¿Qué pintan los Caskarrabias en esta historia? Nada, pero son colegas y tengo que hacerles publicidad. Tocan el sábado, 29.
Disculpad por el retraso en esta entrega, pero es que los de Timofónica me han dejado sin ADSL, es decir, sin vida, sin ventana al mundo, me han convertido en una auténtica mónada leibniziana. Decidimos darnos de baja en Imagenio, pero no de interné; se lo advertimos, pero que si quieres. Te cortan el grifo para joderte, así que llevo desde el miércoles pasado en un estado de nervios solo superado brevemente durante el domingo, que me fui al monte. Sí, parece que me voy recuperando de los achaques del Camino. Estuve por Peñalara y la Laguna de los Pájaros, yo solo (al parecer la gente tenía mucho interés en pasar la Noche Blanca haciendo colas en las actividades culturales del hay-untamiento). Lo curioso del asunto es que casi me dejo las uñas de los pies dentro de las botas, y no porque las llevase largas, pues estaban cortadas para el evento, sino porque, una de dos, o las botas han encogido durante el mes y medio en que no me las he puesto, o los pies me han crecido durante el Camino de tanto usarlos. El caso es que en las bajadas los dedos chocaban contra la puntera. Esas botas las he llevado todo el año anterior; no hay explicación, solo soluciones, comprarme otras... ¡Mama...!
3 de agosto: Saint Jean – Roncesvalles
Me levanté, pues, tras haber pasado una mala noche, básicamente dando vueltas dentro de mi saco, con lo complicado que eso resulta al no poder extender los brazos y/o quedar atrapado al girar sobre uno mismo, lo que implica reacoplarte en el sudario a base de saltitos tomando impulso con la espalda y levantando el culo en el mismo salto a modo de gusano u oruga campestre, actividad psicomotriz muy buena para activar la coordinación de diversas partes del cuerpo, salvo por la hora y lugar en que se produce, especialmente el lugar, la parte de arriba de una litera en cuya parte de abajo habita otra persona sensible a los gusaniles movimientos.
Los siete euros que costaba el albergue incluían el desayuno (no la paella carrefuliana que cené, que me salió gratis), cortesía francesa que no se volvería a repetir en ningún sitio del Camino, salvo en dos albergues parroquiales, en los cuales el precio era la voluntad. Al respecto he de decir, que uno, por muy ateo que sea, no es gilipollas y no deja de reconocer los valores de (y asociados a) ciertas manifestaciones religiosas. La tradición hospitalaria del Camino donde mejor se mantiene es, precisamente, en estos sitios: nos tratan mejor, con más cariño, y además los albergues suelen ser edificios antiguos, se respira un ambiente más auténtico. Difícilmente parte de la voluntad que dejemos va a ir a parar a la Iglesia, pues los hospitaleros, gente voluntaria, también come, y come de lo que dejan los peregrinos, que por otro lado tampoco es mucho; el albergue necesita mantenimiento, etc. Es más, si uno realiza una ruta de peregrinación conviene intentar imbuirse de ese espíritu místico que tanto critica alguno de mis lectores; si no recuerdo mal en este mes he asistido a 4 misas enteras y una homilía, aparte, por supuesto, de entrar en casi todas las catedrales, iglesias y ermitas que encontraba a mi paso; también me quedé con las ganas de asistir a una misa con coro en un pueblo perdido de la Rioja (creo) y a la de la catedral de Burgos, que se hacía en la capilla Barroca. Lo que más me interesa de una misa es la homilía y las lecturas de los evangelios y otros textos, es decir, aquello que cambia un poco de una misa a otra; el resto es igual, y habiendo estudiado 8 años en los Salesianos me sé de carrerilla todos los rezos, contestaciones al cura, etc. Yo, como ateo, ni contesto ni me persigno -sí, se dice “persignar”, no “presignar”, pues se trata de hacerse el signo (de la cruz) alrededor (per) del cuerpo, no “antes de” (pre); antes ¿de qué?-, o sea no contesto en voz alta, pero como me sé toda la cantinela, ésta se canta sola por dentro. Bueno, un día me tuve que persignar: fue el día que me dieron la bendición del peregrino a mí solo, a orillas del Pisuerga, en la ermita de San Nicolás de Beri, no le iba a hacer el feo al hombre, que se había ataviado con capa de la fraternidad de “algo del Camino”; además fue un momento muy emotivo. Claro, todo esto se lo conté, por hablar de algo y llegando a Santiago, a uno de los pocos peregrinos españoles que hacía el Camino por motivos devotos, lo cual era, para él, una llamada interior que me hacía Cristo, Dios o el Espíritu Santo. El personaje en cuestión también era para echarle de comer aparte, bueno, de comer y de dormir, porque al parecer (yo no tuve la desgracia de padecerlo) sufría de apnea del sueño y lo suyo no era roncar, era rugir, era tronar, era insufrible. Era un católico practicante, pero lo interesante era que practicaba las buenas obras (visitar a los enfermos, mayores, ayudar al prójimo, es decir, era buena persona, para lo cual uno no necesita ser creyente, por supuesto, pero si ser creyente ayuda a alguien a ser buena persona, pues vale... Solo habría que derrocar al Vaticano en pleno y poner al frente a Jon Sobrino, Leonardo Boff, Gutiérrez Merino y otros de la misma onda.
