Chamonix, viernes, 24 de junio.
Nos despertamos sobre las seis de la mañana. El tiempo desde la ventana aparentemente era el mismo que el de los otros días... Lo poco que podía verse tras un cristal empañado por la respiración de cuatro montañeros y varias prendas de ropa secándose al calor de dicha respiración. Afortunadamente las botas, en estos sitios de la Europa civilizada, tienen su propia habitación (lo cual siempre te deja detrás de la oreja la mosca de la posible equivocación de alguien que se lleve tus botas... Dejándote las suyas o no).
Bajamos al desayuno, quemamos un cruasán, y nos comimos el resto... Había por cierto unos cereales muy buenos que tengo que buscar por estos lares; se trataban de copos de avena en grumos y con trocitos de chocolate negro. Muy ricos. Cuando salimos a la calle vimos que todo el mundo se estaba pertrechando para subir a los montes. El sol se dejaba ver entre algunas nubecillas. Los meteorólogos habían dado un tiempo mejor que el del día anterior aunque peor que el del día siguiente.
La decisión estaba clara: teníamos reserva en el refugio de los Cósmicos para ese mismo día y al día siguiente haría mejor tiempo, situación ideal para atacar el Mont Blanc. La idea era subir en el funicular hasta la Aguille de Midi, bajar al refugio de los Cósmicos, cenar a las seis de la tarde, acostarnos y levantarnos a las 00:30 (de la noche) para desayunar y emprender la ascensión. De modo que comenzamos los preparativos y, entre unas cosas y otras, nos pusimos en el funicular a eso de las10 de la mañana.
Lo del funicular resulta un poco surrealista. No sé cuantas personas cabrán dentro, pero de seguro que meten a más de las recomendadas por la OMS y eso sin tener en cuenta que algunas de esas personas llevan mochilones cual sarcófagos (2 mochilas = 1 persona). Eso sí, el negocio les sale super-rentable: ida y vuelta hasta arriba, 42,50 euros. En previsión de lo que pudiera pasar cogimos ida y vuelta, aunque la idea era bajar por el otro lado del Mont Blanc... O eso creía yo. En realidad yo asentía a todo lo que proponía mi compañero Javi-Khumbu, que era el guía de la expedición y el que tenía la experiencia.
Lo normal es que en esas circunstancias de sardinas enlatadas la gente comience a intimar con el de al lado, máxime cuando se trata de algo lúdico, ya que habrá quien me critique aduciendo que el metro por las mañanas va en esas condiciones y lo único que querrías es fumigar a los de al lado: al uno por guarro, no se ha duchado y le huelen los sobacos (al respecto recuerdo que mi última ducha había sido el lunes o, a lo mucho el martes), a la otra por petarda, ya va hablando por el móvil a esas horas de la mañana; al otro por meterte la punta del periódico en el ojo y al de más allá porque no hace más que empujar... Falta el del reggaetón en el móvil, pero puede ser convalidado por la petarda, ya que puestos a hace ruido a esas horas de la mañana vale cualquier cosa. Sin embargo, allí la gente iba muy seriecita. ¿Razón? Se nos colaron dos minorías raciales (minorías en Europa, claro), una de indios de la India (no del Oeste americano) y otra del más lejano oriente, Japón. Según Javi-Khumbu se trataba de alguien importante del Japón, pues era un séquito con cámaras de televisión incluida, pero lo cierto es que yo no vi a ningún samurai guardando las espaldas de nadie y vigilando al resto del personal como es menester en tales casos; además nos enlataron a todos juntos. Y tratándose de oriundos de zonas superpobladas es normal que se tomasen el enlatado de forma natural. Al menos te recomendaban que llevases bien protegidos los piolets y los crampones, no fueses a dejar tuerto a nadie.
Comenzamos a subir colgados de un cablecito en una lata que se movía más que la Mariana (como dice mi madre), sobre todo al pasar por las torres de sujeción del cable (pero esto es algo que sabe todo el que haya montado en el teleférico de la Casa de Campo o en cualquier otro... Lo sabe pero se olvida). Las malas lenguas que te cuentan las virtudes del susodicho funicular...
ERROR o FE DE ERRATAS: estamos hablando de funicular, pero en rigor se trata de un teleférico. Los funiculares utilizan cuerda pero van sobre raíles, pegados a la tierrecita (ver la sacrosanta Wikipedia).
Pues eso. Las malas lenguas que te cuentan las virtudes del susodicho teleférico hablan de que la gente se pone a vomitar debido a la gran diferencia de altura salvada en tan poco tiempo. Pero lo cierto es que nadie vomitó en el nuestro, solo una señora mayor, japonesa, una vez arriba iba al servicio con mala cara... ¿Es que nunca había subido al monte Fuji? ¿O le había sentado mal el sushi? En fin, repito, por si alguien no se acuerda que el teleférico nos sube 2.800 metros en muy poco tiempo.
Y ya estábamos arriba. Lo primero que me impresionó fue ver a los alpinistas bajar muy despacito, como Chiquito, pero a cámara lenta, por la famosa arista de salida; desde mi posición no podía apreciar el ancho de la arista, aunque se adivinaba muy estrecho. Llamé a Gema para decirla que la quería (según ella era la primera vez que se lo decía, razón inequívoca de que ya me estaba afectando el mal de altura). Después me dediqué a mirar en lontananza el mar de cumbres de los Alpes.
