sábado, 9 de julio de 2011

Viaje a los Alpes (V): arista de los Cósmicos

Refugio de los Cósmicos, domingo, 26 de junio.

Hoy, por fin, nos levantamos sin prisas, aunque tampoco muy tarde, pues nos acostamos sobre las 20:00 horas de ayer y hay que desayunar a las 7:00.

El descanso ha sido reparador y nos encontramos con fuerzas, el tiempo luce espléndido (lástima; podía haber lucido así ayer) de modo que nos planteamos subir al teleférico por la arista de los Cósmicos en lugar de hacerlo por la del Midí. Lo cierto es que no me apetecía demasiado volver a atravesar esta última, sin embargo, no sabía lo que me esperaba por el otro lado. Ah, la ignorancia.

Tranquilamente desayunamos, salimos a la terraza a hacernos unas fotos, recogemos las cosas, nos preparamos, etc. A las nueve de la mañana, más o menos, estamos listos para empezar la aventura: crampones, piolets, cuerda, casco y mochila. Bajamos hasta el colladito que separa el refugio de la arista y empezamos a ascender.

Bien, en realidad el concepto de arista, en alpinismo, es bastante amplio, pues nada tiene que ver la arista del Midí con la de los Cósmicos: mientras que aquélla es más parecida a una arista geométrica, prácticamente sin resaltes y con caídas a los dos lados, ésta es una especie de cordal con grandes resaltes que hay que salvar por los lados, grandes desniveles que hay que superar por pequeños corredores de piedra y hielo, algún descenso en rappel, etc. Toda una aventura. La arista de los Cósmicos es la que podéis ver desde Chamonix a la derecha de la Aguille de Midí (la del teleférico); desde abajo impresiona, pero metido en faena impresiona más.

La arista comienza con una sencillita subida entre piedras, nieve dura y algo de hielo. Simplemente hay que tener cuidado de no dar un mal paso en ciertos sitios para no tener un disgusto, pero por lo demás todo bastante fácil; en algunos sitios había que utilizar los dos piolets en tracción y, a veces utilizarlos para agarrarte a las rocas metiéndolos en grietas... Sencillo hasta el rappel. Eso sí, hay que ir encordado (atados con cuerda, uno al otro, vamos). Las vistas, por cierto, espectaculares: a nuestra izquierda, allá abajo, 2'5 km. en vertical, el valle de Chamonix; a nuestra izquierda el Valle Blanco, una enorme extensión de nieve prácticamente virgen.

Como ya os dije solo había rapelado antes dos veces en mi vida, hace un año, en la Pedriza, con Miguel Ángel, un compañero de facultad (y la experiencia fue desastrosa) y dos días antes en la pared de Les Gaillands. El truco consiste en fiarse de que el arnés y la cuerda van a aguantar, de lo contrario vas en tensión, con el brazo izquierdo agarrado a la cuerda y no bajas; al principio me costó un poco, pero luego bajé con fluidez. Tras dicho rappel había otro (en las fotos se ve bien: hay que meterse por la grieta a la izquierda de las huellas) con la reunión un poco expuesta, al menos para mí, que soy menos largo que Javier.

Desde el principio de la arista, una vez superada la primera pendiente, vimos a tres alpinistas que seguían nuestros pasos. Nos alcanzaron en el primer rappel, y allí formamos un tapón con más gente que venía detrás. Bajamos el segundo rappel y no me acuerdo bien cuándo nos adelantaron, ya que en la foto de la trapada aparecen antes que nosotros. Lo cierto es que las maniobras y algún que otro paso técnico tenía que hacerlos lentamente, de modo que los más experimentados nos adelantaban.

Y llegamos al paso de escalada. Como podéis ver en las fotos se trataba de subir metiendo los dedos en una grieta y apoyando las puntas de los crampones en unas hendiduras hechas por los miles de crampones que pasaron antes que nosotros. ¿Fácil? Depende para quien. Para mí no, que no soy muy escalador. Para Javier un poco más. En la grieta había dos seguros, pero Javier decidió meter un "friend" por si acaso. Para los que no lo sepáis un friend es un amigo... Je, je, un amigo que te sujeta en las paredes: lo metes en una fisura y debido a su configuración, cuanto más estiras, más se encaja. Asegurándose de tres puntos subió hasta la pequeña cornisa donde estaba la reunión (puntos de anclaje para asegurarse). Entre todo esto empezó a llegar gente por detrás. Cuando me tocó subir a mí... Primero tenía que quitar el friend, que en teoría resulta una cosa muy fácil, pero en la práctica (mi primera práctica con un friend) resultaba imposible.