Según él, comprendía perfectamente que fuese ateo, pues había estudiado en los Salesianos, gente que no sabe transmitir la fe, la gente que más daño a hecho a la Iglesia. Lo cierto es que este hombre anda un poco a caballo entre el protestantismo (tanta oración y tanta vivencia interior) y el catolicismo (que lo que propone es un modelo de convivencia, político, pues). Pero efectivamente: los Salesianos nacieron como movimiento educativo para incorporar a los hijos de los obreros y clases desfavorecidas, en primer lugar, dentro del sistema productivo capitalista, en segundo lugar, dentro de la ideología católica.
Y todo esto sin desayunar.
Desayuné, pues, el café y el pan con mantequilla y mermelada que nos ofreció la señora hospitalera (algo majareta, pero muy salada) y me apresté a untarme los pies con vaselina, que decían que así no te salían ampollas. ¿Por qué? No sé si contestar a esto, ya que me podría llevar a toda una disertación acerca del cuidado de los pies que, al menos en mi caso, me ha servido bastante; pero es que si lo hago jamás vamos a llegar a Santiago: este es el sexto capítulo de mis andanzas y todavía no he comenzado a andar, ¿no os dais cuenta? Mejor lo dejo para la próxima entrega que la dedicaré exclusivamente al cuidado del cuerpo.
Salimos, entonces, a las siete de la mañana, Ángel (el de las fotos del capítulo anterior) y yo. Fuimos de los últimos en salir del albergue, sin embargo, de las casi doscientas personas que salieron ese día de Saint Jean hacia Roncesvalles (al día siguiente seríamos el doble) llegamos entre los diez primeros, algo completamente absurdo pues no se trataba de ninguna carrera: hacer el Camino no consiste en hacer una carrera, ni contra uno mismo ni, mucho menos, contra los demás; simplemente hay que llegar, disfrutando y aprendiendo sobre la marcha. No obstante, ahí estábamos los dos madrileños con un cohete en el culo adelantando al personal. “¡Buen Camino!”, nos decían todos; “buen Camino”, contestábamos. Por el desnivel que tiene y la distancia, esta etapa debería ser la más dura de todo el Camino, ya que se trata de cruzar los Pirineos de lado a lado, pero es la primera y nos pilla frescos; para gente acostumbrada a la montaña es un paseo que, además, puede hacerse rapidito.
Craso error. Sólo gentes hechas de una materia especial pueden aguantarlo, como Ángel. Y es que no se trata de superar esa etapa, se trata de que al día siguiente hay que andar de nuevo, y al siguiente, y al otro... Y los días se van acumulando, y los kilómetros, y el peso de la mochila. Ya a mitad de la etapa empezó a dolerme un tobillo, no recuerdo cuál, y tuve que bajar el ritmo dejando a Ángel que marchara en solitario. “Cada uno lleva su ritmo”, pude leer antes de empezar el Camino; “cada uno lleva su ritmo”, nos decían continuamente; “cada uno lleva su ritmo”, repetíamos nosotros (a los demás y a nosotros mismos) cual mantra jacobeo. Pero del dicho al hecho... Yo sabía que la de Ángel no era mi velocidad, aunque tampoco me encontraba a disgusto andando deprisa, pero una cosa es tu mente y otra tu cuerpo, al menos hasta que éste empieza a doler, entonces vuelven a ser uno y lo mismo, mente corpórea o cuerpo “mentolado”. Tampoco recuerdo haber hecho en esa etapa un descanso largo como los que haría después, a pesar de que también sabía que había que hacerlo. “Veo lo mejor y lo apruebo, pero hago lo peor”, que decía Séneca, creo.