Segunda parte del pertrechado: colocarse guetres, arnés, casco, crampones, guantes, piolet, bastón y atarse con la cuerda... Bueno, lo de la cuerda va antes que los guantes y el piolet. Lo cierto es que yo soy muy lento preparándome cuando tengo todo en la mochila. Recuerdo que cuando hice el Camino de Santiago me levantaba de los primeros y salía de los últimos, pero es que allí había que darse vaselina en los pies. En fin, según Javier la culpa de que tarde tanto se debe a mi manía de meter todo en bolsas de plástico. Reconozco que a veces resulta poco práctico llevarlo todo así, sobre todo cuando las bolsas son iguales; lo suyo sería llevar las cosas en bolsas de distintos colores y acordarse en qué color está cada cosa. Pero al menos las cosas de comer, los líquidos y los aparatos electrónicos han de ir metidos en bolsas... Y la ropa, o sea todo. Si algo aprendí en la mili fue a meter todo en bolsas de plástico, porque, amigos, las mochilas no son impermeables; de hecho Javi-Khumbu tuvo que esperar una noche a que se secaran los circuitos de su móvil para que funcionase (cosa milagrosa, por otro lado).
En esto que pasa un vasco con el cual habíamos estado hablando en Chamonix y que subió con nosotros en el teleférico, un tío supuestamente experimentado o eso me parecía a mi... A mí es que cuando veo a alguien con la ropa de alpinismo roja me parece que debe controlar un montón, debe ser culpa del Calleja, que siempre va de rojo. El caso es que le preguntamos por sus compañeros y nos dice que ya se habían ido, que él no había tenido los huevos de pasar por la arista.
Ayayay... Me dieron ganas de llamar de nuevo a Gema... Pero el móvil ya estaba dentro de una bolsa de plástico (por cierto, debe haber cobertura hasta en el Mont Blanc; estos franceses están muy adelantados). Según Javi-Khumbu la anchura de la arista debía ser de casi un metro. No contábamos con que los días anteriores había estado nevando y la arista, al crecer en altura, se había estrechado. Cuando salí a la terraza y vi la anchura... Simplemente pensé "allá vamos", no cabía vuelta atrás; bueno, sí cabía, como el vasco; pero ¿qué iba a pensar de mí Javier, mi compañero? ¿Qué iban a pensar de mí los curiosos que había en la terraza? ¿Qué iban a pensar de mí mis compañeros de curso de Técnicos de Montaña? ¿Qué iba a pensar de mí el resto de la humanidad? Y, sobre todo, ¿qué iba a pensar de mí yo mismo? La verdad es que no pensé en nada de esto, como he dicho simplemente era una cosa que había que hacer. Hay cosas en la vida que una vez lanzado has de hacerlas, no te puedes echar atrás, o puedes, pero no es de recibo. El tramo más estrecho de la arista, unos 10 o 15 metros de longitud, tendría como mucho medio metro de anchura, aunque el caminito para poner los pies no pasaba de 30 cm. A los lados el abismo, sobre todo hacia la izquierda: la inclinación y la altura, de caer por esa parte, son incompatibles con la vida, como dicen los pedantes de los servicios de emergencia. De caer por la derecha, la ostia también resulta considerable (habida cuenta de que, además, podría uno colarse por una rimaya que allí había).
La técnica era sencilla: caminar lentamente cuidando no enganchar el crampón de un pie con el guetre del otro, mirando fijamente a los pies y apoyando suavemente el bastón y el piolet, amén de ir enganchado por la cuerda con tu compañero en lo que se denomina "cordada". De caer un alpinista por un lado de la arista, su compañero de cordada habría de tirarse hacia el otro lado. Cojonudo, ¿verdad? Esto está bien si el primero que se cae es el de delante (en este caso yo), pues el de atrás le ve caer; pero si el que se cae es de atrás... ¿Le grita algo así como "¡me caigo por la derechaaaaaaaa!"? ¿Y si el otro, entre braga, casco y caraja entiende "tírate a la derechaaaa"? En realidad, ¿le daría tiempo de decir algo a parte de "ostiaaaa", o "diossss" o "aaahhhh"? Cuanto más corta sea la cordada (nosotros íbamos separados por tres metros, más o menos), menos tiempo de reacción; cuanto más larga, más tiempo de reacción, pero más tensión en la cuerda de existir una caída. La solución no es fácil.
Supongo que si se hace así es por algo, porque se habrá visto más adaptativo que ir cada uno por su cuenta, pero a mí me da la impresión que es multiplicar por dos (o por tres, si la cordada es de tres personas) las posibilidades de accidente múltiple, no individual. O quizá sea más una cuestión de solidaridad: "O todos a la vez, o todos o ninguno", que decía Extremoduro.
Pasamos ese tramo sin incidentes, nos cruzamos con una cordada que subía, pero ya en un tramo más ancho; nos hicimos una foto y continuamos bajando hasta el Valle Blanco. Después subimos al refugio de los Cósmicos. Llegaríamos allí sobre las doce y media o una de la tarde. Nos dieron la litera, nos aposentamos y bajamos a comer. Después de un rato de descanso, como quedaba tiempo hasta las seis (hora de cenar), decidimos darnos un paseíto por el Valle, para bajar la comida. Volvimos al refugio, cenamos y nos acostamos a eso de las siete y media u ocho. Pero una cosa es acostarse y otra dormir.
A las doce y media comenzó la danza. Era el momento de la verdad, pero lo dejaremos para la próxima entrega; de momento unas foticos:
Muy buena la crónica... espero impaciente las siguientes entregas...
ResponderEliminarPor cierto, Mr. Zanjas, ya te he enlazado...:)
Un abrazo.
Vaya tela!!! Buen relato de una aventura de naturaleza aventurera. La decimo cuarta vez que subas a algo parecido, ésta te parecerá de novatos. Pakito Escarabajoso ten cuidado por esas alturas que los valientes tienen aún menos pelo que tú. Bss. David GIT.
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