"Paco, joder, que son cien euros", me decía Javi. "Ya, tío, pero es que no sale", contestaba yo. Y la gente de atrás empezando a impacientarse en arameo; "spanish, spanish...", decían. Total que le pidió a uno de los de atrás que si lo podían sacar; dijo que sí y me dispuse a subir... Pero no era mi día; no sé si era por el arnés o qué, que no llegaba a meter las puntas de los crampones en las marcas, así que Javier, impacientándose también, tiró de mí y logré subir hasta la cornisa. El esfuerzo fue considerable y perdí bastante fondo. Para acabar por desmoralizarme, tres de los que venían detrás, sin encordarse y cual salamanquesas por la pared de tu casa, agarraditos a la fisura, nos pasaron por la derecha mientras nosotros intentábamos desfacer los entuertos de la cuerda (por cierto, que nos devolvieron el friend).

Cuando estuvimos dispuestos Javier recorrió la cornisa hacia la derecha, mientras yo le aseguraba. Pero entre tanto los de abajo, que había más, seguían impacientes. Hasta que uno de ellos decidió subir. Llegó hasta la cornisa jurando, no sé si por la derecha o la izquierda, tuve que sujetarme con una mano, soltando la cuerda que aseguraba a mi compañero. El menda, todo nervioso, quería asegurarse en la reunión y perdió un mosquetón en las níveas profundidades. Al final lo consiguió, pero cuando quise darme cuenta yo estaba asegurado de uno solo de los puntos: el muy hijo de puta me soltó un mosquetón y me lo enganchó en la misma chapa a la que estaba enganchado mi otro mosquetón. En ese momento quise ser Ramón Mercader, pero para usar el piolet debía dejar de asegurar a Javier; además, pensándolo bien, ese cabrón no merecía morir como Trotsky.

Después de esto y cuando Javier me aseguró a mí, atravesé la cornisa y continuamos progresando hacia arriba. El hijo puta, que según Javier era austríaco, y sus secuaces nos adelantaron por debajo mientras nos hacíamos unas fotos.

El siguiente paso también se las traía, pues había que ir por un estrecho pasillito de nieve dura, pegado a la pared de la derecha, mientras que a la izquierda el abismo esperaba para engullirnos: despacito y metiendo el piolet en los agujeros del hielo ya hechos por los que antes pasaron. Superado el paso ya se veían las terrazas del teleférico con la gente sacando fotos; sólo quedaban dos pequeñas subidas por corredores de piedra y hielo: clava piolet ahí, mete crampón acá, el otro crampón, el otro piolet; aquí no vale piolet, hay que usar la mano (el piolet se te cae y queda colgando de la dragonera, pero te golpea en la rodilla, ayyy!!)... Paco no te escurras... Clava piolet, agárrate a esa roca, tira fuerte...

...Y el brazo izquierdo se queda bloqueado...

Joooder!!! A punto de terminar, en una grieta con hielo, 70% de pendiente, cientos de metros de caída por debajo, y el puto hombro se me sale. Sin más, sin caerme, sin hacer el Tarzán ni nada parecido, simplemente agarrándome a una roca, con las puntas de los crampones metidas en el hielo y el piolet derecho clavado... Nada más inoportuno...

"¡Venga, Pacooooo...!", gritaba Javier, que desde donde me aseguraba no podía verme.

"¡Espera y sujeta fuerte, que se me ha salido el hombro!", contestaba yo.

"¡No me jodas, tío, otra vez el helicóptero no!"

En fin... Apoyado en tres puntos y sujeto por la cuerda (Javier estaba por delante, o sea, arriba), empecé a intentar mover el hombro: adelante, atrás, rotación... ¡Entró! Bufff!!! Dentro de lo malo, no era lo peor. Ahora a ver cómo me las ingeniaba; ya no podía lanzar el brazo por encime del hombro. De modo que lo que hice fue subir con el brazo izquierdo apoyándome en piedras o clavando el piolet a la altura de las costillas, al estilo Torete.

Sin embargo, no sé cómo, unos cuántos metros más arriba, se me volvió a salir. Esta vez tardó más en entrar, pero lo conseguí y pude llegar hasta el final, hasta donde esperaba Javier. Sólo quedaba pasar una pequeña arista no muy difícil y subir a la terraza donde los turistas hacían fotos... ¿A qué hacían fotos? A los dos pringaos que se estaban jugando la vida al borde del abismo... La gente y el morbo... ¿Se merecían una higa o un saludo cordial? Opté por la pose del vencedor: pierna izquierda en una piedra y con el brazo sano el dedo gordo hacia arriba. Los espectadores irrumpieron en aplausos, los flashes no destellaron porque era de día y había mucha luz, pero se oyeron los clics de las fotografías. Las lágrimas se me saltaron; no sé si de emoción o del dolor del hombro una vez superado el peligro.