Así que bajando el ritmo logré que me dejara de doler. Sin embargo, el dolor volvió al día siguiente, y no sé si al otro, pero tampoco duró muchos más días... Fue sustituido por dos pequeñas ampollas.
En cuanto a la fauna observada durante la jornada, peregrinos y paisanos aparte, cabe destacar una variedad o especie mitad cabra, mitad oveja que yo jamás había visto. Aquí tenemos un par de fotos, aunque no sé si se apreciarán bien: son como cabras, negras y con cuernos, pero tienen lana como las ovejas... Son ovecabras.
En cuanto al paisaje observado... Permítaseme cierta digresión. El paisaje a lo largo de todo el Camino puede dividirse en montañas, llanuras y bosques. Las montañas las encontramos en los Pirineos y en el paso de León a Galicia. Las llanuras, con cereales o con viñedos, desde Pamplona hasta Astorga. Y los bosques, sean llanos, sean pseudo-montañosos, en Galicia... Ah, sí, en Galicia también hay maizales, muchos y transgénicos, un asco. Cada paisaje tiene su aquél, pero la montaña es más espectacular; observad, si no, estas fotos desde El Cebreiro (cortesía de Ana).
Pues bien, de los Pirineos... (¡Papá, papá! ¿Dónde están los Pirineos? – Y yo qué sé, pregúntaselo a tu madre, que lo guarda todo). De los Pirineos no pudimos ver nada, ya que nos pilló la niebla. Sólo en un momento dado “se hizo un claro entre las nubes” y pude ver a lo lejos encrespados picos. También pasamos por algún bosquecillo de hayas y de robles; especialmente notable es el que baja a Roncesvalles, 3 km con unas pendientes del 20% que, tras los 24 km anteriores, dejan las rodillas como pasadas por la turmix; menos mal que yo llevaba mis bastones quechua del Decartón que, junto a mi cantimplora de Jesse James en la que baila el agua golpeando el aluminio, me convirtieron en el hombre orquesta del Camino, solo faltaban a mi lado los alemanes Leo, con su guitarra, y Adam con su diyeridú (personajes de los que ya hablaré). Los bastones frenan la bajada (también ayudan en las subidas y descargan peso de la espalda; si hacéis el Camino no os olvidéis de los bastones, pero unos que no hagan ruido).
Llegué, sellé la credencial y me fui a la vera del albergue (un antiguo hospital de peregrinos del siglo... Bah, no lo sé, antiguo) a estirar los músculos de mis maltrechas piernas sobre el césped; una vez acabado con ellas saqué la goma amarilla para rehabilitar el hombro derecho, también maltrecho a causa de lo que ya sabéis... No, no, la masturbación solo me produjo un leve dolor en la muñeca izquierda... A causa de hacer la ovecabra en el Purgatorio. Las gomas de musculación son tres que juntas parecen la bandera panafricana: la amarilla es la más floja (con la que ando todavía), la verde de intensidad media y la roja es la más dura, dura, dura de pelar. Pues saqué mi goma amarilla y pimpam, pimpam, sube y baja, baja y sube el brazo. Yo no quería mirar a la gente porque supongo que debería estar haciendo el ridículo.
He comentado un poco acerca del albergue. En realidad Roncesvalles es un conjunto arquitectónico de tres o cuatro edificios adosados (Gran Hospital, Colegiata...), una especie de ermita-cripta, otro hospital convertido en albergue y dos edificios más modernos que son hostales-restaurantes. Lo cierto es que llegué tan cansado que no quería andar dando vueltas viendo estatuas y piedras. Comimos un bocata de 4 euros en uno de los restaurantes (Roncesvalles es caro), pagamos 8 euros por el albergue, sin desayuno ni cena... ¿O fueron cinco? Efectivamente, fueron cinco, acabo de mirarlo en la hoja de gastos que comencé a llevar y que, evidentemente, contiene hasta este segundo día; de hecho esa misma hoja, un simple folio, también contiene el horario de los trenes desde San Sebastián a San Jean, todas mis notas de viaje, la agenda generada en el mismo, la lista de la compra de no sé qué día, y el esquema de un descansillo de un piso cualquiera para explicarle a alguna persona extranjera lo que era un vecino, vicino o neighbour. Y todavía hay espacio en blanco... Esto quiere decir que durante el Camino dediqué poco tiempo a la literatura.
