitas, pero no menos impresionantes: las cuatro torres de Pza. Castilla, símbolo falocrático del poder económico, bancos y constructoras. Atrás quedó la industria, más atrás la Iglesia, instituciones que un día tuvieron el poder en sus manos y levantaron monumentales edificios para dejar bien claro quién manda, para impresionar, para hacer ver que estaban más cerca de Dios... Siguen mandando, por supuesto, pero en la sombra. Y ya no sabemos qué es lo peor.

Miré entonces hacia lo alto, llevado por estos excelsos pensamientos, y vi despejado el pico de La Najarra. Decidí atacarlo. Y tras unas breves dudas consultando mapa y GPS, los cuales parecían contradecirse o, peor aún, contradecir mi sentido de la orientación, los guardé maldiciendo y "con rabia entre los dientes" y a golpe de bastón me puse a subir en línea recta, nada de sendero zigzagueante que, por lo demás, se perdía cada dos por tres. Y llegué al pico. Y besé el hito del Instituto Geográfico Nacional. Y burlé a las nubes. Y bajé casi corriendo de lo contento que estaba. Había recorrido 15 km.

Una vez en el coche llamé a mi amiga Azucena, que vive en Manzanares y me invitó a una sopa de Tetrabrik, a unas almendras, a reinstalarle el antivirus y a que leyera una crítica que había hecho a la película "Conversaciones con mi jardinero", en la que trabaja Daniel Auteil (el de "La chica del puente"). Aquí está el enlace al texto y más abajo la ruta que hice por GPS:
http://www.letraviva.es/diario/wp-trackback.php?p=48

Salud.


3 comentarios:

  1. No he leído todo el tocho pero las fotos ilustran un mucho, me alegro de que las incorpores a tus cuentos de montaña y demás.
    Por cierto ¿y del highway to Santiago qué?.

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  2. Interesantes referencias para paseantes ...

    Tomo nota ;-)

    Abraixos,

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  3. Qué bien!, parece que las musas han regresado junto a tí. Las fotos molan, pero espero que no las utilices para ahorrarte descripciones y las reflexiones que conllevan.

    Yo también te animo a que continúes con las aventuras santiagueras de nuestro filósofo favorito.

    Besos,

    Una fiel seguidora de los diarios de montaña.

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