¡Qué digo! Todavía quedaba subir la escalera de hierro y saltar la barandilla... Con un solo brazo y con crampones... Vale, sí, los crampones podía habérmelos quitado antes de subir. Pero es lo que más impresiona a los niños, junto con los piolets y la cuerda, de modo que había que entrar con todo el equipo a cuestas. Una vez arriba, ya a salvo, nos desembarazamos de los pinchos, cascos, cuerdas, etc, etc. Y me puse el brazo en cabestrillo.

Es la quinta vez que se me sale y, al parecer, la operación va a ser la única solución. Antes siempre se me había salido por caídas, pero esta vez no. Así que, o me opero, o me planteo seriamente mis actividades deportivas. Esta vez, dentro de lo malo, he tenido suerte, pero la suerte no acompaña siempre.

Ya en Chamonix comimos y después nos dirigimos al hotel que habíamos reservado el viernes. Lo habíamos reservado para sábado y domingo, pero el sábado nos habíamos quedado en los Cósmicos, de modo que los cincuenta euros de señal los dábamos por perdidos. Nos abrió la puerta el mismo hombre que nos atendió el viernes, un Alain Delon venido a menos y con cara de desconfiado; quizá pensaría que íbamos a pedirle los cincuenta pavos. Pero Javier con voz suave y yo con cara de pena y de dolor le explicamos lo sucedido: el mal tiempo, el accidente, etc. Y le pedimos que si tenía la habitación para ese mismo domingo. El hombre, un poco confuso, nos dijo que sí, aunque por si acaso nos pidió la pasta... ¡20 euros! No dábamos crédito, el tío nos perdonó el día anterior. Así que más contentos que unas castañuelas nos dimos una ducha en, todo hay que decirlo, un cuarto de baño un poco cutre para 70 euros y salimos a comprar unas cosillas, tomar unas cervezas y cenar unas ensaladas. Yo con mi brazo pocho; no olvidarse.

El día siguiente fue un coñazo, pues teníamos que entregar el coche antes de la una en el aeropuerto de Ginebra y el avión no salía hasta las seis. Decidimos entregarlo pronto, facturar y darnos una vuelta por Ginebra. Excelente plan; salvo que no contábamos con un imprevisto: no podíamos facturar hasta las 15:00 horas. ¿Qué hacer con dos mochilas, una de ellas casi como yo mismo, y con un brazo inútil? Nada, sentarse en una silla a ver pasar las horas y las gentes... ¡Ocho horas! Lo más jodido era que si hubiéramos llegado media hora antes los de Cutre-Jet nos podían haber metido en el avión de las once.

Por lo demás, y aparte de que salimos media hora con retraso, que el avión de vuelta parecía una guardería volante, que la niña detrás de mí no dejó de toser desde que se sentó, ni de golpearme la espalda al nivel de las costillas, aunque con la cadencia necesaria para que un servidor no pudiera apelar a sus progenitores, el vuelo transcurrió sin incidencias. Es más, según Javier hasta me dormí, y puede que llevara razón, pues confundí Entrepeñas y Buendía con lagos de la campiña francesa. Como íbamos con retraso, no teníamos pista para aterrizar y nos dedicamos a dar vueltas sobre la central nuclear de Trillo a ver si pillábamos algún isótopo radiactivo, tras lo cual aterrizamos; el avión nos dejó en medio del campo, lejos de las terminales y en unos buses nos llevaron hasta ellas, mientras observábamos cómo las maletas caían de los remolques y se perdían en medio de las pistas... ¿Serían las nuestras con sus mil y pico euros de material de alpinismo dentro?

Por suerte no. En fin, esta es la historia de una experiencia que me ha dado bastante que pensar acerca de los riesgos que asumimos en la vida. Son unas reflexiones que todavía no han adquirido forma, pero que intentaré plasmar en los días venideros. De momento os dejo unas fotillos:

1 comentario:

  1. Mr. Zanjas, he disfrutado con sus peripecias. Más que nada por lo bien contado y el humor que le echa al asunto (no crea que es que disfrute de las miserias ajenas). Un saludo desde el País Vasco.

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