El albergue, eso sí, era un sitio majo, una nave alta de piedra construida entre el siglo XII y el XVI (lamento no ser más preciso, pero lo importante es que no fue construido anteayer, que tiene historia; no sé cuál, pero la tiene), bajo la cual habían construido (anteayer, ahora sí) los baños. La cola para ducharse era inmensa, la propia de los peregrinos no; quizá fuera eso lo que les producía tanta vergüenza como para secarse fuera de las dos únicas duchas que había; esto ocasionaba retrasos. Yo me sequé fuera y alguno se sonreía; como si nunca hubieran visto un pene distinto del suyo, como si fuera algo extraño secarse a la vista de la gente; ¿es que nunca habían ido a un gimnasio? ¿O es que mi pene era muy pequeño? En cualquiera de los casos sus sonrisas no hicieron mella en mí, sino todo lo contrario, me dieron fuerzas para seguir: ese fue el inicio de una larga serie de estriptis y desnudeces por mi parte a lo largo de todo el Camino. ¿No desnudábamos el alma con cualquiera que nos pusiéramos a hablar? ¿Por qué no, entonces, desnudar el cuerpo? Pero de nada sirvió, ninguna peregrina se avino a vestirlo de caricias y besos. Era una nave, pues, llena de literas en la que sí cabrían unas 100 personas, uno de los sitios más bonitos en los que se duerme a lo largo de todo el Camino.
Después de la ducha me puse a lavar la ropa: cuatro calcetines, los calzoncillos que me regaló Snorfold (eran suyos pero no le servían, su madre se los compró pequeños) y la chaqueta de mi chándal John Smith que tenía desde los 12 años y que, por fin, fue quemada en Finisterre mientras desprendía una nube tóxica producto de la combustión del material plástico con el que estaba hecha, una especie de aleación entre poliéster y acrílico que ya no se fabrica, pues nunca se rompía ni desgastaba, es decir, no era buena para el negocio; yo siempre he buscado buenos chándals: desde los doce a los treinta y seis, que tengo ahora, solo he gastado 4, y ya sabéis que no me paso el día en el sofá, sino que les he dado caña. Vale, reconozco que a veces parezca un mendigo o algo demodé... Es lo que tiene el anti-consumismo. Bueno, lo último que me he comprado al efecto son unas mallas que me hacen un culito... Je, je.
Tras tender la ropa y antes de la misa llegó el momento del asueto, relax y charlas con los nuevos conocidos. Especialmente significativa fue la que tuve con una italiana de cuyo nombre no es que no quiera acordarme, es que no puedo (dichoso alzheimer): pelo corto, guapa, simpática, musculosa y de oficio jardinera, así que estuvimos hablando de flores, plantas y todas esas cosas vegetales. La volví a ver al día siguiente en el desayuno, en Burguete. Pero su ideal era hacer 30 ó 40 km diarios desde el primer día, así que la perdí.
La misa muy bonita, en la colegiata, con muchos curas y muchos idiomas y con la bendición al peregrino. Muy buena la asociación que hizo el sacerdote de los peregrinos con San José y la Virgen: “llegará algún día que tengáis que dormir en el suelo, sin techo, igual que los padres de Jesús...” Claro, que nada dicen las escrituras acerca de las pulgas y garrapatas que cogió la Sagrada Familia en el portal de Belén, entre el buey y la mula. A mí no me hizo falta dormir sobre la paja, solo salirme del saco en el albergue de Ponferrada: las pulgas saltaron sobre mis brazos y los acribillaron.
Después a cenar en uno de los caros restaurantes por 8 euros. La cena no estuvo mal. Y luego a la cama donde debí dar un espectacular concierto de ronquidos junto al Javier del que hablé el otro día.
¿Y qué hay, entonces, del profesor Molay (que aparece en el título) en esta historia? Tampoco hay nada. Pero como uno ha de financiarse he decidido incluir publicidad en el blog. Y ya que estáis todas y todos muy místicos y crédulos debido a mi peregrinaje y adoctrinamiento aquí tenéis soluciones a todos vuestros problemas. Besos y hasta la próxima.